Tremenda responsabilidad haber despertado en vano la esperanza
José Vasconcelos
Luchar por el poder no es lo mismo que ejercerlo. Se necesitan diferentes habilidades, actitudes y aptitudes. Los políticos pueden ser buenos candidatos o buenos estadistas. Difícilmente hay quienes triunfan en ambas facetas.
Nadie puede negarle a AMLO su denuedo para llegar a ser Presidente de la República, pero nadie puede afirmar, basado en resultados, que su desempeño hasta ahora sea exitoso o corresponda a la esperanza generada.
México está viviendo un profundo desorden y eso no beneficia a nadie, excepto a quienes viven de la violación a la ley. López Obrador siempre ha despreciado el Estado de derecho. Su larga carrera se caracterizó por la presión a la autoridad mediante el resquebrajamiento de la norma jurídica. Por eso no sorprende su declaración sobre abrogar la reforma en materia educativa para regresar a los tiempos anteriores a Peña Nieto. Sin importar el Poder Legislativo, para evitar los cambios en los artículos constitucionales, por sí y ante sí, suspende los efectos de lo que con tanto esfuerzo se había logrado, cuando menos en el texto de nuestra ley fundamental. Nuevamente la realidad caminará lejos de lo que se prescribe. No encuentro antecedentes: mediante un memorándum se ordena no cumplir la Constitución. Otra reforma condenada al fracaso.
En materia de energía, prevalece el desconcierto. Se afirma que no hay reversión, pero se hace todo para condenar las reformas, con el riesgo de que en el mediano plazo tengamos problemas de abasto o bien que la debacle de Pemex arrastre las finanzas nacionales.
Lo más difícil de la relación entre seres humanos es saber discutir. Es un desafío lograr que prevalezca la razón. El titular del Ejecutivo, lo hemos visto una y otra vez, no sabe dialogar. Descalifica, insulta, condena. Se aferra a sus creencias sin medir las consecuencias de sus actos y decisiones. En sus conferencias, aflora la improvisación, la irresponsabilidad, la incompetencia.
Hay un viejo dogma, de origen marxista, un pensamiento primitivo dizque de izquierda, clavado en la conciencia del presidente: la plusvalía es un robo, hacer negocios es corrupción; no está consciente de la gran dificultad que significa obtener ganancias. Conseguir un remanente con trabajo, con iniciativa, asumiendo riesgos, solo se lo explica por la explotación del empleado, por la defraudación fiscal y por la corrupción. Se percibe en la forma cómo López Obrador se regodea exhibiendo a quien, según él, medra con el hambre del pueblo.
Podría seguir con una larga lista. Creo que ya somos muchos quienes nos estamos desgañitando sin ningún efecto al percibir el abismo por delante. Al parecer el propósito es seguir puntualmente el manual del populismo.
Estamos presenciando un espectáculo deprimente: palabras cada vez más distantes de los hechos, la política cada vez más enconada. El presidente sostiene que hay que separar el poder económico del político. Pero estamos viendo con angustia cómo se politiza, en el mal sentido de la palabra, la economía. El principio mediante el cual funcionó el desarrollo estabilizador, que supuestamente debe imitarse, fue el profesionalismo y la seriedad para manejar las finanzas estatales, sobre todo la política monetaria. Personajes como Rodrigo Gómez en el Banco de México y Antonio Ortiz Mena en Hacienda no permitieron contagio alguno. Hoy cada vez se hace más evidente que no hay mucha capacidad de maniobra.
En plena Semana Santa, vale la pena insistir en que la soberbia es un pecado capital, quizá el mayor. Bien lo definía san Agustín como “hinchazón”, infinita capacidad de autoengaño, sobreestimación de la capacidad personal para cambiar la realidad. Ojalá estos días sirvan para la reflexión serena y prudente. Constituye el mínimo deber del gobernante y del ciudadano responsable.