Se dice que la muerte es parte de la vida, es el desenlace necesario de toda la vida, como si cada uno de nosotros debiera a la naturaleza una muerte (Henry IV, en Freud 1935). En ese sentido se tenía que estar preparado para saldar esa deuda; es decir, que la muerte era algo natural incontrastable e inevitable.
Hablar de la muerte es algo que en general el ser humano prefiere ignorar y no hablar de ella, sin embargo; en marzo del año pasado en que se detectó al paciente cero por COVID-19 en nuestro país, la vida de los mexicanos se vio trastocada y la pandemia nos ha sometido a grandes pérdidas como la dinámica de vida, la restricciones a salir de casa, el poder asistir a las escuelas y universidades y las grandes pérdidas de algún ser querido.
La pandemia nos ha enfrentado a la muerte de seres cercanos como pueden ser los padres, la pareja, un hermano, un hijo o un mejor amigo. Ante estas pérdidas queda trastoca la vida de cualquier sujeto quien puede reaccionar de diferentes formas como: no dejarse consolar, perder las esperanzas, dejar de encontrar el goce por la vida.
La persona que experimenta la muerte de un ser querido se ve sometido al proceso de duelo o incluso puede llegar a verse sumergido en una melancolía.
El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como un ideal, la libertad (Freud, 1917). La persona que atraviesa por un duelo puede llegar a presentar graves desviaciones de la conducta normal en su vida y se espera que pasado un tiempo prudente el duelo quedará superado.
En el duelo, para la persona que lo presenta, el mundo se ha empobrecido y se ha tornado vacío y para poder superar esta crisis es necesario que aceptar la realidad que indica que la persona ya no está en ese vida y llenar el mundo interno del doliente con recuerdos positivos del ausente y aceptación de los aspectos negativos.
El final del duelo se caracteriza por la aceptación de la pérdida y cuando el sujeto se encuentra en posibilidades de volver a interesarse por nuevos proyectos y construir nuevos vínculos.
Los sujetos que mejor se adaptan a las pérdidas son aquellos que presentan una mayor capacidad para procesar las experiencias traumáticas: reconocen sus emociones y buscan manejarlas, son flexibles y desarrollan estrategias que les permitan superar el duelo.
Por otra parte, en la melancolía el sujeto experimenta un gran empobrecimiento de sí mismo. La persona se siente indigno, se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo.
En la melancolía la perdida se experimenta como una aniquilación de una parte del sujeto que lejos de aceptar la perdida, opta por identificarse con la persona muerta. Es decir, si fue el padre quien murió, el doliente va a tratar de jugar el rol que tenía el padre siendo el proveedor y protector de la familia, renunciando así a su propia vida.
Para superar la melancolía se requiere de atención especializada para lograr recuperar su propia identidad y así liberarse del fantasma de la persona muerta.
Por su parte, la forma de enfrentar el duelo es única en cada persona, cada sujeto requerirá de su propio tiempo para procesar la pérdida, así como de hacerlo en compañía o a solas, o quizás sólo necesitando un hombro en cual apoyarse.
Tanto en el duelo como en la melancolía, es necesario que la persona haga uso de su fortaleza interna y siempre existe la opción de buscar ayuda de un profesional para superar la crisis y salir de ella fortalecido.