¡Sí a la renuncia de Peña! ¡No a la tregua!

Suponer –y sólo suponer–, que lo mandantes dan una tregua al mandatario, resulta –por decirlo suave–, una soberana estupidez.

¿Por qué?

Porque el mero supuesto ya propone la existencia de una guerra de los mandantes contra el mandatario.

Y si aún se insiste en la guerra y en la tregua –y para empezar por el principio–, obligan las preguntas.

¿Cuántos y quiénes de los millones de mandantes que entregaron el mandato al mandatario, son los que hoy proponen la guerra y cuántos los generosos que tienden la mano de la tregua?

¿Quién los facultó para iniciar la guerra contra el mandatario –a los primeros–, y para ofrecer la tregua, a los segundos? ¿Tienen identidad los mandantes que pretenden tirar a mandatario? ¿A cuántos y cuáles mandantes representan?

¿Son legales y es práctica democrática la guerra y la tregua lanzadas contra el mandatario?

Lo cierto es que la supuesta guerra y la pretendida tregua no son más que un producto residual de las herramientas modernas de la política y de la lucha por el poder; las redes sociales, ese instrumento matón y vengativo que se viraliza a niveles de pandemia y que atolondra –si no es que apendeja–, hasta a las mentes más lúcidas.

Y gracias a esas campañas de odio metidas a redes las 24 horas, de los 365 días del año, durante cuatro años, hoy lo políticamente correcto es apoyar la renuncia de Peña Nieto. Y es traición a la patria –y traidores los que no piensan igual–, no sumarse a esa corriente de pensamiento único.

Y ay de aquel que no piense como dictan las matonas redes –y que no pide la renuncia de Peña Nieto–, porque es un mal nacido, o un hijo de perra financiado por la mafia del poder.

Es decir, las demoledoras redes han hecho milagros impensables en una democracia como la mexicana; milagros como el pensamiento único, la unanimidad y –sobre todo–, que opinantes y pensantes aplaudidos por su lucidez y sensatez, hoy sean presa de la incapacidad para disentir, discernir y resistir las tendencias de la unanimidad en redes.

Y las pruebas del fenómeno están a la vista.

1.- ¿Cuántos de quienes viven del intelecto y el periodismo de opinión pulsaron el periodismo torvo de The Guardian, en los tres casos recientes? ¿Cuántos se tragaron las mentiras sin chistar, sin indagar, sin cuestionar y se sumaron al linchamiento matón de las redes?

2.- ¿Cuántos opinólogos se sumaron a la campaña golpista –porque no es más que una modalidad de golpe al Estado–, impulsada y financiada en redes, para exigir la renuncia de Peña Nieto? La marcha callejera mostró que la renuncia de Peña Nieto no es más que una moda en redes; locura que valió madre los ciudadanos, los que también rechazaron el llamado a no acudir al “Grito”.

No, frente a los errores y los horrores de todos los gobiernos, todos los partidos y de la sociedad misma, no hay lugar para la guerra y menos para la tregua. Son claras las reglas para que los mandantes empoderen y sustituyan al mandatario. Y las reglas no son la guerra, el golpe al Estado y menos la desestabilización.

Las reglas democráticas están en las urnas, en el debate, la discusión, el intercambio y diversidad de ideas; la tolerancia y el ejercicio de libertades básicas.

Las reglas no están en el pensamiento único que acunan las redes; no son parte del odio y el rencor estimulado por las redes; no en la unanimidad falsa que pregonan las golpistas redes.

Y, en efecto, Peña Nieto y su gobierno deben renunciar… pero a la pasividad y a la actitud reactiva, para dar lugar al primer golpe, a la iniciativa y la acción directa contra adversarios políticos –no contra los que guerrean–, porque buena parte del problema de la crisis de confianza y credibilidad, está en las fallas y errores del propio gobierno para responder de manera contundente a las matonas redes.

en efecto, nadie puede ignorar el peso de las redes.

Pero todos deben saber que detrás de las redes están algunos de los peores enemigos de la democracia.

Al tiempo.