“Quien siembra vientos, recoge tempestades”…

Quien siembra vientos, recoge tempestades” dice el refrán popular con origen bíblico. Algo similar sucede con las ilusiones. Sembramos la semilla de la ilusión, la regamos con expectativas y cosechamos decepciones.
¿Se acuerdan del anuncio de lotería que decía “Ya me vi”?  Me retrataba perfectamente. Cada vez que compro un billete de lotería, paso un buen rato pensando qué voy a hacer con el dinero del premio. Ya casi estoy a punto de abrir un cuenta en el banco para guardar mis millones, hasta que reviso el resultado del sorteo y la realidad derrumba mis castillos en el aire: ni reintegró. ¡Ah qué coraje! Imposible culpar a la Lotería Nacional de este enojo. Finalmente, fui yo quien eligió ignorar la realidad que nos dice que matemáticamente, la probabilidad de multiplicar el dinero por esta vía, existe pero es muy remota. Y no sólo eso, sino que fui yo quien baso sus expectativas en esa probabilidad mínima.
La lotería no es la única que nos hace generar expectativas. Para quien quiere levantar castillos en el aire, cualquier evento, persona o situación puede ser generador de grandes expectativas. El problema es que la realidad es ajena a expectativas. Y las cosas no suceden con tan solo desearlas. Cuando la fiesta no fue lo que habíamos soñado, la llamada o el mensaje que esperábamos, brilla por su ausencia, nuestras expectativas se estrellan de frente con la realidad. Nos sentimos frustrados, furiosos o agotados.
“Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. El esperar que las cosas sean de tal o cual forma es insensato, porque no podemos prever las reacciones de los demás. Una expectativa es una suposición de algo que sucederá en el futuro, que puede, o no, ser realista. El problema está en la palabra “suposición” que da por cierto algo a partir de indicios no de hechos comprobados. Suponer es fuente de errores y desilusiones.
Cada inicio de sexenio tiene una energía similar al del Año Nuevo. Le damos un poder mágico para transformarlo todo. Cerramos un ciclo y abrimos otro con infinitas posibilidades. El año que comienza tiene la frescura de una página en blanco, lo que nos hace sentir muy bien. Algo similar sucede el 1º de diciembre cada seis años, cuando vemos que por fin llega el momento en que se cumplirán las postulados que se hicieron en campaña y pensamos que todo cambiará.
Andrés Manuel López Obrador durante su campaña realizó diversos planteamientos y sembró la ilusión de una transformación de fondo para el país. Las expectativas para su mandato son enormes. Queremos ver honestidad y el fin de la corrupción. Queremos que disminuya la violencia. Lo cierto es que estos males son difíciles de erradicar y es imposible que esto suceda de la noche a la mañana. Los cambios llevan su tiempo. El cegarnos ante realidad sólo nos hará sentir frustrados como cuando no ganamos la lotería.
Quienes llegan al gobierno deben asumir la responsabilidad de su mandato. Se acabaron los tiempos de campaña, en los qué era fácil señalar los errores de otros; ahora sus errores serán señalados. Para los ciudadanos, finalizó el tiempo de defender a capa y espada a nuestros candidatos, llegó el momento de exigir un buen gobierno. Si se prometió austeridad, eso es lo que se espera. Muy positivo que los senadores lleven sus alimentos para no generar gastos, pero el cambio que esperamos debe de ir mucho más allá que un #tupperchallenge y comentarios en redes sociales.
Desgraciadamente, la venta de ilusiones puede tener una factura muy costosa. Existe el anhelo de un cambio profundo y verdadero no de gatopardismos. Si el cambio no llega a concretarse, acrecentará el enojo de la sociedad. Nadie quiere más de lo mismo, confío en que así lo entiendan.
Buen domingo a todos.