26 DE SEPTIEMBRE, ¿POR QUÉ MARCHAN?

Según las cifras oficiales, 25 mil personas marcharon del Auditorio Nacional hasta el Zócalo Capitalino. A su vez, manifestaciones de menor tamaño ocurrieron en algunos estados. Incluso se supo de expresiones de protesta en otros países del continente americano y de Europa. La pregunta es, ¿por qué marchan?

La respuesta inmediata, en la mayoría de los casos, es que se movilizan por la desaparición de 43 normalistas –en Iguala–, el 26 de septiembre del año pasado.

Y tienen razón. Lo ocurrido en Iguala hace un año fue una tragedia. Como sociedad, los mexicanos están obligados a recordar y a exigir que esto no se repita.

Sin embargo, junto con las voces que recuerdan a los 43 normalistas hay otras que exigen la renuncia del presidente, otras que piden juicios políticos, otras que demandan la reaparición con vida de los normalistas y también otras que con violencia –golpes, explosivos, balas de pintura y palos–, aprovechan la ocasión para sacar raja política o para hacer destrozos.

En estos casos, insistimos, ¿por qué marchan en este 26 de septiembre?

Si ya se demostró –de todas las formas posibles–, que los normalistas fueron secuestrados, asesinados e incinerados, ¿por qué los que marchan siguen exigiendo su aparición con vida?

Si ya se demostró –de todas las formas posibles– que los responsables de esta masacre fueron matarifes del crimen organizado, apoyados y solapados por autoridades municipales corruptas, ¿por qué los que marchan siguen pidiendo la cabeza del presidente Peña?

Si ya se demostró –de todas las formas posibles–, que el Estado mexicano ha hecho todo lo científica y humanamente posible por esclarecer el caso y por explicar qué ocurrió en Iguala la noche del 26 de septiembre, ¿por qué los que marchan insisten en los juicios políticos y en creer versiones plagadas de imprecisiones, de opiniones y de conjeturas?

Nadie en su sano juicio podría negar la gravedad de los hechos de Iguala. Nadie en su sano juicio podría evadir la dolorosa herida que se abrió hace un año. Nadie en su sano juicio podría desestimar el enojo de quienes salen a las calles a exigir justicia. Sin embargo, no termina de quedar claro ¿por qué los manifestantes permiten que su causa se convierta en un pretexto político? ¿por qué la sociedad herida deja que maleantes con el rostro cubierto ensucien la ocasión con bombas y palos? ¿por qué los padres de los estudiantes desaparecidos autorizan que la memoria de sus hijos se utilice con un fin tan ruin?

Sin duda, los hechos de Iguala deben recordarse. La sociedad sufriría una gran derrota si eso se olvida. No obstante, los mexicanos también pierden cuando –con su acción u omisión– permiten que una tragedia de este tamaño se convierta en pretexto, en rehén y en estandarte de las groseras venganzas políticas.

Y por eso preguntamos una vez más, ¿por qué marchan, los que marchan, el 26 de septiembre?