“La marcha de los pendejos”: una crónica de De Mauleón

“La marcha de los pendejos”, la marcha de este domingo lo superó todo. Incluso las expectativas de los organizadores, escribe Héctor De Mauleón

Pese a que el presidente Andrés Manuel López Obrador y sus voceros con cientos de miles de seguidores, así como un grupo de cuentas falsas, desataron en redes una intensa y grotesca campaña de insultos sobre la marcha en defensa del INE, llamándola “La marcha de los pendejos”, la marcha de este domingo lo superó todo. Incluso las expectativas de los organizadores.

Así escribió una crónica el columnista de El Universal, Héctor De Mauleón.

El presidente había dedicado una semana entera a insultar a los manifestantes llamándolos rateros, deshonestos, racistas, hipócritas, corruptos simuladores, clasistas, aspiracionistas, ladinos, pero al parecer eso hizo que las personas se animarán a demostrarle al gobierno de cuarta que él ya no cuenta con su apoyo y no está de acuerdo con sus ideales.

Pese al tremendo calor y la “contingencia ambiental”, la marcha de ayer no era una marcha sombría, una de esas marchas (casi siempre necesarias), en las que se desata el enojo o la furia. Era un día de fiesta, en parte porque todas las expectativas se habían rebasado.

El vocero de la marcha, José Woldenberg, fue en todo momento ovacionado y apoyado por los asistentes.

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Pese a las imágenes que demuestran el tumulto de gente en el Ángel de la Independencia y el Zócalo capitalino, el secretario de Gobierno, Martí Batres, diría después que a la marcha en la CDMX habrían asistido entre 10 mil y 12 mil personas.

Y en Reforma había un barullo imponente, y al mismo tiempo indistinguible. Las consignas ciudadanas se encimaban, se sobreponían. Tronaban las de rigor: “¡El pueblo unido jamás será vencido!”. Pero sobre todo dos: “¡El INE no se toca!”. “¡A eso vine, a defender al INE!”

Se había lanzado una invitación, y parecía que todo estaba en contra, y que solo unos cuantos desganados se animarían a acudir a la fiesta. Una fiesta de lacayos, una fiesta de pendejos. La fiesta de todo lo que se dijo.

Pero esa fiesta terminó un reventón de júbilo ciudadano que, a través de la inesperada afluencia multitudinaria (una multitud que según los extraños sistemas de medición del gobierno de la ciudad constó de 12 mil personas), reconoció su poder, reencontró su esperanza.