Héctor

Pocos lugares más difíciles para reportear en México como Tamaulipas. Si algún estado del país ha concentrado los horrores que hemos vivido en los últimos 15 años, es esa esquina del país.

Estado de poblaciones sitiadas y desplazadas por la criminalidad, campo de batalla de grupos delincuenciales cada vez más atomizados y violentos, lugar de paso de drogas y migrantes y, a pesar de todo, uno de los motores de la economía nacional… Tamaulipas no ha dejado de dar nota.

Y si alguien sabía lo que pasaba allí era Héctor González Antonio, corresponsal de Excélsior y Grupo Imagen en esa extensa entidad.

Cuando las redes sociales se llenaban de denuncias sobre tiroteos y persecuciones en Reynosa, yo sabía que podría llamar a Héctor y él me diría exactamente lo que estaba pasando.

El trabajo periodístico no tiene mucha ciencia. Basta con ser buen reportero para cumplir con la chamba. Pero eso sí tiene su chiste. Un buen reportero tiene fuentes confiables, a las que puede llamar sin que duden de él. Fuentes bien informadas. Y Héctor siempre sabía a quién buscar.

Héctor, dicen en las redes sociales que detuvieron a tal personaje –le dije una vez.

—Pues, mira, lo que yo sé es que no lo han detenido. Estuvieron a punto de capturarlo, pero se les fue –me respondía.

—¿Seguro, Héctor?

—Eso me dicen mis fuentes.

Así eran nuestras conversaciones. Y siempre resultaba que las fuentes de Héctortenían razón. Nada mejor para quien tiene la responsabilidad de coordinar a un grupo de periodistas que tener en casa a un reportero así.

Lo mismo para un conductor de radio y televisión, quien muchas veces tiene que informar a la audiencia en tiempo real. Jamás tuve el menor reparo en dejar que Héctor diera la nota. Sabía de lo que hablaba, informaba con precisión y contextualizaba sin desmemoria ni exageración.

Por supuesto, Héctor sabía los riesgos de ser periodista en Tamaulipas. No le faltaba valentía para poner su voz y su nombre a la información que recababa para el periódico o los medios electrónicos, pero escogía cuidadosamente sus palabras. Sabía que los delincuentes escuchaban y leían todo lo que él transmitía y que las palabras mal interpretadas podían dar lugar a represalias por alguno de los bandos criminales enfrentados.

Hace años, en Excélsior, recibimos un correo electrónico en el que un personaje asociado con la banda de Los Zetas reclamaba que nuestras notas eran perjudiciales para su grupo y favorables para el cártel rival. Nos conminaba, no de buen modo, a que no siguiéramos en ese supuesto favoritismo.

Desde luego, no había tal. Al menos, no encontramos, después de revisar decenas de notas, algo que indicara algo así. Sin embargo, esa historia –de la que se ocupó la Policía Cibernética– nos alertó a mis compañeros y a mí sobre la sensibilidad de los grupos delictivos respecto del trabajo periodístico.

En la Ciudad de México, recibir un mensaje así quizá no entraña un gran peligro para un periodista. Pero en Tamaulipas es otra cosa. En ese estado, los mañosos llegaron a tener “jefes de prensa” que revisaban todo lo que publicaban los medios locales –no sé si siga siendo el caso–, desde la manera de informar sobre una ejecución hasta quiénes aparecían en las páginas de sociales.

Esto que les cuento –que, dicho sea de paso, me fue relatado por periodistas tamaulipecos– no es trivial en la historia de Héctor González. Nuestro compañero no era un kamikaze. Era muy responsable para informar. Pero no sólo eso: tenía cuidado de no utilizar lenguaje que pudiese inflamar el ánimo de tipos que viven en la paranoia y la sed de venganza.

Por eso me cuesta trabajo entender su muerte. Sobre todo, la forma tan cruenta en que fue asesinado. En nada ayuda la especulación. Por supuesto, tengo claro cuáles fueron sus notas más recientes. Y también tengo presente la última vez que hablamos en la radio, sobre la última oleada de violencia en Reynosa, donde un camión tipo escolar que transportaba obreros fue rafagueado luego de que su chofer se negó a detener en un retén.

La muerte de Héctor nos deja un gran vacío. Quienes lo asesinaron nos arrebataron a un querido compañero y a un reportero dedicado y riguroso.

En los días por venir estaremos exigiendo que las autoridades investiguen a fondo el crimen y no permitan que se sume al pesado expediente de los casos no resueltos que terminan en la impunidad. Muchos de ellos, de periodistas como él.

Mientras, me quedo con la tristeza de no haber convivido más con Héctor. Y con las cálidas palabras que me dedicó en una visita que hice a Tampico para transmitir el noticiario de radio de Imagen. “Sólo vine para tomarme una foto contigo”, me dijo. Cuando miro esa foto, me detengo en la mirada limpia de un hombre que cumplió con creces su misión en la vida.