En 1859, Charles Dickens abría su novela A Tale of Two Cities (Historia de dos ciudades) con una frase que se convertiría en una de las más potentes y citadas de la literatura: “It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness…” (Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la época de la sabiduría y la época de estupidez).
Si bien el célebre novelista inglés la utilizó para describir la contradictoria época de la Revolución Francesa —con sus ideales democráticos, pero también con caos y terror—, me parece que también es una descripción exacta de los tiempos convulsos en que vivimos: llenos de contrastes y paradojas. Vemos cientos de avances tecnológicos y, a la vez, un colapso ambiental; tenemos libertad de expresión, pero también más desinformación; muchos amigos virtuales y pocos reales. Contamos con la tecnología para atrapar a los delincuentes, pero se utiliza para espiar a periodistas (que, cuando son asesinados, sus muertes quedan impunes). Si Dickens viviera en esta época, supongo que diría exactamente lo mismo.
Durante mi vida he atravesado diversos momentos de crisis, ajustes y errores de diciembre, pero el presente se siente distinto: como caminar en arenas movedizas. Todo es volátil, inestable, y parece que nadie tiene el control del timón, mientras quienes sostienen los remos no tienen ni una pálida idea de cómo usarlos.
Cuesta trabajo entenderlo, pero los votantes de nuestro vecino del norte eligieron nuevamente a Donald Trump. Y esta versión corregida y aumentada del expresidente norteamericano es mucho más influyente y peligrosa que la primera. De Trump se pueden decir muchas cosas, pero nunca que es predecible. Un día es la guerra comercial con China, otro día la amenaza de aranceles que derrumban los mercados, para luego cambiar de opinión. Un día anuncia su propia criptomoneda, y otro recibe un avión (que ni Obama tuvo) del gobierno de Catar.
Mientras tanto, se comete un genocidio en Palestina frente a los ojos del mundo con evidencia clara —muertes masivas de civiles, destrucción de infraestructura básica, bloqueo de ayuda humanitaria—, y muchos gobiernos y medios que históricamente han condenado atrocidades similares guardan silencio, las justifican o las presentan de forma neutral.
En México no estamos mejor. Nos hablan de avances en seguridad y, en la Ciudad de México, asesinan a la mano derecha de la jefa de gobierno. El asesinato artero toca fibras sensibles. No solo por la violencia misma, sino por lo que simboliza: la falta de garantías incluso para personas cercanas al poder político. ¿Qué seguridad podemos esperar entonces los ciudadanos de a pie?
También es una época de contradicciones corporativas. Un día, los directores globales de las grandes empresas anuncian ganancias billonarias sin precedentes, y meses después le dicen al empleado que no pueden repartir utilidades porque “hubo pérdidas”. (Esta historia merece capítulo aparte y se las contaré a detalle en otra ocasión, porque no tiene desperdicio).
¿Y qué decir de Elon Musk? Un día compra su lugar en la mesa de decisiones del gobierno, y al poco tiempo anuncia que se retira para enfocarse en sus negocios. Supongo que la caída en las acciones y el enojo de la gente por los recortes relacionados con Dogecoin (la criptomoneda “meme” que él mismo impulsó) tienen algo que ver en sus decisiones erráticas.
Sin duda, vivimos en tiempos revueltos: entre aranceles, guerras, monedas digitales y crímenes sin justicia. ¿Cómo navegamos este oleaje? Entre inflación, inseguridad, algoritmos que deciden lo que vemos, gobiernos erráticos y figuras públicas impredecibles, el futuro se percibe brumoso. ¿Cómo vivir sin certezas? ¿Y podremos encontrar algo de sentido en medio del caos? ¿Cómo vivir entre aranceles y algoritmos? ¿Alguien tiene un manual para encontrar sentido en tiempo de caos?
¡Buen domingo a todos y gracias por leerme! ¿El peor de los tiempos? Espero tu opinión dejando un comentario en el blog o en mi cuenta de X: @FernandaT.