¡LA REFORMA DE LÓPEZ ES “LA DICTADURA PERFECTA”!

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Especial

No, la anterior no intenta ser una parodia del presidente mexicano.

Tampoco se trata del trillado “el chiste que se cuenta solo”.

No, lo cierto es que asistimos a un simpático “Déjà vu” en el que López Obrador terminó por darle la razón a su odiado Mario Vargas Llosa, el padre de “la dictadura perfecta” que aludía a la simulada democracia mexicana entre los años 60 a 90 del siglo pasado.

¿Recuerdan cuando el escritor peruano y Nobel de Literatura definió la falsa democracia mexicana como: “La dictadura perfecta”?

Eran los últimos días de agosto de 1990, el gobierno de Carlos Salinas estaba en la cúspide de su poder y la televisión mexicana –Televisa–, había vivido una poderosa oleada de apertura luego de las disputadas elecciones de 1988 en donde, por primera vez, los opositores amenazaron seriamente la hegemonía del viejo PRI.

La Revista Vuelta, fundada por Octavio Paz, organizó una experiencia intelectual novedosa llamada: “La experiencia de la Libertad”, en donde reputados ponentes del mundo debatían sobre la democracia del fin de siglo y las expectativas frente al nuevo milenio.

Ahí, frente a las cámaras de televisión, de manera inesperada, el peruano Vargas Llosa soltó lapidario: “La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México…”, sentenció.

Y siguió: “México es una dictadura perfecta, una dictadura camuflada; tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible”.

Luego, en un evidente escenario fuera de control, con un Octavio Paz entre el público y un moderador, Enrique Krauze, sin posibilidad de intervenir, Vargas Llosa parecía incontenible: “Yo no creo que haya en América Latina ningún caso de sistema de dictadura (como el PRI) que haya reclutado tan eficientemente al mundo intelectual, sobornándole de una manera muy sutil”.

Al final clavó la puntilla:” La de México es una dictadura sui géneris que muchos otros en América Latina han tratado de emular… y tan es una dictadura que todas las dictaduras latinoamericanas, desde que yo tengo uso de razón, han tratado de crear algo equivalente al PRI”.

Al final, en su turno, Octavio Paz intentó una aclaración a lo que en aquel tiempo parecía un exceso de Vargas Llosa.

Dijo Paz: “como escritor e intelectual prefiero la precisión. Primero, lo de México no es una dictadura, es un sistema hegemónico de dominación, donde no han existido dictaduras militares. Hemos padecido la dominación hegemónica de un partido. Esta es una definición fundamental y esencial”, acotó el Nobel mexicano.

Viene a cuento el ejercicio memorioso porque la reforma electoral propuesta por López Obrador al Congreso mexicano no sólo busca desaparecer el sistema electoral ciudadanizado y competitivo sino que pretende regresar el control de las elecciones al presidente.

De esa manera, con el control total de las elecciones, desde Palacio o fuera de él, el hombre fuerte, el “amado líder” intentará mantener la hegemonía y el control del partido oficial y, sobre todo, buscará acabar con los molestos opositores.

Todo ello en medio de una peligrosa militarización de la vida nacional que cierra el círculo del concepto dictatorial “lopista” para imponer el regreso al sistema de dominación no solo de partido hegemónico sino el control del poder de un solo hombre, más allá de las elecciones y del nombre de quien o quienes despachen en Palacio y en la jefatura del Estado y del gobierno.

Y es tal el riego de la “dictadura perfecta” que propone López Obrador con su reforma electoral que, incluso con tales reglas habría sido imposible que AMLO y su partido, Morena, pudieran llegar al poder, como lo hicieron en julio de 2018.

Dicho de otro modo, con la reforma electoral de López se confirma que el presidente mexicano que llegó al poder gracias a un modelo electoral ciudadanizado y garante de la equidad, la legalidad y del sufragio efectivo, es el mismo que hoy está empeñado en destruir aquella escalera que le permitió llegar al poder, para que nadie más suba por sus peldaños.

Una ruindad política que a lo largo de cinco años aquí denunciamos hasta el cansancio y que, por desgracia, pocos creyeron.

Pero lo que resulta aún más grave es que hoy la destrucción de todo al andamiaje electoral –construido para hacer posible la alternancia y el sufragio efectivo–, está en manos de un puñado de diputados federales –no más de medio centenar–, a quienes ya empezó a perseguir el gobierno y su jauría babeante para ofrecer zanahorias de impunidad, embajadas y pingües negocios a cambio de traicionar a la patria.

¿Cuántos de esos representantes populares resistirán “los cañonazos” de Palacio? ¿Cuántos diputados tienen “cola que les pisen” y cambiarán el sentido de su voto por una oferta de impunidad?

¿Cuántos mandantes traicionarán el mandato que los ciudadanos –los verdaderos mandones en democracia–, les otorgaron en las urnas?

Y es que hoy, la principal tarea de Palacio es corromper a los opositores y romper la alianza PAN, PRI, PRD y MC; aliados que de continuar unidos tienen muchas posibilidades de echar del poder a Morena mediante un candidato de unidad.

Pero también es cierto es que la moneda está en el aire –y puede pasar cualquier cosa–, frente a la desesperación presidencial por garantizar que en julio del 2024, Obrador mismo o uno de sus lacayos sea declarado presidente, a cambio de que los poderes reales se trasladen a “La Chingada”, que sería la nueva sede presidencial en México.

Y es que –debemos insistir–, en el fondo la Reforma Electoral de López no es más que la vuelta a “la dictadura perfecta”; a la simulación democrática y electoral para que el poder quede en las mismas manos, más allá de las formas y la simulación de elecciones.

Y no, que nadie se equivoque, López Obrador no pretende “blindar su obra” –que ha sido un total fracaso–, y menos garantizar que su inexistente “transformación siga adelante”.

No, en el fondo, López busca blindar sus fracasos; intenta garantizar impunidad para su prole y su claque de pillos y criminales quienes, en una democracia real, ya habrían sido llevados presos, empezando por el propio presidente.

Por eso la premura de impedir que un opositor real llegue al poder presidencial, porque si en el 2024 el partido Morena es derrotado en las urnas, López Obrador no llegará a los alteres de la Patria sino que lo veremos tras las rejas, en donde debiera ser juzgado por sus crímenes.

Al tiempo.