De la voz popular: “No hay mentira que dure cien años, ni pueblo que la aguante”.
Y a pocos días de que termine, de manera formal, la fallida gestión presidencial de López Obrador, los integrantes de la pandilla criminal de la llamada (4-T), se despojaron de las máscaras.
Y ya sin la careta detrás de la que se ocultaron por casi una década, quedó exhibido, y a la vista de todos, que nadie en el “narco-partido” Morena y tampoco en sus “narco-gobiernos” fue realmente demócratas, sino que todos aspiraron a instaurar en México la versión bananera del fascismo.
Sí, un fascismo que hoy, a siete días del fin de la gestión formal de Obrador, se coronará con una ilegal y grosera militarización de la vida nacional y con la muerte inconstitucional del Poder Judicial, el último contrapeso que le daba vida a la democracias mexicana.
Pero lo grotesco del caso es que, “gracias a las benditas redes”, Mexico y el mundo comprobaron el tamaño de la farsa, la mentira, el engaño, la hipocrecía y el cinismo de todos en Morena.
Y es que, empezando por López Obrador y hasta el último de sus lacayos, todos fueron exhibidos –en redes sociales–, por sus mentiras e incongruencias como aquellas campañas de “no a la miliarización”, “abrazos y no balazos”, “no mas sangre”, “no más masacres”, “ni un periodista más sin vidas”, “primero los pobres”, “en un gobierno de Morena la gasolina costaría diez pesos”; “No mentir, no robar y no traicionar”, “no al amiguismo, al nepotismo y al compadrazgo” y decenas de mentiras más que, a siete días del final del sexenio, son verdaderas joyas del fracaso y la farsa sexenal.
Lo cierto, sin embargo, es que lo peor está por venir. ¿Por qué?
Porque a partir del primer minuto de octubre del 2024, iniciará de manera formal la gestión presidencial de la espuria Claudia Sheimbaun, quien no será otra cosa que la marioneta de López, el verdadero mandamás detrás del trono dictarorial.
Y de esa manera, con Obrador como titiritero y con Claudia como marioneta, veremos el verdadero rostro del fascista AMLO, quien soñó con ser la versión moderna de Benito Juárez y terminó siendo un remedo bananero de otro Benito; Mussolini, el padre del fascismo.
Y es que López no sólo persigue a sus opositores; no solo los lleva presos con groseras farsas leguleyas, sino que lanza todo el peso del Estado contra críticos y periodistas, muchos de ellos incluso muertos.
Por ejemplo, al día de hoy son más de 80 los periodistas que han perdido la vida en lo que va del sexenio de Obrador, pero no existe una sola investigación abierta y en curso para aclarar tales crímenes.
Pero también de manera poco o nada clara –igual que ocurría durante el fascismo italiano–, en el México de López, de tanto en tanto aparecieron sin vida defensosres de derechos humanos, luchadores sociales y adversarios, cuyas muertes a nadie le importó aclarar.
Además, claro, de la militarización del país, al extremo de llevar a México a uno de los primeros lugares de apoyo militar en el mundo; una militarización que contrasta con el crecimiento escandaloso de los cárteles y sus mafias y de la violencia criminal en todo el país.
Y es que en la gestión de Obrador, se han cometido casi 200 mil muertes violentas, la mayor cifra en la historia, una de las mayores en tiempos de paz en todo el mundo; violencia fuera de control mientras que marinos y militares se dedican a administrar empresas del Estado.
Sin contar con más de 150 mil desaparecidos en todo el país, lo que ya obligó a organismos internacionales a llamar la atención al gobierno de López, que parece empeñado en desaparecer a los desaparecidos, mientras que madres y padres buscadores son asesinados con total impunidad.
Todo ello sin contar con otro primer lugar mundial que alcanza México durante el gobierno de AMLO; el número uno del Índice Global de Crimen Organizado, lo que confirma que el mexicano Obrador es uno de los líderes mundiales que mantiene la mayor alianza con los cárteles del crimen.
Claro, además del despotismo que lleva a López a declarar que su investidura y su palabra están por encima de la Ley, de la Constitución y de la división de poderes, lo que significa que Obrador está a punto de proclamarse “rey de los mexicanos”.
Y si aún lo dudan, el mejor ejemplo del peligroso avance del autoritarismo en México lo reveló un estudio que coloca a nuestro país como la nación del mundo con más apoyo a la autocracia, junto con Corea del Norte, Kenia y la India, lo que confirma que vivimos el fin de la democracia y la instauración de una tiranía.
Y es que igual que Mussolini, Obrador no sólo militarizó al país, sino que formó su ejército de “camisas negras”, motejados como “Servidores de la Nación”, verdaderos fanáticos a sueldo que lo mismo condicionan los apoyos sociales, que compran votos para el partido oficial.
Igual que Mussolini, López Obrador destruyó al Poder Judicial y al Máximo Tribunal Constitucional, en un afán por someter a jueces, magistrados y ministros para conseguir, de esa manera, el poder absoluto, sin contrapesos, sin críticos y sin opositores.
Y también igual que Mussolini, López declaró enemigos número uno de su gobierno a los periodistas, a los intelectuales y a los medios independientes que sólo ejercen una libertad constitucional fundamental; la libertad de expresión, que debe ser uno de los pilares de la democracia.
Y por eso la pregunta obligada.
¿Por qué y para qué el empeño de López Obrador por militarizar al país y por dar muerte a la división de poderes, en los últimos días de su gestión?
La respuesta ya la dimos líneas arriba: porque López será el titiritero y Claudia la marioneta del dictador.
Al tiempo.