Detrás de la vacuna, una historia de amor y de trabajo

Especial

La mañana del domingo ocho de noviembre, una llamada telefónica de un inmigrante griego a un inmigrante turco y su esposa, hija de inmigrantes, en una ciudad al oeste de Alemania, encendió una luz en el mundo sombrío de nuestros días: había nacido la vacuna contra el Covid.

“Ugur, Ozlem, su vacuna contra el coronavirus pasó exitosamente la tercera prueba y tiene una eficacia de 90 por ciento”, dijo Albert Bourla, nacido en Salónica, Grecia, y ahora director Ejecutivo de Pfizer, a su amigo Ugur Sahin, oriundo de una aldea turca a orillas del Mediterráneo.

Los mercados mundiales se recuperaron. La esperanza de todos nosotros de volver a una vida normal tenía fundamento, luego de un millón 300 mil muertos y 54 millones de contagios.

Donald Trump montó en cólera y acusó un complot de las farmacéuticas por sacar la noticia de la vacuna hasta después de las elecciones, que perdió.

Johannes Vogel, parlamentario alemán, lo resumió espléndidamente en redes sociales: “Si fuera por los críticos del capitalismo y la globalización, no habría cooperación con Pfizer. Pero eso nos hace fuertes: ¡país de inmigración, economía de mercado y sociedad abierta!”.

El matrimonio de Ugur Sahin y Ozlem Tureci, científicos que se pusieron al frente de la investigación que dio con la vacuna contra la pandemia, no festejó con champaña, ni invitados o sesiones de fotografía.

Ozlem fue a la cocina de su departamento y preparó un té turco, para compartir con su marido y su hija adolescente. Al poco rato, Ugur se subió a la bicicleta, pues no tienen coche, y regresó al laboratorio de la empresa que él y su esposa, hija de un médico nacido en Estambul, fundaron en 2008, BioNTech, y que ahora tiene un valor de mercado de 21 mil millones de dólares.

Seguirán viviendo donde mismo, se moverán, como siempre lo han hecho mientras las piernas (y la fama) se los permitan, en bicicleta por las calles de Mainz.

El dinero, dice la corresponsal del Washington Post en Berlín que los entrevistó, no les va a cambiar la vida. “Lo que cambia la vida –dijo Ugur en la entrevista– es poder impactar algo en el campo médico”.

Cuando ella renunció a su ilusión de ser monja y estudiaba medicina en la Universidad del Sarre, conoció al médico Ugur Sahin, que había llegado a Alemania a los cuatro años de la mano de su madre para encontrarse con su papá, un trabajador de la planta Ford en Hamburgo, estaba ahí gracias a un convenio con el gobierno de Turquía para obreros temporales.

Se enamoraron en el laboratorio. Los unió la investigación acerca de cómo funciona el sistema inmunológico y cómo se le pueden dar instrucciones para identificar y atacar las células cancerígenas, narra el sitio web DW (de la Deutsche Welle).

Cuenta Ugur Sahin que en la universidad sus clases terminaban a las cuatro de la tarde, y mientras sus compañeros se iban a sus casas, él subía al laboratorio y se quedaba investigando hasta las diez de la noche, o hasta las cuatro de la mañana, según el día, y regresaba a su departamento en la bicicleta con un frío que cortaba la cara.

El día que se casaron, Sahin trabajó en el laboratorio antes de la ceremonia y, al finalizar la boda civil, se montó en la bicicleta y regresó al laboratorio.

Cuando llegaron las primeras noticias de la aparición del coronavirus en China, Sahin leyó sobre el tema en la revista científica The Lancet y lo comentó con Ozlem. Buscaron Wuhan en Google. Entendieron, antes que nadie, que la pandemia mundial era inevitable y sólo podía ser frenada por una vacuna.

En su empresa de biotecnología, BioNTech, arrancaron de inmediato el proyecto “Velocidad de la Luz” para obtener con urgencia la vacuna del virus que, sabían, golpearía a Europa y al resto del mundo.

Mientras líderes políticos se burlaban del virus que aquejaba a China y se declaraban inmunes por razones obscenamente anticientíficas, la canciller alemana, Angela Merkel, dispuso de un fondo de 750 millones de euros para que laboratorios alemanes se pusieran manos a la obra. El proyecto de BioNTech obtuvo del gobierno alemán 375 millones de euros.

Otro ejemplo para el subdesarrollo ideológico: el gobierno alemán canalizó recursos hacia empresas privadas de investigación farmacéutica.

Una de ellas, BioNTech, de esos sencillos y laboriosos migrantes, apasionados de su profesión, se asoció con Pfizer, gracias a la amistad y confianza mutua entre el científico turco y el griego director de la trasnacional (por su capacidad de producción y distribución).

Y el domingo ocho de este mes, la noticia que nos cambiará la vida dio la vuelta al mundo. Ya está la vacuna contra el Covid, y se espera que a mediados de diciembre sea otorgada la aprobación regulatoria.

Estados Unidos ordenó 100 millones de dosis, con opción a 400 millones.

La Comunidad Europea, 300 millones de dosis.

El gobierno alemán recibirá un porcentaje de esas ventas.

Bourla, el griego, dijo de su amigo turco (dos países con rivalidades históricas) a The New York Times: “Ugur es una persona muy especial. Los negocios no son su platillo favorito. Es un hombre científico y es un hombre de principios. Confío cien por ciento en él”.

Angela Merkel, una vez más, mostró lo acertado de sus ideas: no criminalizar la migración. Apoyar con recursos a las empresas privadas para investigación científica. Bienvenida la globalización.

Focus, uno de los principales sitios web de Alemania especializado en temas financieros, y crítico del gobierno en materia migratoria, lo admitió sin ambages: “Con esta pareja –Ugur y Ozlem–, Alemania tiene un ejemplo brillante de integración exitosa”.

Ugur Sahin lo dijo en una declaración que recogió La Vanguardia, de Barcelona: “Es una victoria para la ciencia, la innovación, y un esfuerzo de colaboración global”.