Está con nosotros mucho tiempo antes de que los británicos construyeran Stonehenge. Fue Osiris quien nos enseñó a cultivarlo (Plutarco, De Iside et Osiride). Noé se emborrachó con él después del diluvio (Génesis 9:20-21). Enkidu se civilizó al beberlo y comer pan (Epopeya de Gilgamesh, Tabla II). Tutankamón tenía ánforas de vino etiquetadas en su tumba (Howard Carter, 1922). Ramsés II lo servía en banquetes (Papiro Harris). Plinio lo relacionó con la verdad y Platón advirtió de sus peligros si lo bebían menores de 18 años (Las Leyes, Libro II, 666a). Jesucristo lo utilizó en la Última Cena y forma parte fundamental de la eucaristía (Mateo 26:27-28).La historia del vino es tan antigua como fascinante. Envuelta en mitos, rituales religiosos y leyendas, tiene una historia difícil de igualar para cualquier otra bebida.
En Zagros, la actual Georgia, hace unos ocho mil años, alguien debió haber dejado unas uvas en un recipiente. Las levaduras convirtieron el azúcar en alcohol y nació el vino. Inmediatamente se debieron haber percatado de su magnífico sabor y empezaron a almacenarlo en vasijas de barro llamadas Qvevri, que siguen utilizándose hasta el día de hoy. Lo sabemos porque se han encontrado restos de ácido tartárico, pigmentos de uva y cristales de vino en vasijas de seis mil años de antigüedad. Ese magnífico accidente se volvió desde entonces uno de los principales momentos de la historia.
El vino estaba presente en la antigua Mesopotamia. Si bien la cerveza era más común, hay registros del uso del vino para rituales religiosos en tablillas cuneiformes.
El vino acompañó a los egipcios y fue parte importante de su fascinante civilización. Egipto fue uno de los primeros grandes centros vinícolas del mundo antiguo. Ahí, el vino estaba asociado principalmente a las clases altas y a los rituales religiosos. A ellos, que les apasionaba documentarlo todo (y gracias a eso tenemos tan valiosa información de su cultura), se encuentran registros del vino en papiros, dibujos y tumbas faraónicas donde las ánforas están etiquetadas con información sobre el tipo de vino, la cosecha y hasta el nombre del viticultor (como nuestras modernas etiquetas de las botellas).
En los Textos de las Pirámides, que datan del 2400 a.C., encontramos invocaciones donde el rey muerto “bebe vino dulce” como símbolo de la vida eterna. El vino forma parte de las ofrendas que regeneran al difunto en el más allá.
En la tumba de Khaemwaset, hijo del faraón Ramsés II, hay frescos con representaciones de sirvientes sirviendo vino a los invitados en un banquete. El vino, entonces como hoy, forma parte fundamental en las celebraciones. Era y sigue siendo un sinónimo de lujo, placer y celebración.
El Papiro Harris, uno de los documentos administrativos más largos y completos existentes del Antiguo Egipto, menciona el vino en el contexto de las ofrendas religiosas. Menciona que Ramsés III proporcionó viñedos consagrados a los dioses: “He establecido viñedos para la casa de Amón, con trabajadores dedicados a su cultivo”. Además, habla de haber proporcionado grandes cantidades de vino a los templos.
El vino también tenía usos medicinales. El Papiro Ebers, uno de los tratados médicos más antiguos y extensos que se conocen, lo menciona como ingrediente en diversas recetas medicinales: “Mezclar higos, pasas y piñones, todos ellos tostados y humedecidos, con vino y bebérselo” (esto era una receta para curar enfermedades del vientre).
Los fenicios comerciaron con el vino en el Mediterráneo y así llegó a Sicilia, Cartago y la península ibérica. Para la antigua Grecia, el vino era parte fundamental de sus banquetes, teniendo a Dionisio como dios del vino. Posteriormente, los romanos perfeccionan el arte del vino: manuales de viticultura, técnicas de añejamiento, barricas, marketing de variedades. El vino romano conquista Europa y se convierte en elemento central de la cultura.
El vino llegó a nuestro país durante la conquista. En 1521, Hernán Cortés, viendo la complicación de traer el vino desde España, ordenó que se plantaran vides para producir vino, muy arraigado a la tradición de su país e indispensable para la celebración de la eucaristía. Los primeros viñedos en México se plantaron en el Valle de México, es decir, en la región alrededor de la actual Ciudad de México, entre 1520 y 1530. El clima y el suelo del Valle de México no resultaron ideales para la vid europea: había problemas de humedad, temperaturas no constantes y suelos volcánicos. Por eso, los españoles buscaron mejores tierras en otras regiones; empezaron a sembrar vides al norte de México, uno de ellos en Parras de la Fuente, Coahuila, donde en 1597 se funda Casa Madero, la primera vinícola de América.
Hoy, cada vez que alzamos una copa de vino, no solo brindamos por el presente. También honramos a los dioses, faraones, campesinos y viajeros que, a lo largo de ocho mil años, vieron en el vino un símbolo de vida, celebración y eternidad. Con toda esa historia y un sabor incomparable, podemos entender a Ernest Hemingway:
“Mi único arrepentimiento en la vida es no haber bebido más vino.”
¡Buen domingo a todos y gracias por leerme! ¿Te gusta el vino? Espero tu opinión dejando un comentario en el blog o en mi cuenta de X: @FernandaT.