“…ME LLAMAN EL LOCO”

No, no nos referimos a la clásica “El loco” de Javier Solís.

En realidad hablamos del discurso del ya candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, quien hizo alusión al mote de “loco”, “necio”, “tozudo” y “terco” que lo ha acompañado a lo largo de los años.

Y es que en su discurso de aceptación de la candidatura presidencial por Morena, López Obrador trató de convertir sus mayores defectos en virtudes electorales y de gobierno. Dijo, por ejemplo que perseguiría la corrupción con tozudez y hasta niveles de locura. También dijo que sería necio contra la corrupción y se reconoció intransigente para ayudar a los pobres.

Está claro que todos aquellos que han tratado a López Obrador, que lo conocen, que han acordado políticamente con él y que son parte de su grupo político, entienden que el tabasqueño es un político enojón, grosero, necio, terco y que, en no pocos casos es tildado de “loco”.

En efecto, López Obrador no escucha razones. Por eso, en dos ocasiones previas a la presidencial de 2018, se quedó en el camino. En los dos casos sus cercanos le pidieron cambiar el discurso, le exigieron prudencia, le recomendaron calma y… nunca hizo caso.

Pero tampoco hoy –en la presidencial de 2018–, parece entender que el mayor enemigo de López Obrador es la locura, la tozudez, la necedad y el carácter irascible de López Obrador.

Y esos defectos, que le han costado serias diferencias y escandalosas derrotas hoy quieren ser presentados como virtudes políticas.

Dicho de otro modo, López Obrador vincula sus promesas de gobierno, su preocupación por los pobres y su repudio a la corrupción con su mal carácter, su terquedad, su necedad y, en el extremo con su locura.

Pero no, que nadie se escandalice. En la historia universal y en la de México abundan los casos de mesiánicos del poder que pretenden engañar con sus defectos, convertidos en virtudes.

Todos o casi todos los dictadores ocultan su desmedida ambición de poder, sus afanes dictatoriales, son la supuesta preocupación de equidad a los que menos tienen, de proveer a los débiles, de garantizar la estabilidad del Estado.

El problema para López Obrador, sin embargo, es saber si los ciudadanos en su calidad de potenciales votantes, se van a dejar engañar.

¿Quién le cree a López Obrador y sus locuras convertidas en actos de fe?

¿Quién votaría por un político que supone que la locura resolverá los grandes problemas nacionales?

Al tiempo.