Escribe: David Martínez
Sostiene Joaquín Sánchez Mariño que Trump es, ante todo, una paradoja. Defiende la grandeza de Estados Unidos en el mundo, pero exige que los países europeos tomen mayor protagonismo en su defensa. Desdeña lo que se conoce como poder blando. Su propio discurso es ejemplo: poner como prioridad a los Estados Unidos mientras que representa la cara del imperialismo norteamericano. Se confía a su ejercito, sin darse cuenta de que lo que causa admiración son las obras. Peor aún: se enoja cuando otro país, en este caso China, las lleva a cabo. Ya sabemos que no le gustan los migrantes, pero su propio secretario de Estado es un hijo de inmigrantes que no podría ser norteamericano si se aplicasen los estándares de su ley de nacionalidad. Ni hablar de su propia mujer.
La académica Guadalupe Correa-Cabrera ha señalado por activa y pro pasiva que este rol de la personalidad presidencial también se extiende a nuestro país. ¿Qué significan estas paradojas para México? La respuesta es que saldrían peor. Trump caracteriza a los inmigrantes como una amenaza existencial para Estados Unidos. La narrativa es la misma que propusó Samuel P. Huntington en su libro, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Lleva por nombre, El desafío hispano y sostiene que los inmigrantes suponen la mayor amenaza para la identidad nacional estadounidense —esencialmente anglosajona y protestante—. Su presencia, en palabras del propio Huntington, supone dividir a Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas rechazando los valores angloprotestantes que construyeron el sueño norteamericano. Al mismo tiempo, los estados del sur, como California, han demandado históricamente, gente que trabaje en los campos agrícolas. Ahí están los pasajes de Las uvas de la ira, la preciosa novela de Steinbeck, para muestra. La paradoja, como bien han dicho muchos, se reduce a lo siguiente: queríamos trabajadores, pero nos llegó gente. Evidentemente, hablar de integración con semejante contexto es harto difícil.
Otra importante paradoja tiene que ver con la intención de declarar a los carteles como organizaciones terroristas y, por ende, autorizar la incursión a territorio mexicano. Se propone la utilización de drones para abatir a grupos que son difícilmente distinguibles, dada la complejidad del panorama criminal mexicano. Los efectos de esto serían catastróficos para comunidades mexicanas enteras, pues como hemos visto en las últimas incursiones norteamericanas (Afganistán e Irak), la utilización de drones conlleva la muerte para miles de víctimas colaterales, las violaciones masivas a derechos humanos o incluso crímenes de lesa humanidad. Pero más allá de estas acciones, la paradoja consiste en el propio sinsentido de semejante acción, sería por demás contraproducente a lo que espera la propia administración no sólo en términos de abatir las drogas en suelo norteamericano sino también en términos de migración.
Las incursiones ocasionarían la reorganización de producción y flujos a través de la frontera. Principalmente porque el narcotráfico es la prueba cruel de la ley de la oferta y la demanda. Por otra parte, las acciones propuestas causarían mayores desplazamientos forzados desde el sur del continente hacia Estados Unidos. En caso de un bombardeo, es muy posible que muchas más personas se dirijan hacia la frontera en busca de asilo. En realidad, tendrían casos mucho más robustos, pues sus peticiones tendrán que ver con el hecho de que se encontraban en una “zona de guerra”.
Así, al poner bajo la lupa las acciones propuestas por Trump veremos que están basadas en argumentos falaces y desinformación. Esto, al final, plantea riesgos fundamentales para las sociedades de ambos países y para la relación bilateral.