Gobierno petrocéntrico

En su primer semestre en la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador ha dejado claro que la industria petrolera es uno de los ejes más importantes de su gobierno, si no es que el principal.

Mientras otros países comienzan a olvidarse de los combustibles fósiles –la semana pasada, por primera vez desde la Revolución Industrial, Reino Unido dejó de generar electricidad así–, México busca aumentar la producción y refinación de petróleo e incluso anuncia un mayor uso del carbón.

La decisión no está anclada en la eficiencia energética, sino en consideraciones políticas e ideológicas arrancadas de un libro de historia. No pocas veces ha dicho el Presidente que su decisión de construir una nueva refinería, en su natal Tabasco, forma parte de la misma estirpe de la Expropiación Petrolera.

Parece convencido de que el país se volverá más desarrollado y más justo socialmente en la medida en que se fortalezca el control estatal sobre el sector energético. En ese empeño, no ha reparado en visitar instalaciones petroleras y lanzar una estrategia contra el huachicoleo.

No es casual que el tema ocupe con frecuencia un lugar central en sus conferencias mañaneras, el epicentro de su actividad diaria. De acuerdo con Luis Estrada, de la consultoría SPIN, la palabra Pemex es la segunda más mencionada en las 111 conferencias mañaneras que se han realizado hasta ahora, sólo superada por la palabra corrupción.

Tampoco lo es que entre los funcionarios con más apariciones en las mañaneras está el director general de Pemex, Octavio Romero, quien ha estado 15 veces y ha hablado en 12 oportunidades.

Hace unos días, el Presidente informó, de manera sorpresiva, que quedaba desierta la licitación para edificar Dos Bocas –a la que se invitaron 4 consorcios extranjeros, mediante criterios que no quedaron claros–, y que Pemex se encargaría de la obra.

López Obrador se muestra dispuesto a jugarse buena parte de su capital político en sacar a Pemex del marasmo financiero en el que está. Es una tarea que se antoja hercúlea, por el nivel de endeudamiento –rebasa los 2 billones de pesos– y su tendencia a perder dinero en casi todas las operaciones.

Ayer se dio a conocer que tres bancos internacionales –HSBC, JP Morgan y Mizuho Securities– habían extendido un crédito revolvente a Pemex, por 8 mil millones de dólares, válido por 5 años, para ayudar a la empresa a hacer frente al inminente vencimiento de obligaciones.

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El mes pasado se había dicho que los cerca de 5 mil millones de dólares en deuda que Pemex tendrá que cubrir este año saldrían del Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios. El anuncio de ayer parece renegar de ese plan.

López Obrador insistió en que la refinanciación no implica contratar deuda nueva, algo que ya había prometido no hacer. Y agregó que permitirá que mejore la visión que tienen las agencias calificadoras de la calidad crediticia de Pemex, a las cuales ha criticado públicamente en diferentes ocasiones.

Lo que está claro es que el Presidente no ha movido sus piezas con tanta contundencia como lo ha hecho por Pemex, la abollada joya de su gobierno.

BUSCAPIÉS

López Obrador dijo ayer que lo más seguro es que no asista a la cumbre del G20 en Osaka, el mes que entra. Tal vez sea lo mejor, pues viajar hasta allá implicaría un pesado vuelo con escalas, de un mínimo de 18 horas con 40 minutos de ida y 16 horas con 45 minutos de regreso. Y no debe ser fácil realizar reuniones de trabajo y revisar discursos en la fila 27 de un Dreamliner.