EL GOLPE DE ESTADO SUAVE EN AMÉRICA LATINA

Tortolero

Gobiernos autoritarios en América Latina han caído luego de protestas masivas de los ciudadanos sumadas a otros factores, como procesos de impeachment, juicios parlamentarios, resistencia legislativa y económica, desobediencia fiscal e institucional, el apoyo de los medios, presiones legales a nivel internacional, y apoyo de naciones democráticas.

Sin embargo, los defensores de autócratas, carentes de autocrítica, nunca reconocen los auténticos errores de los sátrapas que admiran. Inventan narrativas para explicar su derrumbe y una de las más recurrentes es que han caído merced a un golpe blando.

Cuando algunos líderes autoritarios de América Latina declaran que sus gobiernos fueron derrocados con “golpes suaves” construidos por la oposición, están sólo aplicando las tramposas recetas retóricas que primero puso en práctica Hugo Chávez, y que les dejó como herencia para desacreditar a la disidencia democrática.

Estos tiranos cayeron por sus malos manejos de la economía, por corrupción, por represión, por su despotismo y no respeto al Estado de derecho y a los derechos humanos, y no por un golpe  blando. Pero siempre es más fácil culpar a otros.

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Manuel Zelaya cayó en Honduras a causa del parlamento, mediante un proceso legal y previsto en su Constitución. A Fernando Lugo, presidente de Paraguay, se le encontraron conductas comprometedoras que le restaron credibilidad y aceptación, y que lo orillaron a irse, tras un juicio político. Chávez era un golpista, pero se quejaba de supuestos golpistas de “la oligarquía” asociada al “imperio yanqui”, que deseaban deponerlo.

Su hijastro, Nicolás Maduro –hoy señalado por narcoterrorismo y por quien EU ofrece 15 mdd- sigue en una Venezuela a la que tiene hundida en pobreza y represión, pero no deja de tildar a Juan Guaidó de golpista, quien fue reconocido por cerca de 50 países como presidente interino.

En 2016 se le aplicó el impeachment a la entonces presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, exguerrillera izquierdista. Negó haber cometido el delito de “responsabilidad” que se le imputaba y, claro, señaló de golpistas a quienes la enjuiciaron políticamente. Evo Morales, en Bolivia, luego de 13 años en el poder, también dijo que lo habían depuesto con un “golpe”.

Rafael Correa, presidente de Ecuador durante 10 años (eso o más aspiran a durar en el poder los populistas), de 2007 a 2017, no estuvo exento de señalamientos de corrupción y tuvo enfrentamientos con la policía en 2010, a la que calificó como “golpista”. La oposición sufrió persecuciones bajo el ardid de ser golpista.

Correa, en no pocas ocasiones ha descrito de memoria “los 5 pasos” que siguen las oposiciones a los “regímenes legítimos”, para buscar su caída, guiados presuntamente por el “manual” de Gene Sharp. En muchos espacios, Correa se ha dado a la tarea de machacar con la idea de que todo opositor a lo que él llama “gobierno legítimo” (se trata de populistas y socialistas) está orientado por Sharp y su filosofía “golpista”. No trajo esta idea a México cuando lo visitó en noviembre de 2019, porque ya era usada por el obradorismo, pero vino a reforzarla.

Los autócratas, cuando aún están en el poder, se quieran vacunar y argumentan que la oposición es “golpista”, y que desea derribar sus gobiernos, y esto es sólo una forma de culpar a los demás de su incapacidad, haciendo ver a las voces críticas como “reaccionarias”, y así minimizar la responsabilidad de sus gobiernos para ofrecer soluciones.

Desde inicio de este sexenio con López Obrador, sus jilgueros se han encargado de inyectar la narrativa de que en México la oposición es “golpista”, y que ha tomado como mentor al fallecido filósofo político norteamericano, Gene Sharp.

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Se trata del autor de varias obras, entre ellas De la dictadura a la democracia, donde realiza un análisis de los métodos pacíficos, no violentos –económicos, legales-, que pueden ser usados para combatir a los dictadores.

Si los allegados al tabasqueño sienten que habría quienes estén construyendo un golpe suave en México, tal vez se deba a que asumen que ya estamos viviendo en una dictadura, y se curan en salud contra los métodos sugeridos por Sharp.

Aun cuando algunos de esos gobiernos autoritarios han llegado al poder por las urnas, eso no quiere decir que muchas de sus acciones posteriores sean legítimas, ni democráticas, ni que estén dentro del Estado de Derecho y respeten los derechos humanos.

La estrategia “bolivariana” ha sido descalificar a la oposición, tratando de hacerla ver como antidemocrática e ilegítima al ser “golpista”, y de tener como gurú a Gene Sharp, a quien desprecian por ser norteamericano, y hasta por presuntamente haber trabajado para la CIA, sin poder presentar prueba alguna de esto.

En el guión de estos autócratas y sus amigos está, en todos los casos, fomentar el odio hacia los medios de comunicación, descalificar su trabajo, rechazar a las organizaciones de la sociedad civil, identificar a los industriales y empresarios, y a sus asociaciones, con la avaricia, con abusos, y socavar la credibilidad de los defensores de los derechos humanos.

La oposición siempre es golpista y por eso hay que atacarla, antes que ella -con el libro de Sharp en la mano-, acabe con el gobierno. ¿Les suena familiar este guión bolivariano? ¿Dónde lo hemos escuchado? ¿Dónde se está poniendo en práctica?

En realidad, Sharp promovió la lucha no violenta, la organización ciudadana pacífica, para combatir, con las leyes, con argumentos, en las calles, y en todos los frentes, a los regímenes autoritarios. No se alienta nada violento. Así que si hay un gobierno que le teme al “golpe suave”, debe ser porque se sabe dictatorial y se adelanta a descalificar las críticas que recibe. Pero todos sabemos que un gobierno tirano cava su propia tumba política. Por sus acciones es condenable en sí mismo.

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