1968 Los años y los días

POR LUIS GONZÁLEZ DE ALBA

Aviso

Tengo prisa: el cáncer de piel que tres de mis cuatro abuelos me heredan sin duda, y de la cuarta, mi abuela paterna, no sé, me ha llamado ya un par de veces. Mi abuelo paterno y abuela materna murieron de cáncer comenzado en la piel. Mi abuelo materno murió al parecer de un corazón destrozado por su mujer, mi abuela del repentino cáncer en cuero cabelludo; pero su hermano y su hermana tuvieron cáncer de piel. Sólo me faltaría en el cuarteto mi abuela paterna. Murió de vejez avanzada y al parecer Alzheimer, como su madre. Pero su padre, un vasco buscador de minerales en el norte desértico de San Luis, desapareció en la infancia de mi abuela. Lo conoció y trató porque siempre que veía a mi hermano Arturo de niño, exclamaba lo mismo: “Ay, hijo, cómo me gusta verte porque esos ojos eran los de mi papá”. Son verde hoja, helecho, y el vasco se apellidaba helechos, Iratzeta. Buenaventura Iratzeta, luego castellanizado por mi abuela en Iracheta. Y era tacaño porque entre decenas de nietos y bisnietos sólo uno heredó el extraño color helecho.

El primer aviso me lo dio mi amiga Selma Beraud. Hacia 1996, ya con planes de regresar a Guadalajara, caminaba unas cuadras de mi casa a mi restorán La Taberna Griega y notaba que me daba muy buen color, chapeteado como de días en Acapulco. Un día Selma exclamó:

—Bueno, Lábaro… ¿Y ese colorzazo árabe que nos andas echando últimamente?

Busqué un espejo y comparé con el pecho la gran diferencia: mis abuelos llaman dos veces… Fui a ver a mi médico, Samuel Ponce de León. Cáncer no era, pero había una reacción excesiva de la piel al sol pálido de la Ciudad de México.

Ya en Guadalajara, una dermatóloga confirmó con biopsia: no es cáncer… todavía. Pero es aviso… Cómprese un sombrero y use manga larga.

¿Y la prisa? Se debe a que el movimiento estudiantil del 68, que cumplirá ya cincuenta años a la vuelta de la esquina, y los hechos de Tlatelolco, se han llenado de expertos que no estuvieron allí ni vieron nada: el mito gana terreno.

Carlos Monsiváis, que sí participó en marchas y mítines, así como en la Asamblea de Intelectuales y Artistas, escribió una buena crónica de la manifestación silenciosa (que no es, no, no es la encabezada por el rector: no se hagan bolas). Pero luego, en libro conjunto con Julio Scherer asienta que los hechos de Tlatelolco el 2 de octubre demuestran la perfecta sincronización de las fuerzas represivas…

Demuestran, exactamente, lo contrario. Respondí en artículo titulado “El cronista sin crónica”: Monsiváis no estuvo en Tlatelolco y lo que vimos quienes allí fuimos detenidos, en particular los detenidos en el tercer piso del edificio Chihuahua es, sin duda, lo contrario: la absoluta desorganización, la falta de mandos, la enorme confusión entre los primeros agresores, de civil, y la tropa regular, de verde. Los soldados siempre pensaron que desde arriba les disparábamos nosotros, los estudiantes: no vieron el cambio de unos jóvenes por otros, la sustitución por quienes, similares en aspecto, ya ocupaban la tribuna del mitin.

Así que vuelvo una vez más a insistir en que esos francotiradores, luego identificados como Batallón Olimpia, me confundieron con uno de ellos: estaba tranquilo mirando a la Plaza de las Tres Culturas, no escapé hacia pisos superiores como los demás miembros del Consejo Nacional de Huelga, CNH, tenía la edad, la complexión, el estilo y el pelo corto (como de militar a un día de ser arrestado por no ir al peluquero). Sólo me faltaba el guante blanco. Y no se percataron de eso al comenzar a disparar a mi derecha e izquierda.

Quiero insistir en ese testimonio y en otros muchos detalles que conozco de primera mano. Nadie me lo contó: la última y nos vamos.

1968 en resumen

1. A fines de julio de 1968, alumnos de una preparatoria particular incorporada a la UNAM, la Isaac Ochoterena, y de la Vocacional 5, del Instituto Politécnico Nacional, IPN, jugaban futbol en la Plaza de la Ciudadela, centro de la Ciudad de México e histórica por los hechos de la Decena Trágica: los diez días de 1913 que siguieron al golpe militar contra el presidente Madero, recién elegido. En 1968 apenas si fue escenario de adolescentes liados a golpes como es frecuente en el futbol callejero.

2. Llegaron los granaderos a poner orden y, en vez de limitarse a separar a los liosos, arremetieron a golpes contra ellos. Los alumnos de la vocacional corrieron a su escuela. En un acto de evidente exceso, los granaderos los persiguieron hasta el interior. Allí, sin poder distinguir peleoneros de pacíficos en clase, golpearon a quien se les puso enfrente, incluidos maestros y maestras que protestaban por la agresión o simplemente se asomaban de su salón de clases a indagar el motivo del ruido y de los gritos.

3. El Politécnico organizó una manifestación en protesta por la agresión que había dejado varios lesionados. Fecha para realizarla: 26 de julio, aniversario de la revolución cubana. Convocaba la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, FNET, afiliada al PRI y uno de los muchos afluentes que proveía de cuadros jóvenes a ese partido, por entonces indistinguible del gobierno: hablábamos del PRI-gobierno. La FNET exigía castigo de los jefes responsables de ordenar el ingreso de los granaderos a la vocacional e indemnización a los golpeados. Dos demandas. Dos. Y sencillas de resolver en un día.

Como en el sindicalismo oficial, los líderes estudiantiles debían hacer equilibrio entre las demandas justas de sus agremiados y el control vertical del gobierno: no ser un peligro para éste ni pasar por blandos ante los estudiantes y así perder capacidad de liderazgo.

4. La izquierda universitaria organizó, como cada año, una manifestación para celebrar el 26 de julio, aniversario de la revolución cubana.

5. Ambas manifestaciones, con rutas diversas, confluyeron hacia la avenida Juárez y allí fueron apaleadas concienzudamente por la policía para dispersarlas.

6. Durante varios días se dieron enfrentamientos entre la policía y los alumnos de las escuelas ubicadas en el centro de la ciudad. Hubo más lesionados y detenidos. Los alumnos de la Preparatoria Uno de la UNAM, entonces en San Ildefonso, a un costado del Palacio Nacional, cerraron su escuela y se declararon en huelga. Exigían lo mismo: indemnización a los golpeados, juicio a los responsables y liberación de los detenidos. Tres demandas. Tres.

7. Para terminar las escaramuzas callejeras, el ejército rodeó la Preparatoria Uno, y por la noche derribó con un disparo de bazuka la puerta centenaria y labrada en el siglo xviii. La fotografía con el soldado bazuka al hombro asombró urbi et orbi. Sólo el comandante de todas las Fuerzas Armadas, el Presidente de la República, podía haber dado esa orden al Ejército. Ni el general secretario de la Defensa se habría atrevido a responder con esa desmesura a un conflicto de preparatorianos, de adolescentes.

8. A la mañana siguiente, el rector de la UNAM, Javier Barrios Sierra, desde temprana hora ya estaba convocando a todas las escuelas y facultades de la Ciudad Universitaria a un mitin en la explanada de la Rectoría, espacio insuficiente y que desbordamos. Salimos de nuestras escuelas con las autoridades y maestros al frente de cada una. El rector Javier Barros Sierra colocó en la explanada de la Rectoría la bandera a media asta en muestra de duelo de la Universidad por el acto del Ejército (que sólo podía venir del Presidente de la República). Único orador en el mitin inmediato, fue breve y rudo. Una frase inolvidable: “La Universidad no merecía esto”, encendió la indignación hasta de los fríos alumnos del ala técnica.

Así, el rector Barros Sierra encabezó la primera manifestación de protesta que los estudiantes allí presentes habíamos visto en nuestras vidas. El Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, consideró el primer acto un reto y el segundo una ofensa inadmisible. El conflicto dejó así de ser estudiantil e incluyó a las autoridades universitarias. Las del Politécnico, IPN, permanecieron en silencio.

9. Toda la UNAM y el Politécnico se declararon en huelga exigiendo castigo a los culpables de las agresiones, indemnización a las víctimas y liberación de los detenidos en esos días: tres demandas sencillas. El gobierno jamás respondió. O respondió con nuevas agresiones, verbales, en la Cámara de Diputados, contra el rector Barros Sierra.

10. Dos alumnos de cada escuela en huelga integramos un órgano directivo llamado Consejo Nacional de Huelga, CNH. Sólo estudiantes de escuelas en huelga.

El CNH redactó un pliego con las siguientes demandas: 1. Libertad a los presos políticos, por entonces de tres oleadas: a) Los estudiantes apresados en los primeros enfrentamientos, exigencia unánime. b) La izquierda universitaria añadió a los dos dirigentes ferrocarrileros, Demetrio Vallejo y Valentín Campa, presos desde 1959. Y c) Detenidos de 1966 y 67 que se preparaban en actividades guerrilleras, aunque no habían combatido. El periodista Víctor Rico Galán era el más conocido. 2. Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal (que definían el delito de disolución social). 3. Desaparición del Cuerpo de Granaderos. 4. Destitución de los jefes policiacos responsables de las diversas agresiones. 5. Indemnización a los familiares de los muertos y heridos. Y 6. Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios implicados.

Heridos había. Pero de muertos no teníamos nombres. Suponíamos que en los diversos enfrentamientos, pero sobre todo con el empleo de la bazuka, tuvo que haberlos… Datos, nombres, yo nunca pude ofrecer a la asamblea de la Facultad de Filosofía y Letras.

Impusimos una condición inamovible para tratar las seis demandas con el gobierno: diálogo público. Nunca lo definimos en términos objetivos: cuándo un diálogo con las autoridades lo podíamos considerar público. Eso, en la práctica, nos cerró a los pocos y débiles intentos de acercamiento por parte de diversos funcionarios del gobierno: no eran públicos, y punto final.

11. Durante agosto y septiembre el conflicto se propagó a casi todas las universidades públicas del país y a muchas universidades y escuelas privadas.

12. El conflicto se acentuó con la ocupación de la UNAM y del Politécnico por parte del Ejército durante septiembre. El 30 de septiembre, el Ejército entregó la Ciudad Universitaria al rector.

13. Esa misma tarde nos reunimos, en la Facultad de Ciencias, cuanto delegado del CNH supo la noticia y nos atrevimos a llegar. Quizás un medio centenar. Allí acordamos buscar a los faltantes para una reunión más amplia el 1 de octubre, en el mismo lugar, y convocar a un mitin en la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre.

Muchos delegados del CNH, representantes de universidades lejanas, volvieron a sus tierras de un extremo al otro: Sinaloa, Chihuahua, Sonora, Yucatán. Otros temían, con mucha razón, que hubiera policías dispuestos a aprehenderlos y no se acercaban a la Ciudad Universitaria.

14. En esa misma reunión de un CNH escaso nos informaron las autoridades universitarias que, por fin, el Presidente de la República había nombrado a dos representantes para comenzar el diálogo que resolvería el conflicto. Aceptamos y de nuestra parte nombramos a tres representantes por el CNH que, estábamos advertidos, no irían a negociar el pliego, sino a establecer las condiciones en que se iba a celebrar el diálogo público (otra vez nos ahorcábamos con juvenil necedad).

15. Ambas partes nos reunimos en casa del rector Javier Barros Sierra la mañana del 2 de octubre, y acordamos una nueva reunión, al día siguiente, 3 de octubre, en la Casa del Lago, dependencia de la UNAM en el bosque de Chapultepec.

16. La tarde del 2 de octubre, el mitin de Tlatelolco fue masacrado por francotiradores de cuerpos especializados del Ejército (Batallón Olimpia y Guardias Presidenciales, de civil) y detenidos los pocos dirigentes que habíamos corrido el riesgo de asistir.

* * *

Cuando, ya en la cárcel preventiva de Lecumberri, a donde nos entregaron luego de días en el Campo Militar número 1, comenzaron a llegar de visita mis amigos, me sorprendió porque los creía muertos a todos: de esa balacera nutrida, como la oí tirado en el suelo, no podía quedar nadie vivo. Pregunté a cuántos habían matado: “Pues nomás a ti”, dijo Nacho Osorio.

Alguien a quien le decían El Boche llorando dijo que me había visto “con el cráneo destrozado por bayoneta…”. Y así comienza nuestro mito: El Boche bien pudo haber visto muerto a un joven de mi edad y complexión, hasta pudo ver que tenía el cráneo abierto. Pero no era médico ni menos forense. Le habría sido imposible distinguir un cráneo partido porque al caer había dado contra un barandal de hierro, o contra el suelo o, de forma militar, con bayoneta. Eso induce una precisión: soldados a bayoneta calada abrían cabezas. Fue un polvorín. Pero ni yo estaba muerto ni El Boche podía distinguir la manera en que un cráneo aparecía abierto.

Mi duda natural fue el lugar donde se habían reunido al salir de Tlatelolco y cómo lo habían logrado. Nacho Osorio me explicó:

—Los soldados nos dijeron por dónde…

—¿Por dónde… qué?

—Por dónde salir sin que nos hirieran.

—¿Y entonces quién podía herirlos? ¿De quién los cuidaban los soldados?

—De ustedes…

—¿De nosotros? ¿Nosotros éramos quienes disparaban desde arriba?

—Bueno… Nos pedían que nos cubriéramos de las balas con las ruinas prehispánicas. Y yo saqué un poco la cabeza… El soldado más cercano me puso un coscorrón: “¡Baja la cabeza, pendejo! ¿Qué buscas?”. Le respondí que sólo había querido ver quiénes disparaban… Entonces me gritó, convencido: “¡Tus amigos! ¡Tus amigos están matando a su propia gente!”

—¿Nosotros? —dije con incredulidad y de seguro se me quedó la boca abierta—. ¿Nosotros disparábamos?

—Esa explicación me dio el soldado… Luego ya nos dijo cómo rodear sin exponernos a las balas y salir así de Tlatelolco…

—¿Y a dónde se fueron?

—A casa de Selma…

—¡Putísima, putísima, putísima madre! ¡A la casa más conocida por la policía! ¡A la casa donde nos quedábamos con frecuencia a dormir! ¡A la que iba con frecuencia Pepe Revueltas!

—Sí. No lo pensamos…

—Pues no los detuvieron porque ya tenían a los que buscaban, a nosotros. ¿Y heridos?

—De nosotros, tampoco…

—¿Y tanta bala por tanto tiempo… horas?

—No sé, salimos conducidos por soldados que se turnaban para señalarnos cómo protegernos. Luego, en casa de Selma, supimos que tú eras uno de los muertos. “Vi muerto al Lábaro”, dijo El Boche. Y tenía la cabeza abierta por una bayoneta… Cuando los ex presos fundamos partidos de oposición: revista y organización Punto Crítico, map, psum, pmt, luego pms hasta llegar al prd, mis amigos fueron pronto diputados por el psum, el pmt y otros partidos de oposición que lograban diputados que, sin ganar en sus distritos, llegaban por la suma general de votos emitidos a favor de su partido, la novedosa representación proporcional introducida con las reformas impulsadas por Jesús Reyes Heroles cuando fue secretario de Gobernación, con el presidente José López Portillo. Éste deseaba, como Echeverría antes de él, hacer un agudo deslinde respecto al gobierno de Díaz Ordaz. Reforma política y amnistías fueron la clave que debía pacificar al país. Fueron obra de Reyes Heroles.

Los diputados plurinominales, los adjudicados a cada partido contendiente según su votación general, fueron la llave de entrada a la Cámara de Diputados para los nuevos partidos de izquierda, aún incapaces de ganar elecciones en un distrito porque la organización de las elecciones seguía en manos del PRI, en particular de la Secretaría de Gobernación. El PRI contaba con todo el presupuesto federal para sus campañas, dinero y equipo, y los demás partidos debían buscar financiamiento y padecer los obstáculos que sus campañas enfrentaban ante una fuerza arrolladora en poder y dinero. Tan sencillo como que el alcalde, priista, no permitiera la instalación de un templete para que un candidato de oposición expusiera su proyecto, o mandara quemar el ya construido, o le cortara la electricidad a la hora de los discursos.

Debíamos esperar a los años noventa, y la construcción del IFE, que entregó a los ciudadanos las casillas, su vigilancia, el padrón de electores y el recuento de los votos. El IFE independiente de Gobernación implantó la regulación de los dineros públicos entregados a todos los contendientes. Aspecto en que hemos caído en excesos: miles de millones de pesos para reparto entre todos los partidos, incrementados en años de elecciones. Pero fue un primer paso en sentido correcto: tener diputados conforme establecían las reglas de la reforma política.

Una comisión de estos primeros diputados de las muy diversas izquierdas hizo una investigación con fondos públicos suficientes sobre el número de muertos. Publicaron teléfonos para llamar de forma gratuita y anónima y dar nombres de sus muertos. No había riesgo alguno: el propio presidente López Portillo había hecho alguna declaración favorable a aquel movimiento estudiantil y se dejaba el pelo en una melenita algo larga. En buena parte, con esta investigación se repitieron nombres ya conocidos desde los días inmediatos al 2 de octubre: eran los cadáveres de jóvenes, y hasta de niños que no fueron al mitin, sino a jugar a donde siempre jugaban, eran vecinos. Las fotos habían aparecido en la prensa ya identificados en las planchas del Semefo. Quizás algunos nombres más. Están escritos en una lápida mortuoria levantada con presupuesto federal en la Plaza de las Tres Culturas. La cantidad de nombres inscritos en el monumento tiene un grave defecto: coincide, más o menos, con los números dados por el gobierno del presidente Díaz Ordaz. Eso no nos gusta. A mí tampoco. Pero es el resultado que encontramos nosotros mismos.

Tres gratitudes, dos vergüenzas

Cargo tres inmensas gratitudes a soldados y dos vergüenzas abrumadoras con gente de la llamada izquierda desde que se puso de moda ver los mapas al revés. Dejo aparte a los jóvenes en calzones y con manos en la nuca que la madrugada del 2 al 3 de octubre me cubrieron con sus cuerpos para que el enano pelón, creo que Mendiolea Cerecero, me dejara de aporrear en la cabeza: es solidaridad de quienes están en la misma causa.

Pero enlisto los tres militares a los que debo gratitud infinita: el que me vio, llevado casi de puntas entre dos soldados hacia los camiones del Ejército y me dio melón de su rancho con un generoso: “Toma, chavo…”; el soldado Cayete que, en el Campo Militar, al verme temblando de frío, me ofreció una cobija y, bueno, pues no era la suya… Y el que mientras me interrogaba en un cuarto oscuro se golpeaba una mano con el puño de la otra para que, los de afuera, oyeran golpes.

Y dos momentos de suprema vergüenza ajena. Ya relaté los gritos del Búho en Santiago de Chile al ver lo que luego resultó ser Teorema, de Pasolini.* Y ver a Salvador Martínez della Rocca, El Pino, besando la calva de Porfirio Muñoz Ledo (la de arriba) en un video que ha circulado ampliamente con el homenaje por un cumpleaños de Muñoz Ledo, ese saltimbanqui de la política que se ha balanceado en todos los trapecios y caminado cuerdas flojas de todos los colores y traicionado todos los emblemas: de embajador empistolado en la onu y presidente nacional del pri pasó a todos los demás partidos, siempre dejando estela maloliente, de izquierda o derecha, el prd con Cárdenas, el pan con Fox (de quien fue embajador ante la Unión Europea).

Pero no es esa trayectoria lo más indignante: es el joven diputado Porfirio que hizo el panegírico florido al informe presidencial de 1969, en el que el presidente Díaz Ordaz asumió, respecto de los hechos sangrientos del anterior 2 de octubre, la responsabilidad jurídica, ética, histórica… y galáctica por aquella tarde en Tlatelolco once meses antes. Ese florilegio del joven Porfirio al salvador de la patria aquel 2 de octubre lo encuentra gugleando quien esté urgido de vomitar.


* “El cosquilleo del Búho por todo lo que fueran ‘los lilos’, en dúo insoportable con El Pino durante los años de crujía C, era como un alud de histeria que ninguna novia hubiera detenido. Ah, la izquierda libertaria; el 68 de prohibido prohibir; el adorable Che y sus granjas donde el trabajo rudo de hombres enderezaba el torcimiento sexual producido por el imperialismo y, de paso, incrementaba la zafra con trabajo esclavo de los sujetados a reeducación socialista”.

Tomado de La Razón.