Las barbas del vecino

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Estados Unidos vivió el sábado una jornada de muy manifiestas contradicciones.

Por primera vez en casi una década pudo lanzar hombres al espacio desde su territorio y para ello no tuvo que depender de la vetusta tecnología rusa.

El despegue del cohete Dragón, de la empresa privada Space X, mantuvo pegados a sus pantallas a cientos de millones en todo el mundo, como si fuera una película protagonizada por dos astronautas enfundados en trajes diseñados en Hollywood.

El conjunto fue un feel good creado por la estética, la épica y el progreso científico.

Sin embargo, Estados Unidos mostró, en un mismo día, su mejor y su peor faceta. Unas horas después del lanzamiento, volvió a capturar la atención internacional por razones completamente opuestas: los saqueos y desmanes que afectaron a una treintena de grandes ciudades del país —de Nueva York a Los Ángeles—, desencadenados por la cruel muerte de un hombre, a manos de policías, en Minneapolis.

Cuando el país apenas comenzaba a dar sus primeros pasos fuera del confinamiento, decenas de alcaldes tuvieron que ordenar el toque de queda ante la violencia que estalló en sus calles, un virulento borbotón social del que la mayor parte de los estadunidenses no había sido testigo.

Las tensiones raciales irresueltas, el hartazgo del enclaustramiento, el enojo por la falta de resultados ante la pandemia del covid-19 y una pérdida de empleos que no se veía desde la Gran Depresión se combinaron para dar lugar a masivas protestas que en muy pocas horas derivaron en violencia.

La fuerza policiaca más numerosa en la historia de Estados Unidos —apoyada en varios estados por la Guardia Nacional, una corporación de seguridad que se despliega sólo en casos graves— fue incapaz de contener el pillaje y la destrucción, pese a la detención de centenares de personas en ciudades como Los Ángeles, Seattle, Dallas, Chicago, Atlanta, Filadelfia, Nueva York y Washington.

Los comentaristas de la televisión estadunidense no podían contener su estupefacción ante lo que estaban narrando y, con desesperación, daban cuenta de la ausencia de voces reconocidas que llamaran a la tranquilidad. Como un supervolcán que repentinamente brota de la nada, un magma de irritación social se había estado acumulando bajo los pies de la nación y afloró descontrolado.

¿Qué lecciones debemos extraer de ello los mexicanos?

Somos, como Estados Unidos, un país polarizado. También, enojado por años de malos gobiernos. Igualmente, desubicado en cuanto a su esencia y los valores que lo mantenían unido.

Los efectos de la pandemia sobre la seguridad económica, la violencia criminal que se ha normalizado en muchas comunidades, la coerción machista en los hogares y lo endeble del Estado de derecho colocan a México en una situación de extrema fragilidad para hacer frente a frustraciones y desencuentros sociales.

Hemos visto las barbas del vecino cortar. Es tiempo de poner las nuestras a remojar.

México comienza hoy su desconfinamiento gradual sin una idea clara de dónde se encuentra el enemigo y qué tan presente está. El gobierno federal decidió poner el semáforo en rojo en casi todo el país, pero, cuando los ciudadanos vean que el presidente Andrés Manuel López Obrador se encuentra de gira —lo que lo llevará a recorrer más de 3 mil kilómetros por tierra—, muchos pensarán que ellos también pueden salir. Con ello, abdicó de la responsabilidad principal de dirigir el combate contra el covid-19 y la ha dejado en manos de los estados. Los gobernadores tendrán que funcionar como contención. Se verá en los próximos días qué tanta autoridad moral tiene cada uno de los mandatarios estatales ante sus gobernados. Algunos liderazgos locales se reforzarán y serán catapultados al plano nacional y otros caerán en el descrédito y se extinguirán. Los gobernadores que se conformaban con nadar de muertito o se abstenían de mostrar protagonismo —ya fuera por conveniencia o incapacidad— no se salvarán de la evaluación.