Orden
No sé qué escribiré, nunca he sabido.
Escribo por encargo y he ignorado
quién ordena lo escrito, quién leerá estas palabras.
Una mano me dicta, ciega,
cuanto he de borrar. Por detrás
de mí mismo, un ojo manco, o mudo,
o sin respuesta, le da forma
a mi angustia. Lo que importa
es un ritmo. Te fijarás tan sólo
en el acento exacto, en la sílaba
sexta, la adónica, silbante, o la sáfica,
la heroica, en las desnudas letras
palatales. ¿Y el mundo, entonces?
Una gardenia subterránea se derrama
en la página y su perfume dibuja
en el poema un extraño marfil,
con sangre y uñas. El concepto
se funde ahora en una sola y larga,
lenta frase que destruye
al ojo seco que me mira.
Escribo porque sí, porque me da la gana.
Pero me gana el mundo y muchos
Muertos se adensan en mi mano.
¿Para ellos escribo, aunque nunca
lo sepan? ¿Para ellos me dicto
cuanto he de escribir? Un mundo
silencioso corrige o enmienda
mis palabras. Me dice: bien,
no borres, añade aquí no sólo
un adjetivo, sino los huesos,
la garganta desnuda, el continente
amargo en el que habitas, este
áspero tiempo en el que vives.
Y en ciertas ocasiones obedezco.
Tomado de la antología de Juan Domingo Argüelles: Poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días.