La muerte del papa y la geopolítica religiosa

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La muerte del papa Francisco ha puesto en actualidad a la iglesia católica, una de las instituciones más antiguas y extendidas del mundo. Con más de 1.300 millones de fieles distribuidos en los cinco continentes, la Iglesia Católica se fundamenta en el reconocimiento del papa como sucesor de Pedro y máxima autoridad visible y posee una estructura jerárquica que incluye cardenales, obispos y sacerdotes desplegados pro todo el planeta. Nadie tiene esa presencia y ese peso. La influencia del papa, hay que entenderla en estricto sentido: el Vaticano es una monarquía absoluta y un régimen teocrático. Pero lo cierto es que cuenta con presencia diplomática y capacidad de influencia en crisis humanitarias, conflictos armados y debates éticos mundiales. Cuenta con una extensa red diplomática que le permite proyectar poder blando en todo el mundo. Esta dimensión política del catolicismo se ha transformado a lo largo de los siglos, adaptándose a diferentes realidades históricas desde su papel como pilar del orden medieval europeo hasta su actual configuración como actor internacional con presencia en organismos multilaterales y capacidad para mediar en conflictos de diversa índole.

 

¿Qué sucederá, qué tipo de papa vendrá: un liberal, un conservador, un ultra? Son preguntas que abundan estos días en los diversos medios de comunicación. Pero pocos abunda sobre los intereses de la iglesia como institución. ¿Qué rol juega y qué le interesa al Vaticano? Abramos el panorama: hay que hablar de geopolítica religiosa. Es decir, de cómo las creencias y organizaciones religiosas influyen en las relaciones de poder territorial y en la configuración del orden mundial. Examinar el impacto de las religiones en la política internacional, los conflictos, las alianzas entre estados y el desarrollo de políticas públicas es sin duda una de las materias pendientes a la hora de analizar las Relaciones Internacionales y la política internacional. En el caso del catolicismo, esta dimensión geopolítica adquiere características particulares debido a su estructura centralizada y a la doble naturaleza de la Santa Sede como entidad religiosa universal y como sujeto soberano de derecho internacional. La Santa Sede representa un caso singular en la geopolítica religiosa al constituir el único ejemplo de una religión con estatus estatal reconocido. Aunque la Ciudad del Vaticano apenas supera las 44 hectáreas de territorio, su influencia se extiende mucho más allá de sus fronteras físicas, operando como un actor con capacidad para establecer relaciones diplomáticas, firmar tratados internacionales y participar en foros multilaterales. Es fundamental distinguir entre la Ciudad del Vaticano, el microestado soberano establecido mediante los Pactos de Letrán, y la Santa Sede, que constituye el órgano de gobierno de la Iglesia Católica y posee personalidad jurídica internacional. Esta distinción permite a la iglesia católica mantener una presencia diplomática en todo el mundo sin las limitaciones territoriales propias de otros estados: mantiene relaciones diplomáticas plenas con más de 180 países (con el corazón puesto ya no en la vieja Europa, sino nada más y nada menos que en América Latina, la región del último papa), y es uno de los actores con mayor reconocimiento internacional (observador permanente en la ONU desde 1964 y miembro de pleno derecho en algunas organizaciones internacionales como ACNUR, FAO, UNESCO y OSCE).

 

Al llevar el aspecto geopolítico, hay que entender una diferencia fundamental: el poder religioso, a diferencia del poder político tradicional se construye sobre la legitimidad moral (nadie puede discutir racionalmente sobre la virginidad de María, por ejemplo), la influencia cultural y la capacidad de movilización de sus fieles. Estos factores se potencian por lo que hemos señalado antes: la gran extensión global y su organización jerárquica que permite trasladar mensajes y directrices desde el centro hacia las periferias.  ¿Cuáles son esos mensajes? Básicamente dos: la  bioética y la moral sexual.

 

  1. La iglesia católica se ha opuesto a la fertilización asistida, la investigación con células madre y la eutanasia, generando tanto adhesiones como resistencias en la sociedad. Aquí  presenta un marco teórico que combina los argumentos religiosos con algunas aproximaciones científicas y filosóficas.
  2. La encíclica Humanae Vitae, dictada por Paulo VI, sentó las bases teológicas para la oposición católica a la anticoncepción, mientras que documentos posteriores han reforzado la postura contra el aborto, calificándolo como un atentado directo (asesinato, pues) contra la vida humana. Lo mismo ocurre con la definición de matrimonio (que sólo puede darse siguiendo el ejemplo de Adán y Eva).

 

Estas cuestiones, además, han facilitado lo que se conoce como diálogo interreligioso. El impacto del decreto Unitatis Redintegratio, estableciendo las bases para la cooperación y la unidad entre los cristianos, por ejemplo, permitió extender la influencia en países como Rusia. Siguiendo esta línea, el propio papa Francisco firmó el documento sobre Fraternidad Humana, firmado con el Gran Imán de Al-Azhar en 2019, que busca encontrar los valores compartidos.

 

Con un cónclave a las puertas, es válido preguntarse cómo evolucionarán estas tendencias. ¿Perderán ímpetu? ¿Se agotará en la burocracia vaticana? ¿O conseguirá renovar el catolicismo y, por tanto, llevar nuevos psotualdos morales a la escena internacional? Muchas de estas cuestiones aparecen en el libro del afamado Manlio Graziano, El siglo católico. La estrategia geopolítica de la iglesia, del que recomendamos su lectura y su reflexión. En todo ello,  habrá que recordar la frase del gran Oscar Wilde: cada cardenal tiene un pasado y cada papa tiene un futuro.