De acuerdo con la Constitución política, México es una república representativa. O si lo prefiere, el ciudadano elige –con su voto– a los gobernantes que, a su vez, están facultados para redactar y reformar las leyes.
Sin embargo, pareciera que algunos no terminan de entender las implicaciones de ser una república representativa. O si lo prefiere, que más de uno se dejó afectar por la fiebre de las consultas y la democracia directa. La mejor prueba de ello es la constitución de la Ciudad de México.
Todo el mundo sabe que, el próximo cinco de junio, los capitalinos votarán por sus diputados constituyentes. Es decir, los responsables de discutir y aprobar el texto de la constitución de la ciudad de México.
Y también sabemos que el jefe de gobierno, Miguel Mancera, nombró a una treintena de “notables” que tendrán la distinguida labor de redactar el texto constituyente.
Pero lo que no se sabía es que luego de la “notable” redacción del texto y de la discusión, modificación y aprobación de la nueva constitución; la Carta Magna de los capitalinos podría someterse a un referéndum.
De acuerdo con el responsable del proyecto, el político Porfirio Muñoz Ledo, el texto que apruebe el congreso constituyente podría ser votado por los ciudadanos para que expresen si están de acuerdo —o no—, en la redacción de la constitución capitalina.
¿Tendrán idea de la barbaridad que proponen?
De suyo, el proceso para redactar y aprobar la constitución se antoja innecesariamente largo y complicado; y ahora —con un referendo—, el asunto será prácticamente inviable.
¿Cómo esperan estos notables ciudadanos que los capitalinos expresen si están o no de acuerdo con la constitución?
¿Podrán, acaso, votar por cada artículo?
¿Creen que con un “sí” o un “no” basta para evaluar todo el contenido de la nueva constitución?
¿A qué juegan los responsables de este proyecto legislativo?
¿Por qué insisten en “olvidar” que en México tenemos una democracia representativa y que las decisiones de la autoridad las toman las autoridades?
