El regreso inevitable del neoliberalismo

El gobierno federal necesita dinero para cumplir con sus programas y como no fluye la inversión privada, esos recursos deben venir, inevitablemente, de aumentar impuestos.

El presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que en los tres primeros años de su gobierno no aumentaría los impuestos, pero la realidad le está demostrando que, pese a la austeridad, incluyendo los 200 mil trabajadores que fueron despedidos y los recortes a todos los presupuestos federales, no le alcanza para sus programas sociales y sus controvertidos proyectos de obras, sobre todo la refinería de Dos Bocas y el imposible aeropuerto de Santa Lucía, por lo que debe recurrir al muy neoliberal expediente de aumentar los impuestos, aunque sean los indirectos, castigando, sobre todo, a la clase media. Más temprano que tarde, tendrá que hacer una reforma fiscal profunda que deberá pasar por el IVA.

Esta semana se acabaron los apoyos fiscales a la gasolina premium (la que menos contamina) y habrá, lo que en el sexenio de Enrique Peña Nieto fue llamado gasolinazo, un aumento importante y constante del precio de la gasolina. Al mismo tiempo, se revela que aquello que había adelantado el subsecretario de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Arturo Herrera, será una realidad: revivirá la tenencia federal, obligatoria para todos los estados, con lo que se espera recaudar unos 130 mil millones de pesos.

No hay inversión privada por la incertidumbre que describen Fitch y Moody’s al bajar la calificación, pero tampoco inversión pública: para alcanzar el equilibrio fiscal, el 70 por ciento del presupuesto está sin ejercer. No hay gasto público y por ende la economía no crece. Pero el peso se mantiene estable gracias a otra medida netamente neoliberal: las tasas de interés, que están hoy en México en 8.5 por ciento con tendencia al alza, varios puntos por encima de nuestros principales socios comerciales. Mientras se mantengan estas tasas, se mantendrá la cotización del peso, pero la economía no crecerá porque el crédito es excesivamente caro, al tiempo que el servicio de la deuda es cada día más alto y obliga a mayores esfuerzos para mantener el equilibrio fiscal y presupuestal. La única forma de revertirlo es con inversiones privadas, y para eso se necesita, de inicio, revertir la decisión de cancelar las licitaciones e inversiones en el sector energético.

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En la negociación con Estados Unidos por el tema arancelario, el gobierno federal se ha puesto del lado del libre comercio, paradigma del neoliberalismo. Y hace bien, ahora se tendrán que ajustar otros parámetros económicos para encontrarle la cuadratura al círculo económico y financiero del país, comenzando, una vez más, por el sector energético.

Hemos aceptado todas las condiciones del gobierno de Donald Trump. Seremos algo muy parecido al tercer país seguro, aunque no nos guste esa definición, en donde los que soliciten asilo o residencia en la Unión Americana deberán esperar, meses o años, a que se resuelva su situación del otro lado de la frontera.

Enviaremos un tercio de los actuales elementos de la naciente Guardia Nacional, que estaban destinados a preservar la seguridad pública en todo el país, a controlar la frontera y cerraremos el acceso a los migrantes.

Era necesario porque, no nos engañemos: la debilidad que hemos exhibido en esta negociación con Estados Unidos es la consecuencia de una suma de malas decisiones internas, una de las cuales fue subestimar o negar el papel que juega Estados Unidos en nuestra política y economía, y su inserción en una dinámica integradora con América del Norte y globalizadora con el resto del mundo, que no acepta encerrarse en cotos nacionalistas.

Aceptamos que, sin la relación con Estados Unidos, nuestra economía no es viable. No es poco: es mucho. Había quienes en el gobierno federal y en el partido en el poder pensaban que no los necesitábamos y se envolvían en la bandera nacional para reclamar una actitud más dura, más firme.

Ahora hay que ser coherentes con ello y aplicarlo a un programa de gobierno que sigue generando demasiadas incertidumbres.

¿Era necesario ratificar la relación con Estados Unidos e incluso en esta coyuntura aceptar sus condiciones? Sin duda sí, la realidad suele imponerse.

¿Todo esto se había hecho de alguna forma antes, en los gobiernos neoliberales anteriores a la Cuarta Transformación? Sí, porque entonces también lo imponía la realidad, con la única diferencia de que antes se percibía como una decisión política y ahora como una imposición externa. Son medidas, dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador, que regresan la tranquilidad y la confianza, la inversión y el trabajo. Y es verdad. Es parte de un extraño, inevitable, regreso del viejo liberalismo.