Debajo de las piedras

Especial

Si queremos aproximar el futuro, insiste esta columna, es preferible hacerlo paso a paso, y no viendo a la lejanía, debido a las características tan especiales del momento actual. No es una crisis económica tradicional, producto de ciclos o burbujas financieras.

El martes le decía que en las tres semanas que faltan de este mes duplicaremos el número de contagios y fallecimientos que teníamos hasta el lunes 8. Esto es algo que cuesta mucho trabajo entender, porque los humanos no tenemos mucha capacidad para imaginar el comportamiento exponencial. No es que las cosas sigan mal, como han estado desde mediados de marzo, es que todo ese periodo se repetirá, pero ahora en tres semanas. Lo que antes veía usted en un mes, ocurrirá ahora en siete días. La presión que esto implica para el sistema de salud no creo que sea manejable. Ni para funerarias, perdone que lo diga.

La economía no muestra esta dinámica, afortunadamente. No es exponencial, pero sí un derrumbe inmenso, como nunca habíamos visto. La caída más fuerte debe haber ocurrido entre abril y mayo, pero junio no reportará una recuperación relevante. Ya sabe usted que la producción automotriz cayó 96% en esos dos meses, y el turismo que llega por avión, algo similar. Las ventas de combustibles cayeron 75% en abril (comparado con enero-febrero), y recuperaron un poco en mayo, pero nada significativo.

Esta contracción económica, que debe rondar 18% durante el segundo trimestre, hundirá la recaudación. Si sumamos a eso ingresos petroleros muy por debajo de lo presupuestado, es posible esperar un faltante del orden de 200 mil millones de pesos en las cuentas del gobierno para estos tres meses. En lugar de hacer frente a ello tomando medidas contracíclicas, insisten en aplicar recetas absurdas. Por un lado, contraer el gasto a niveles que hacen imposible el funcionamiento de la administración; por otro, amenazar con cárcel a contribuyentes que tienen diferendos en la manera en que el SAT aplica la ley. Sin derecho a juicio, se busca extraerles dinero. Extorsión, se llama eso.

Como no alcanza, ahora la CFE pretende elevar los cobros por transmisión a empresas que invirtieron bajo otras reglas. Además, eleva las tarifas con la excusa de que estamos usando más internet y computadoras. Como esto coincide con la lógica “soberanista” de Bartlett, lo hace con gusto. Pero nada de eso alcanza, porque hablamos de órdenes de magnitud distintos.

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Ahora se les ocurre ir por los ahorros de los trabajadores. Con el argumento de que el sistema de Afores no garantiza pensiones elevadas, proponen modificarlo. Alguna propuesta es elevar la cuota empresarial, lo que hará más costoso crear empleos, justo cuando más se necesitan. Otra idea es regresar a un sistema de beneficio garantizado, lo que implicaría mover los recursos a un administrador gubernamental, que se obligaría a pagar pensiones en el futuro, mientras toma los dineros que hoy existen.

Esto sería una pésima idea. Por un lado, sería una evidencia más (pero muy grande) del desprecio de este gobierno por la ley. Por otro, los costos que asumiría ese administrador superarían con creces los recursos que obtendría. Pero esos costos se harían realidad dentro de cinco años, y el dinero lo tendrían hoy. La pérdida del grado de inversión, y más que eso, provocaría una crisis financiera gravísima, pero tal vez ni siquiera lo imaginan.

Finalmente, la mitad de los recursos de las Afores ya están en manos del gobierno, vía deuda. Lo demás, no será fácil moverlo. En suma, el impacto de tocar este sistema, por sí sólo, añadiría otros cinco puntos de contracción a un año que ya de por sí será el peor en un siglo. Son unos genios.