El Movimiento del 68: el sujeto reformador de la sociedad mexicana

Hay procesos políticos, que adquieren relevancia histórica, de época. En el transcurso de apenas tres lustros, por poner un ejemplo, se han juntado la elección de Donald Trump, la presidencia cuasi imperial de Putin, el auge de los movimientos separatistas en Europa; el surgimiento de teocracias absolutistas en África y oriente medio, el fortalecimiento de los caudillos populistas en Europa y América Latina. En este proceso regresivo y neo conservador es que se reaviva el debate acerca de quiénes son los sujetos políticos que, objetivamente, determinan las grandes transformaciones sociales y políticas.

Parecería que, especialmente para la izquierda, esto estaba ya resuelto desde El Siglo de las Luces. Se sabía que, durante el desarrollo de la Ilustración, y de manera particular, a partir de tres de los eventos políticos de mayor trascendencia en la historia de la modernidad (La Revolución gloriosa de 1688; la revolución en las colonias de norte américa de 1776 y la Revolución Francesa de 1789) el pueblo sería reconocido, indefectiblemente, como el verdadero sujeto histórico y como el único depositario de la soberanía. Más de un siglo adelante, durante la Revolución Bolchevique de 1917, el concepto de la soberanía residente en el pueblo se mantenía básicamente, aunque se introdujo un nuevo elemento retomado del marxismo: el de que los trabajadores, la clase obrera, por el papel que juega en los procesos de producción, se convertía, imperativamente, en la clase social revolucionaria.

Desde el siglo XVII y hasta la actualidad, la definición de la soberanía popular se convirtió en el imperativo teórico y conceptual para el impulso de muchas revoluciones. En sentido contrario, los individuos como tal, dejaban de tener el rol principal en los eventos transformadores y revolucionarios.  La soberanía ya no residía en dios que la trasladaba caprichosamente al rey, al zar, al emperador, al líder religioso, como tampoco la tendrían –en las repúblicas recién constituidas– los presidentes.  En un sentido diametralmente contrario, la soberanía de la Nación, reside únicamente en el pueblo.

Sin embargo, en los hechos, una parte de la izquierda ha sido inconsecuente con este principio político fundamental. Durante la revolución francesa –cuando surge el concepto de izquierda– los jacobinos enunciaron, ciertamente, que la soberanía de la Nación residía en el pueblo, pero en los hechos, el papel de soberano lo entregaron a un individuo, a Robespierre, a quien colocaron, incluso, en los altares de la “iglesia del ser supremo”. Napoleón –soldado de la revolución– fue más directo, pues al auto proclamarse emperador, reclamó para sí mismo, la soberanía de Francia. Con los revolucionarios rusos, en los principios del siglo XX, la situación no fue diferente: destronaron al zar con el propósito de restituirle al pueblo su soberanía, pero apenas transcurrieron algunos años de la gran revolución socialista, cuando fue entregada a un nuevo zar, a Stalin, a quien elevaron a la condición de” santo” de la nueva iglesia del marxismo-leninismo. Lo mismo sucedió en otras revoluciones del siglo pasado. En la Revolución China la soberanía recayó en el presidente Mao; en la Cuba revolucionaria en el comandante Fidel, y mucho más reciente, una parte de la izquierda latinoamericana ha consentido que la soberanía del pueblo de Nicaragua la mantenga secuestrada Daniel Ortega, y que la de Venezuela, en el nombre de Bolívar, la haya hurtado Nicolás Maduro.

En México, Las revoluciones liberales y progresistas del siglo XIX y XX siempre enfrentaron la idea conservadora de que la soberanía de la nación residía en un individuo benefactor, autoritario, providencial, concentrador del poder, que se vestía en ocaciones de emperador, en otras de caudillo militar, o como sabemos, de presidente de la república.

Así, los liberales en el siglo XIX enfrentaron, primero, a “Su Alteza Serenísima” y más adelante, a la iglesia, a los conservadores y al segundo imperio. En los principios del siglo XX, los anarquistas y los demócratas liberales, al dictador perpetuo; y posteriormente, ya en los mediados del siglo pasado, el liberalismo y la izquierda democrática, enfrentaron a los caudillos autoritarios y a los “presidentes en las monarquías sexenales”.

En esta última etapa, la de la segunda mitad del siglo pasado, el esfuerzo más genuinamente libertario, y en ese sentido, el que más ha contribuido al cambio del régimen, ha sido el movimiento cívico y democrático encabezado por las y los jóvenes estudiantes en 1968.

Este movimiento no fue resultado de la iniciativa de ningun caudillo, ni de la voluntad de un individuo providencial, y menos fue dirigido por comunistas delirantes, como torpemente repetían los voceros del gobierno. A diferencia de aquellas viejas “verdades históricas” del régimen priista, el movimiento del 68 surgió de las aspiraciones libertarias y democráticas de la ciudadanía, y principalmente de las y los jóvenes estudiantes. En ese sentido, ese gran movimiento por libertades políticas y derechos civiles representó, auténticamente, el “sentir popular”, es decir, reflejaba, como pocos movimientos políticos, a la verdadera soberanía de la nación.

A cincuenta años del movimiento del 68, se puede afirmar que este ha sido el gran acontecimiento reformador y renovador de la sociedad mexicana. A partir del 68 mexicano se inicia el principio del fin del régimen presidencialista; se dan los pasos para el registro y la libre participación de los partidos democráticos y de izquierda; se da el gran avance en las reformas constitucionales para la ampliación de derechos políticos y de los derechos humanos; se construyen las reformas electorales hacia el sufragio libre; y se da cause a las reformas políticas para fortalecer a la representación popular, es decir al Congreso.

Las y los jóvenes del 68 son el factor nuclear del gran esfuerzo colectivo que ha transformado a nuestro país.  El movimiento del 68 es la expresión más genuina de que las ideas de libertad y democracia hechas causa en la energía y la acción política de las y los jóvenes derrumban sistemas autoritarios, y pueden echar abajo toda la fantasiosa mitología de los caudillos providenciales como salvadores de la Nación.

Jesús Ortega Martínez.