Pierden y se van, la renuncia y la madurez democrática

La renuncia de Manlio Fabio Beltrones se convirtió –de un momento a otro– en una de las noticias más comentadas. Y es que, para algunos, la renuncia es sinónimo de derrota.

Lo cierto es que en democracia la renuncia debe verse como un acto necesario. En democracia, la renuncia debe ser el reflejo inmediato de un mal resultado. Y en democracia, la renuncia debe incluso aplaudirse, cuando llega a tiempo y fortalece al Estado y a sus instituciones.

Sin embargo, la costumbre de renunciar es muy reciente en México. Acaso por eso, la salida anticipada de un dirigente partidista sigue provocando sorpresa en la opinión pública. Por eso preguntamos, ¿qué tan afianzada es la costumbre de renunciar al poder cuando los resultados en las urnas de votación son malos? A continuación presentamos un recuento que inicia con la primer gran derrota del PRI:

En 1997, el líder del PRI era Humberto Roque Villanueva. Como seguramente recuerda, en ese año el tricolor vivió su primera gran derrota: perdió la mayoría en el Congreso. Aun así, Humberto Roque no renunció al cargo. Eso sí, a las pocas semanas del proceso electoral, el presidente Ernesto Zedillo lo nombró director de la Aseguradora Hidalgo.

Durante la gestión de Dulce María Sauri Riancho –que fue de 1999 a 2002–, el PRI perdió la presidencia de la República –en el 2000–, perdió el Distrito Federal y en las elecciones estatales de ese año sólo ganó una de seis entidades en disputa –Tabasco–; un año después, hubo comicios en tres estados y la derrota fue absoluta, el PRI no ganó ni uno. A pesar de los fracasos, Sauri Riancho se quedó frente al partido hasta 2002. No renunció.

Otro ciclo de derrotas para el PRI tuvo lugar en los años 2005-2007, cuando Mariano Palacios Alcocer volvió a perder las elecciones presidenciales de 2006. El declive del PRI inició con la elección de su candidato –Roberto Madrazo–, y continuó con la derrota en el Distrito Federal y en los comicios estatales. De seis entidades en juego, el tricolor sólo ganó un gobierno: de nuevo Tabasco, cuna del abanderado presidencial. En ese año, además, el tricolor se convirtió en la tercera fuerza política a nivel nacional. Aún así, Palacios no renunció. Se mantuvo en el cargo hasta 2007.

Para 2012 el partido era dirigido Pedro Joaquín Coldwell, quien recuperó la presidencia de la República con Enrique Peña Nieto. Aún así, el PRI de Joaquín Coldwell perdió más estados de los que ganó. De siete estados en disputa sólo consiguió tres y no recuperó la mayoría en el Congreso, ni el Distrito Federal. Después de la jornada electoral, Coldwell fue nombrado secretario de Energía, es decir, que tampoco renunció al cargo.

En 2015 –con César Camacho Quiroz como dirigente nacional–, la derrota del PRI fue evidente. Si bien el tricolor recuperó la mayoría en el Congreso, perdió cinco de nueve estados en juego. Pese al resultado, Camacho fue nombrado coordinador de la bancada del PRI en la Cámara de Diputados. No renunció.

Este año –2016– el PRI volvió a tropezar. De doce entidades en disputa, perdió siete. Estos resultados llevaron al presidente nacional, Manlio Fabio Beltrones, a convertirse en el primer priista en renunciar luego de una mala elección.

En el PAN, la historia no es muy distinta.

Germán Martínez renunció a la dirigencia de Acción Nacional después de una derrota contundente en los comicios de 2009. En aquella ocasión, de seis estados en disputa, el PAN sólo se llevó uno.

Para 2012, el Partido Acción Nacional estaba en manos de Gustavo Madero, quizá uno de los peores dirigentes en la historia reciente de la agrupación.

Madero perdió la presidencia de la República en 2012, Madero también fue responsable de una penosa campaña presidencial –encabezada por Josefina Vázquez Mota–; y la mala gestión de Madero fraccionó al partido. Aun así, Gustavo Madero se reeligió en 2015. En este mismo año, el chihuahuense –junto con el resto de la oposición– abrió el paso para que el PRI recuperara la mayoría simple en el Congreso. Y para rematar, de los nueve gobiernos estatales en contienda, en 2015, el PAN sólo ganó tres. Pese a todo, Madero impuso a su sucesor y no renunció a la dirigencia.

Finalmente, el PRD.

En 2006, el dirigente del partido era Leonel Cota Montaño. Como sabe, en ese año los amarillos se quedaron muy cerca de la presidencia de la República. No obstante, un mal candidato –Andrés Manuel López Obrador–, dejó a la izquierda fuera de Los Pinos. Luego de la elección, el PRD de Cota Montaño encabezó un plantón en la avenida Reforma y se encargó de polarizar a la sociedad. Aun así, Leonel Cota se mantuvo en el cargo hasta 2008. No renunció.

En 2012, Jesús Zambrano era el líder del partido. Por segunda ocasión –una vez más con AMLO–, el PRD perdió la presidencia. Eso sí, en 2012, Zambrano firmó el Pacto con México con el presidente Enrique Peña y dejó el cargo hasta 2014. No renunció.

En el extremo opuesto, Carlos Navarrete presidió al PRD en 2015, año en que los amarillos se desplomaron en la capital del país y en las elecciones estatales. Por congruencia, Navarrete renunció.

Finalmente, hace días, Agustín Basave también anunció su salida del partido. A pesar de las tres victorias en alianza con el PAN, la derrota del PRD –el pasado 5 de junio–, es innegable. Por eso, Basave también renunció.

¿Y qué decir del señor López Obrador? El dueño de Morena ha perdido en todos lados –Zacatecas, Oaxaca, Veracruz y Tabasco–; además, su partido está convertido en empresa familiar. Y por si fuera poco, en la Ciudad de México –bastión del tabasqueño–, Morena no recibe más votos de los que le entrega el voto duro. ¿Y alguien ha sugerido que Obrador renuncie? Evidentemente no.