Los dioses castigan a los mortales concediéndoles sus deseos, así fluye una idea popular, que expone las dificultades para cumplir o el costo que implica una solicitud divina, de un medio considerado necesario, para lograr un fin determinado.
Lo anterior tiene que ver con la aprobación de un conjunto de leyes, asociadas con la seguridad pública. La legalidad de las estructuras gubernamentales, de la guardia nacional y las tareas de seguridad ciudadana, la actualización de los procesos de investigación e inteligencia, que junto con la coordinación absoluta de las entidades de seguridad, no tienen más que cumplir con los resultados esperados por todos, que conduzcan a la paz, estabilidad y desarrollo nacionales.
Las responsabilidades jurídico políticas están delimitadas institucionalmente, los personajes responsables están más allá de la curva de aprendizaje inicial, entonces, los resultados deseados están a la vuelta de la esquina.
La terca realidad pone obstáculos, la realidad juega a favor de los dioses y en contra del esfuerzo de los mortales. Sísifo aparece siempre, un castigo cotidiano del volver a empezar una tarea, de no terminarla siempre, en tiempo y en forma. De una inseguridad que lucha con todas las formas de la inseguridad.
Por ello, la previsión es un elemento que debe acompañar todo quehacer humano, individual o colectivo. Más aún, prever estratégicamente y planear siempre, en materia de seguridad. Cuando las estadísticas oficiales dicen que ha disminuido el portafolio delincuencial, que está en camino de resolverse tal o cual problema, surge un algo que contradice lo expuesto. Si bajan los homicidios dolosos, resurgen batallas campales en algún estado, ya sea por confrontación entre carteles o células criminales; se descubren lugares donde las masacres han estado latentes, se observan tendencias corruptoras entre la delincuencia y servidores públicos que no debieran ser y, que, por la triste situación tentadora, caen en la red de una voraz delincuencia. El tema del huachicol se volvió una fábrica de delincuentes de todos los cuellos, nacionales e internacionales.
Parece que no hay remedio, que Sísifo tienta a los mortales, que no es uno, sino una legión de delincuentes. Que no desean el bienestar comunitario sino el propio, que así piensan resolver sus problemas de dinero, placer o bienestar, que no tienen conciencia a mediano o largo plazos, que viven en la inmediatez y la necesidad, que son presa fácil de la delincuencia, el crimen y las malas prácticas de convivencia.
Ante todo esto se enfrentarán quienes consideran que con el nuevo corpus jurídico que fortalece los instrumentos en contra de la delincuencia, van a lograr sus objetivos, que evitarán el crecimiento de la violencia y generarán una cultura de paz, legalidad y participación social, que no dañarán a la población, en fin, que los delitos van a disminuir, que el portafolio de actividades ilegales desaparecerá. Cuidado con los maquillajes de cifras, de éxitos falsos, de echar las campanas al vuelo, la realidad es muy terca.
Y cuando ello avanza, del norte nos viene una carga que afecta la estructura del sistema económico financiero, que expone a personajes ligados al más alto nivel de la clase política, que muestra la corrupción abierta de individuos y de las instituciones, que ello daña los quehaceres cotidianos y los esfuerzos que combaten la delincuencia organizada o no.
Qué difícil tarea nos imponen los dioses, qué compromisos asumen los mortales, y, a pesar de todo, seguimos en la batalla, en la trinchera de cada quien, con el afán de que los dioses no nos castiguen y, si no nos premian, que nos permitan una vida placentera.