Para llegar a la ciudad
A Alfonso Herrera Salcedo
La hora para llegar
debe ser la del crepúsculo,
cuando el sol toca las torres
y la iglesia hace indecisos
los contornos dorados.
El campo
en forma de millones de pájaros
invade la ciudad.
Tiembla el laurel
visitado por las alas,
y la tarde es un canto incesante
que sólo puede descifrar el viento.
Cuando la noche llega, el silencio
cortado por breves rumores
brilla en el aire tibio,
y los árboles callan.
Vuelan los presagios
sobre los corazones despiertos
bajo el peso del laurel.
Un algo se adivina,
y la muerte levanta su media luna
en lo alto de las torres nocturnas.
Tomado de la antología de Juan Domingo Argüelles: Poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días.