A la mujer y al hombre se les reconoce en el ejercicio del poder y la aplicación de la ley, una reflexión que se escribe en la Antígona de Sófocles y refiere al deber privado de respetar las tradiciones familiares y religiosas y el público, referente al respeto a la ley.
El poder en la esfera pública y la esfera privada, que Hannah Arendt propone, refiere a los alcances y límites de la condición humana, en los antiguos y los modernos, en las mujeres y hombres de ayer y hoy.
Estas dos breves y significativas consideraciones, nos permiten construir algunas ideas en torno a la pasión individual y colectiva por el poder o la política.
Un supuesto es que en la actividad política, acción y pensar de poder, todo está permitido, incluso violar la ley, con tal de obtener el éxito en lo que se propone. Una idea que se escuda en que el fin justifica los medios, asociada al maquiavelismo.
Otra opción es la convicción en una política de la responsabilidad, de carácter weberiana, en donde se considera el contexto de la situación, para valorar una acción determinada, que podría justificarse en la ruta del mal menor, sobre un posible mal mayor.
Desde luego que en la actual narrativa de la postverdad, encontramos un a favor o en contra del acto o sujeto que valoramos, que puede enfatizar, justificar o negar lo que juzgamos.
Una idea de la crítica inicial de ello está en señalar lo que sobra o lo que falta, y así avanzar en un señalamiento que busca ser verdadero u objetivo, lo que muestra la dificultad de una neutralidad sobre lo que es objeto de nuestro interés.
Desde luego que toda ponderación posee una dosis de subjetividad, que responde a la pasión que conjuga nuestras necesidades, intereses y deseos.
Y en esa condición no siempre hay conciencia de lo que determina un alegato o el discurso del actor, que se agrega a valorar determinada acción de otros. Un juzgar sobre lo juzgado.
Se puede sostener que debe haber razones suficientes para poder comprender la forma o expresión que sustentan la razón de la acción de los sujetos.
Los actores actúan en un escenario que da cuenta del contexto en que vemos el desarrollo de un texto, de su discurso, o actuación.
En la intención de valorar lo privado y público de la política, debemos observar lo que determina al actor político, la ley en primer lugar, lo que está permitido o no, la forma de respetar su contexto familiar, si se ajusta o no a una determinada tradición y, la forma en que se comporta con los demás, sus amigos o aliados, sus opositores o adversarios.
Es así como el respeto a la ley, el respeto a sus tradiciones y el respeto a los otros, va contextualizando la acción de cada sujeto, de la naturaleza humana y la condición humana que lo determina o impulsa.
La pasión por el poder, que se expresa en el hacer, decir o pensar del sujeto, se muestra en la forma y contenido de su hacer público o privado, de su quehacer político, y así observamos sus características de prudencia o mesura, de ambición o excesos.
El cuadro que dibuja a los actores políticos tiene eventos que destacan una u otra posición, sin embargo, el respeto que muestra, a la ley, a los otros, a las tradiciones o costumbres, al impulso creativo o renovador, va marcando su devenir.
No es flor de un día, es una serie de eventos que se encadenan y que permiten ver y sentir hasta donde tiene una motivación para avanzar en la ruta trazada, sea explícita o no.
Por ello, no siempre creemos lo que dicen los actores de la política, menos en campañas, hasta que vemos lo que hacen, o se ajusta a una experiencia previa, por eso Antígona y la condición humana, son tan significativas en las batallas cotidianas y políticas de la actualidad.
La pasión mueve las arenas del pensamiento y da las razones para el quehacer de cada sujeto, animales políticos al fin.