“Las únicas personas “normales” son aquellas a quienes no conocemos muy bien.”
Muchos pensarían que Silvia tiene una vida envidiable. Es guapa, tiene un trabajo interesante, ha viajado por el mundo y ha tenido muchos pretendientes. En resumen, una vida que muchos considerarían perfecta. ¿El problema? Que ella no lo ve así.
¿Qué es ser normal? Es difícil definir la “normalidad”. ¿Cuántas personas no han cometido un suicidio por sentirse “diferentes”? Recuerdo que Graham Moore, en su discurso de aceptación del Óscar por la adaptación de la película Código Enigma (Imitation Game), relató que intentó suicidarse a los 16 años porque se sentía raro, fuera de lugar, como si no perteneciera.
Esa presión por ser “normales” puede doler mucho. No todos los que se sienten diferentes piensan en el suicidio, pero sí hay muchos a quienes les deprime no tener una vida “normal”. Más aún, esa obsesión por encajar puede cegarles ante lo que sí funciona bien en su vida. Viven insatisfechos, como si lo valioso solo existiera en ese mundo de molde que nunca alcanzan.
Hace tiempo escribí algo parecido en un texto titulado “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Hoy diría lo mismo sobre la normalidad. Esa necesidad de ser “normales” nos impide ver el valor de nuestra “anormalidad”. Para empezar, es injusto comparar lo que no es idéntico. Y entre seres humanos, eso simplemente no existe. Además, ¿qué significa “normal”? ¿Dónde? ¿Para quién? Lo que es común en Suecia puede parecer excéntrico en España, y eso que están en el mismo continente.
Esta trampa empieza pronto. Desde niños aprendemos a reírnos del “raro”. Para evitar convertirnos en blanco de burlas, buscamos mimetizarnos. Primero es la apariencia: queremos vernos como los demás. Luego, nuestras elecciones: hobbies, pareja, estilo de vida. Y cuando nuestra vida se desvía del guion, sentimos que fallamos.
La rareza de Silvia, según ella, es no haberse casado. Al compararse con sus compañeras de escuela, siente que ellas ganaron y que a ella le tocó “la parte difícil”. “Ellas están bien casadas” —dice, lamentándose— “¿de qué me sirvió estudiar, estar en la escolta o ganar concursos de belleza?” Silvia no está sola. Hay quienes quisieran casarse, aunque sea “para divorciarse después” y así evitar sentirse fuera del promedio.
Lo que Silvia no alcanza a ver es que su soltería le ha abierto puertas que muchas de sus amigas quizás envidien. Estudió dos carreras, conoció a personas fascinantes, viajó, tomó cursos en el extranjero y tuvo pretendientes que incluyen a un galán del cine nacional. No está mal, ¿no?
Y si pudiéramos asomarnos a la mente de quienes consideramos “normales”, tal vez nos sorprenderíamos. Quizá sus vidas les parecen aburridas, rutinarias, predecibles. Quizá, en secreto, desearían algo de esa “anormalidad” que tanto nos angustia.
Medirnos con reglas ajenas no es útil ni justo. Si no encajamos, nos sentimos fracasados, aunque estemos haciendo cosas increíbles. Pero en toda comparación, uno pierde y otro gana. Siempre.
¿Es mejor una vida “normal”? No hay respuesta correcta. No se trata de vivir como se espera, sino de construir una vida propia, de reconocer lo que funciona y modificar lo que no. Al final, no venimos a este mundo a ser normales. Venimos a ser felices.
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