La muerte anda en campaña

VIZARRETEA-CONSTELACION-POLITICA

El asesinato es un delito más grave que el homicidio, que culmina con la muerte de una persona, con alevosía, saña y muchas veces, por encargo e intercambio de dinero. Así ha ocurrido en múltiples ocasiones en México, con datos duros graves y trágicos, más de 183 mil homicidios dolosos, con más de 30 candidatos asesinados, con más de 10 feminicidios diarios, y desapariciones como nunca; lo mismo niños, jóvenes, mujeres, trabajadores, profesionales, políticos, autoridades y ancianos, nadie se salva.

Se han superado expresiones que agravian a las víctimas, que parecen burla ante las tragedias y siguen lastimando a sus familiares: no pasa nada, todo está bien, todos felices, son poquitos, ocurren en muy pocos lugares, y qué hacían, andaban en malos pasos; predomina la distorsión, la mentira, la falsedad, la pretensión de querer tapar el sol con un dedo, de una irresponsable política de avestruz.

Mientras tanto, crecen los muertos, sucumben ante el terror familias, comunidades, instituciones, la sociedad en general, salvo los asesinos y sus jefes, sus aliados o cómplices. Datos duros graves que se suman a una tragedia familiar, social, política que conduce, más allá del dolor a inestabilidad social e ingobernabilidad. A la pérdida del Estado de Derecho.

La vida y la muerte tienen costos y recompensas, el asesino asume una encomienda, quitar la vida a otra persona, por un precio que tasan otras personas interesadas en quitar la vida, por alguna necesidad, interés o deseo, que no siempre conoce las situaciones reales que rodean a la víctima. Hay un supuesto beneficio en quien comete el crimen, en quienes lo encargan, delincuentes organizados que cobardemente impulsan la acción de quitar la vida y no muestran su verdadero interés. Solo exponen la violencia abierta que reitera la inseguridad nacional.

La transacción del hecho criminal, te doy esto porque hagas esto otro, o lo hago porque no quiero esto, bajo el supuesto de que la víctima puede causar-me un daño mayor. El motivo esclarece el hecho que no siempre lo justifica.

Es una relación que va del que comete el acto, del que lo induce, del que es víctima y de las características específicas del acto mismo, de sus intenciones y alcances.
La ley y la justicia rondan alrededor del crimen, del asesinato, del homicidio. No avanzan ninguna investigación, ni resultado. Abren la puerta a la justicia por propia mano. Los dichos de la autoridad no cambian el hecho, pero acentúan la mirada en los motivos o interés del asesino, criminal, delincuente u homicida, que lo realiza e inducen las características de la víctima, para aclarar, justificar o aceptar el hecho mismo. Desde la culpa y responsabilidad hasta lo fortuito accidental en que ocurre.

La investigación casuística de los hechos, de la repetición de los mismos y de los responsables de quienes atentan contra las personas, establece un patrón incierto, de inseguridad, imprevisión o cuidado para evitar la muerte del agredido. El delincuente asesino juega un papel de juez divino que castiga, cuyas razones no sostienen el dictamen homicida, ante la pérdida de una vida. Son los intereses, el fin mismo, con el agregado traicionero de la premeditación, la alevosía y la ventaja, lo que adjetiva el hecho trágico.

Personas que andan por la vida, de pronto se muestran como verdugos o víctimas y trascienden su cotidianidad. Esos cinco minutos de atención que generan una estela de sucesos hasta que la opinión pública encuentra otros eventos que sepultan el anterior.
Ya lo decía el mexicano poeta y cantante, clásico popular: la vida no vale nada.