El FMI y los molinos de viento

El 29 de mayo pasado, el presidente López Obrador recibió en sus oficinas en Palacio Nacional a Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), quien días después dejó ese cargo porque fue propuesta para encabezar el Banco Central Europeo. Lagarde es considerada una de las mujeres más influyentes del mundo y esa influencia crecerá con su nueva responsabilidad europea. Ese día, el presidente López Obrador escribió en su cuenta de Twitter que había acordado con la directora del FMI “aplicar nuevos enfoques en nuestras relaciones: honestidad, igualdad de género, respeto al medio ambiente y combate a la pobreza”.

Pero ayer, el Presidente aseguró que no confiaba en el Fondo Monetario Internacional, luego de que éste recortara sus expectativas de crecimiento económico para México para este 2019, a sólo 0.9 por ciento. Dijo López Obradorque mantenía su apuesta de que el país crecerá 2 por ciento este año y aseguró que “no les tengo mucha confianza a esos organismos (…) esos organismos fueron los que impusieron la política económica neoliberal que causó muchas desgracias en México (…) ¿Qué fueron las reformas estructurales del FMI? La destrucción de la petroquímica. ¿Sus recetas? El que se desatara la inseguridad, la violencia en el país. Entonces, ¿cómo van a estar ahí opinando? ¿Qué autoridad moral tienen?”, se preguntó.

Tienen mucha autoridad moral y con el FMI coinciden todas las instituciones financieras y de análisis económico dentro y fuera del país: México tendrá una tasa de crecimiento por debajo del uno por ciento para este año. Descalificar al FMI o a las empresas como Standard & Poor’s, cuando advierten del peligro de la baja de calificación para Petróleos Mexicanos o incluso el país, no tiene sentido, es pelearse con la realidad.

El FMI no es producto de una ocurrencia neoliberal. Esta semana se cumplieron 75 años de que se realizó la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, que tomó el nombre de una localidad cercana: la reunión de Bretton Woods, donde 44 países (entre ellos México, representado en esa reunión por Eduardo Suárez y Víctor Urquidi, francos exponentes del desarrollo estabilizador) fundaron el sistema multilateral de comercio y finanzas, en torno a tres organizaciones: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. El objetivo  de la reunión era evitar el unilateralismo y el proteccionismo, que habían ayudado a detonar la primera y la segunda guerra mundial, objetivos que sentaron, a su vez, las bases para la globalización económica mundial.

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Paradójicamente, quienes intentan desconocer esas instituciones hoy son los que impugnan la globalización y apuestan por el proteccionismo, el unilateralismo y el nacionalismo exacerbado. Personajes como Donald Trump, que ve al sistema financiero internacional con desconfianza, o el nuevo primer ministro británicoBoris Johnson, principal impulsor del Brexit.

No se puede desconfiar del FMI y al mismo tiempo pedir la confianza de los inversionistas internacionales que se rigen, en buena medida, por las recomendaciones de instituciones como el Fondo para tomar sus decisiones.

Dice el Presidente que los expertos deberían analizar desarrollo en lugar de crecimiento. Lo hacen, pero la tasa de crecimiento determina en buena medida el grado de desarrollo potencial de una economía. Pide que se analice el crecimiento del salario o los empleos, pero lo cierto es que el incremento a los salarios mínimos no compensa la pérdida de poder adquisitivo de los salarios en general, sobre todo en la clase media, y los números demuestran que no creció el empleo, al contrario. Bután, un país junto al Tibet, puede tener, según algunos estudios, la población más feliz del mundo, pero eso no lo hace un destino idóneo para los inversionistas.

El gobierno federal debe dejar de pelearse con la realidad y apostar, como quiere el propio Presidente, a transformarla. Pero eso no se hace descalificando a los críticos, sean instituciones financieras internacionales o medios locales. Nada está boicoteando el crecimiento del país tanto como las contradicciones que exhibe cotidianamente el gobierno federal. Son esas contradicciones las que, pese a avances y acuerdos, tienen frenadas las inversiones. En todo esto, el tema energético es clave, decisivo, y las últimas señales del gobierno federal, como el plan de negocios de Petróleos Mexicanos, no fueron buenas, son contradictorias. Por eso caen las expectativas de crecimiento.
Con orden, con más pragmatismo y menos ideología, con menos discursos y más políticas públicas coherentes, esa percepción puede ser modificada. Lo demás es pelearse con los molinos de viento.