EL FEMINICIDIO COMO UNA FORMA DE PERVERSIDAD

Nuevamente, propios y extraños nos vimos impactados por una noticia que por desgracia se ha hecho frecuente en los medios de comunicación: una mujer más, Ingrid Escamilla, de 25 años de edad, había sido asesinada por su pareja, de 46 años de edad, la noche del 8 de febrero en su departamento.

El asesino fue encontrado con un cuchillo en la mano y manchado de sangre junto al cuerpo de la joven, luego de que el sospechoso llamara a su ex pareja para confesarle el asesinato.

El detenido no sólo admitió su crimen ante los policías, sino que también les comentó que la había desollado para que nadie se diera cuenta de su crimen.

Este asesinato ha impactado por su perversidad, que se muestra no solo por la saña en la que fue cometido, sino, además, por las imágenes del asesino semidesnudo, cubierto de sangre y narrando la manera en que había cometido su fechoría ante el interrogatorio del policía.

La perversidad se define como cualquier acción perversa caracterizada por el disfrute que se logra al tener conductas de una fuerza de criminalidad excepcional —-como desollar o descuartizar—-, considerada bestial, monstruosa e inhumana.

El perverso suele tener dos vidas paralelas: en una puede pasar como alguien bien adaptado a su medio e incluso pasar como una persona buena. Y otra, en donde es un perverso capaz de cometer crímenes marcados por la atrocidad.

Ejemplo de personajes considerados como perversos son los llamados asesinos seriales que existieron en siglos pasados: Jack “el Destripador”, Barba Azul, El Vampiro de Düsseldorf.

La historia Jack el Destripador se desarrolla en el Londres de 1888, en un uno de los barrios más pobres, con calles lúgubres, bares mugrosos y diversos burdeles con mujeres cuya única forma de supervivencia era la prostitución. 

Era a esas mujeres a las que asesinaba con gran saña y que la sociedad de la época no le daba importancia, pues las mujeres asesinadas eran consideradas como seres humanos devaluados. Por otro lado, Jack el Destripador era reconocido por la aristocracia como un caballero.

Por su parte,  el denominado Barba Azul, era un  joven inmensamente rico y, según los libros de historia, se entregó a una vida de excesos, brujería, orgías y a su obsesión con el sexo y la muerte.

Delitos de los que probablemente la aristocracia de la época tenía conocimiento pero a los que no les habían prestado atención pues las víctimas —niños y mujeres—-, a sus ojos, no tenían ningún valor.

El caso del Vampiro de Düsseldorf, se desarrolló entre febrero y noviembre de 1929, en la pequeña   población de Düsseldorf, en Alemania. Alguien había desatado su instinto asesino más primario al llevar a cabo múltiples asesinatos y numerosos asaltos sexuales que no tardaron en alcanzar fama mundial por beberse la sangre de sus víctimas.

Los asesinatos fueron cometidos en mujeres y niñas, y se sucedían, unas estranguladas, otras degolladas y otras tantas violadas. La locura de este asesino llegó a su culminación cuando mató a una niña de cinco años y envió al diario local del pueblo un mapa que conducía a la tumba de esta víctima.

El asesinato de Ingrid no puede decirse que fue cometido por un asesino serial, pero sí de ser cometido por alguien que pasaba por la vida sin que nadie pudiera percatarse de la perversidad que albergaba en su ser y, es muy probarle, que no fuera la primera vez que daba muestra de ella.

Es probable que Ingrid se haya podido percatar de algunas de las conductas patológicas de su pareja, pero lo que ya no se puede saber es lo que la hizo permanecer al lado de su asesino y no haber podido ponerse a salvo.