Juan Rulfo escribió a mediados del siglo pasado una obra fundamental para la literatura mexicana: Pedro Páramo, donde narra la historia de Juan Preciado, y un puñado de personajes más que viven o vivieron en Comala, el lugar de origen.
Todo comienza cuando Preciado dice: “vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, y a partir de ese momento descubrimos una narración poco convencional que nos revela un pasado y futuro inciertos.
Entre las primeras cosas que se logran esclarecer es que Juan Preciado prometió a su madre, en su lecho de muerte, buscar a su padre en Comala y aunque al principio estaba renuente a llevar a cabo el juramento, el joven termina yendo al pueblo donde están sus raíces.
Comala, a la vez es un lugar prácticamente despoblado, donde sólo habitan fantasmas y muertos, un lugar de donde pocos pudieron escapar.
Resulta curioso cómo las narraciones de retorno al punto de origen para comenzar a contar una nueva historia abundan en la literatura y en la realidad.
Por ejemplo, está el caso de El Chapo Guzmán, quien actualmente se encuentra recluido en el penal de Ciudad Juárez, Chihuahua, pero que próximamente podría regresar a la cárcel de máxima seguridad del Altiplano, en el Estado de México.
Cabe recordar que el delincuente no pasó ni cuatro meses en el reclusorio fronterizo, pero debido a las acciones de sus abogados, es posible que vuelva al lugar de donde se fugó en julio de 2015 y a donde reingresó en enero de este año, tras ser recapturado en Sinaloa.
Cuando El Chapo fue trasladado, todo indicaba que el cereso de Chihuahua era su último paso en México, antes de ser extraditado.
Sin embargo, todo apunta hacia otro rumbo.
En la novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo, Juan Preciado regresa al lugar en donde comenzó su historia a fin de entenderla. Ese lugar que para muchos –incluido Pedro Páramo– funcionó como una cárcel.
En la vida real, Joaquín Guzmán Loera regresará al sitio en donde pudo evadir la justicia, una prisión que en algún sentido podría representar su libertad… ¿O no?
