Caso Dilma Rousseff; también es cacería política

Después de que este fin de semana los diputados de Brasil votaron–con 367 votos a favor y 137 en contra– por el juicio político en contra de la presidenta Dilma Rousseff, la mandataria se encuentra en la cuerda floja.

Ahora está en manos del Senado brasileño aprobar el impeachment de Dilma Rousseff; en caso de ser positivo, la mandataria quedaría suspendida– por hasta seis meses–, y entonces la misma Cámara Alta decidiría si la brasileña es reinstalada o se va definitivamente de la presidencia.

Aunque a Dilma se le acusa principalmente por haber cometido presuntos actos de corrupción en Petrobras, es cierto que también se trata de una cacería política.

¿Por qué?

Uno. Porque a Eduardo Cunha, presidente de la Cámara de Diputados–y actor principal en la destitución de Rousseff–, le pesan casos de corrupción.

Dos. Porque el juicio político contra Dilma inició cuando Cunha fue exhibido con cuentas de millones en Suiza.

Tres. Porque Michel Temer, vicepresidente de Brasil–quien ocuparía el lugar de Dilma–, también está metido en casos de corrupción en Petrobras.

Cuatro. Porque durante el debate maratónico para aprobar el juicio político contra la presidenta brasileña, nadie habló de las faltas del Gobierno de Dilma; más bien votaron por sus mamás, por sus hijos, por Dios y por los vendedores de seguros…

Cinco. Porque dicen que los brasileños toleran la corrupción pero no la traición. Y así es como muchos han calificado la falta de resultados de Dilma Rousseff, como una traición a sus promesas de campaña.