¡FARSA DE GOBIERNO Y PRESIDENTE FARSANTE!

Nadie sabe si la hidalguense sobrevivirá la guerra sucia lanzada desde Palacio con todo el peso del poder presidencial

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Especial

Nadie sabe, bien a bien, si Xóchitl Gálvez será candidata presidencial por el frente opositor.

Nadie sabe si la hidalguense sobrevivirá la guerra sucia lanzada desde Palacio con todo el peso del poder presidencial y con todo el dinero público para desacreditarla.

Nadie sabe si la senadora se mantendrá como puntera en las encuestas para junio del 2024, luego de un año de difamaciones, calumnias y denuestos lanzados desde todos los rincones del brazo político del crimen organizado, llamado Partido Morena.

Y nadie sabe si la señora Xóchitl se alzará con la victoria en las urnas en la contienda constitucional para elegir al nuevo presidente en la elección del ya cercano 2024.

Sin embargo, lo que sí sabemos –porque está a la vista de todos–, es que la naciente candidatura de la señora Gálvez cambió por completo la estratagema prevista desde Palacio para conducir y manipular la sucesión presidencial.

¿Y qué fue lo que cambió?

Poca cosa, resulta que, en los hechos, el jefe de campaña de las “corcholatas”, el mismísimo presidente López Obrador, se convirtió en el jefe de campaña de la senadora hidalguense, su odiada Xóchitl Gálvez.

Pero además con el cambio de estrategia y con el enroque del jefe de campaña, también se modificó la narrativa, el discurso oficial, se produjo un reacomodo de fuerzas políticas y, sobre todo, los opositores encontraron una figura capaz de darle sentido al Frente Amplio Opositor.

En pocas palabras, en sólo tres semanas vimos un cambio de 180 grados en el escenario de la sucesión presidencial; una impensable mudanza que dejó al presidente López sin el control de las fichas, del discurso, la narrativa y fuera del reflector mediático.

Pero quizá el mayor cambio que hemos visto es en la desfachatez y el cinismo con el que Obrador exhibe esa farsa en la que se han convertido no sólo su gobierno sino el mismísimo cargo de presidente.

Un gobierno y un presidente cada día más farsantes, más cínicos y que parecen haber llegaron al extremo de la simulación.

Y los mejores ejemplos de la farsa de gobierno y del farsante de Palacio la vimos el pasado fin de semana cuando, en Quintana Roo, el jefe del Estado y del gobierno mexicano encabezó una grotesca farsa al “inaugurar” la llegada del primer vagón del Tren Maya.

Un montaje y una farsa que se convirtieron en el hazmerreir del mundo, cuando al mejor estilo de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, el señor Obrador inauguró un tren inexistente, ante inexistentes aplaudidores de un proyecto que no es más que un capricho dictatorial.

Pero lo grotesco de la farsa y del farsante fueron tales que en lugar de provocar enojo en las redes sociales desataron la hilaridad y la carcajada que confirmó el nerviosismo del tirano de Palacio.

¿Qué está pasando en Palacio, que se han cruzado todos los límites de la farsa de gobierno y del presidente farsante?

Vamos por partes.

Según la Real Academia de la Lengua, el adjetivo “farsante” califica a aquellas personas que simulan ser lo que no son; los farsantes por lo general son sujetos mentirosos que siempre actúan bajo engaño. Son personas que se inventan una vida que consideran perfecta.

Como queda claro, el adjetivo le viene “como anillo al dedo” al presidente mexicano.

Y es que, en las últimas tres semanas, la aparición de la senadora Xóchitl Gálvez en el escenario de la sucesión presidencial, sacó de sus casillas a un López Obrador que, a lo largo de su gobierno, cultivó y moldeó su personalísima idea de Maximato, con la seguridad de que no aparecería nadie capaz de desafiarlo.

Sin embargo, la terca realidad le impuso al tirano López una malas jugada y de un día para otro tiró su castillo de naipes y lo volvió a una realidad impensable para un populista acostumbrado a imponer su voluntad.

Al final de cuentas a López Obrador no le quedó más remedio que sublimar su capacidad para el engaño y el cinismo; para llevar al extremo sus dotes como farsante y sus cualidades para fabricar montajes “engañabobos”.

El problema es que hoy el engañado es el farsante de Palacio, a quien se le agotan los recursos para mentir y para montar nuevas farsas frente a una sociedad que parece haber llegado al límite del engaño; una sociedad cansada de la mentira, el engaño y la farsa.

¿Ya aprendió la sociedad mexicana?

Al tiempo.