Mirar la realidad: Chiapas hace treinta años

José Alberto Márquez Salazar

Alberto Márquez Salazar

En agosto, de 1993, dentro de una clase que daba Alberto Arroyo en la Universidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa (UAMI) surgió un debate sobre la existencia de guerrilla en México. Días atrás, elementos del Ejército Mexicano habían capturado a varios campesinos con rifles y alguna otra arma. La pregunta de diversos analistas fue: ¿existe guerrilla en México?

 

En diciembre de ese 1993, dejamos de ver a varios compañeros de los cuales conocíamos su militancia en grupos y organizaciones de izquierda. Algunos afirmaban que se habían ido al sur de Chiapas a hacer trabajo social. Meses más tarde, ya en 1994, el periódico Reforma dio cuenta sobre las cartas que hacía años había escrito un estudiante, en la revista del CREA, un organismo para dar cabida a las expresiones de los jóvenes. Las misivas hablaban de la mirada del joven sobre las comunidades indígenas de la sierra de Chiapas, mientras realizaba su servicio social.

 

El periódico presumió que las misivas publicadas eran del líder visible del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN): Rafael Sebastián Guillén Vicente cuando realizó su servicio social en la Sierra de Chiapas.

 

Contra lo que muchos pensábamos, el primero de enero en los diversos medios de comunicación se informó sobre el levantamiento zapatista en el estado del Sur. Ese día, también entró el acuerdo comercial entre Canadá, México y los Estados Unidos. La visión de Carlos Salinas de Gortari, entonces presidente de México, caminaba a traspiés y con un despertar que poco convenía a la “estabilidad” de México. La sucesión presidencial, que entonces algunos consideraban como un maximato, inició en noviembre del 1993, con la construcción de Luis Donaldo Colosio, el heredero de una Revolución que viraba al “neoliberalismo”.

 

El año de 1994 nos trajo incertidumbre y la ¿descomposición? del entonces régimen. Los asesinatos del candidato presidencial y, posteriormente, en septiembre, del presidente y líder de la mayoría del PRI en la Cámara de Diputados, José Francisco Ruiz Massieu, pusieron en alerta a México y fortalecieron la necesidad de una transición democrática para cambiar al sistema de partido único.

 

México cambió desde entonces. La transición democrática iniciada dio paso a la primera derrota electoral del Partido Revolucionario Institucional (PRI), seis años después, en el año 2000.

 

El que tenemos adelante, el año de 2024, avizora incertidumbre y una polarización que a nadie le conviene. Hay que evitarla.

 

Las dos principales fuerzas políticas que buscan continuidad o renovación del gobierno federal no escatiman esfuerzos para llevarnos a la confrontación.

 

¿Le conviene a México ir a la confrontación?

¿Estamos leyendo mal la realidad o estamos escuchando de más las fake news que cada fuerza política nos envía?

 

México no es el del 1994, pero si mantiene viejas deudas que deben ser saldadas: la violencia contra las mujeres, la pobreza, la desigualdad, la discriminación, la intolerancia, la necesidad de que una parte de la clase política deje avanzar a nuevas generaciones (no hablo solamente de edades, sino de prácticas, de valores, ideales, objetivos, luchas…).

 

El 21 de agosto de 1994, la mayoría de las y los mexicanos votaron a favor de mantener vivo al sistema y al Partido Revolucionario Institucional que no tenía buenos saldos para con sus gobernados. ¿Por qué votaron por el violentador? Explicaciones sobran.

 

La cultura política, la conciencia de ciudadanía, no estaban tan presentes como hoy, pero las viejas prácticas político-electorales continúan. Qué tanto hemos avanzado para entender que en el proceso electoral las percepciones o “emociones” quieren desplazar a las propuestas y razones. Nos mueven unas, pero nos llevan a reflexionar las otras.

 

Desde hace más de cinco años, tenemos una oposición que día a día denuncia al presidente de la República y sus errores, omisiones, agresiones y mal ejercicio del poder. Esa oposición poco logró, porque desde el atril desde el que hablan no entienden que hay que definir propuestas, hay que advertir a las y los ciudadanos sobre los peligros que conlleva regresar al pasado, al viejo sistema.

 

En 1994, los medios de comunicación vivían un proceso de transición: Reforma, La Jornada, Unomásuno, Proceso… eran los espacios donde la oposición se expresaba. Hoy, son los medios de comunicación y unos cuantos analistas serios que con sus investigación documentadas se volvieron la verdadera oposición.

 

Viene el 2024 con sus treinta años de recuerdo sobre el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional y nos encuentra con muchas promesas incumplidas para las comunidades indígenas.

 

Viene un proceso electoral con un presidente de la República que no reparará en gasto para darle continuidad a su Transformación. ¿De verdad está preparada la oposición institucional para competirle? ¡Podrá la candidata de oposición (atrapada en sus errores, en su buenondismo y limitada por los líderes de los partidos políticos que, en su mayoría perdieron la elección de 2018) ganar en el 2024?

 

Un sábado de agosto, el día del cierre de campaña de la elección del 1994, un grupo de amigas y amigos estábamos en la “Villa de Madrid”, en la esquina de Uruguay y Bolívar, mientras esperábamos el inicio del mitin de Diego Fernández de Cevallos –ya habíamos estado en el de Cuauhtémoc Cárdenas. Una persona se acercó a nosotros y nos dijo que “la realidad no es como la queremos, y teníamos que aprender a leerla”. Era un compañero de la UAMI que estaba en el EZLN. Es cierto, no creíamos que en ese 1993 había guerrilla en México.

 

Viene el 2024 y hay que intentar mirar a la realidad lejos de lo que hoy nos pintan las redes sociales, la propaganda de las candidatas. Hay que ver cuál es el camino adecuado para México y sus habitantes. Ninguna de ellas tiene la receta adecuada; no “salvarán” a México si nosotros, las y los ciudadanos, no hacemos parte de la tarea.

 

El movimiento del EZLN cumple treinta años y pocos avances tienen los indígenas. Hay que aprender de ello para tener un mejor 2024 y votar con plena idea de lo que queremos para el futuro.

Alberto Márquez Salazar