Claudia Sheinbaum: el reto de la violencia que no se detiene

José Alberto Márquez Salazar

José Alberto Márquez Salazar

 

Este fin de semana fue asesinado el padre Marcelo Pérez Pérez. Todos deberíamos lamentar su deceso y los hechos.

 

Los habitantes de los estados de Tabasco, Chiapas y Sinaloa viven momentos delicados y a pocas personas parece importarle.

 

Todos los días, desde el sexenio de Felipe Calderón, en este país avanzamos con la sangre y la tragedia de la mano.

 

En los primeros quince días de gobierno de la nueva administración federal hubo 1,308 asesinatos.

 

Las narrativas de las élites políticas son bastantes simples y peligrosas: una promueve la normalización de la violencia como resultado de las acciones del pasado y la otra acusa al presente sin ver el camino que nos trajo hasta acá.

 

Para las dos narrativas, principalmente, la muerte de las personas son números que se utilizan políticamente; no hay responsabilidad, no hay capacidad para aceptar que la delincuencia organizada controla muchos territorios, barrios, colonias y estados en este país.

 

No hay sensibilidad y entendimiento de lo que significa la muerte de una persona para quienes diariamente están preocupados por lucrar para ganar adeptos políticos.

 

Detrás de cada persona asesinada hay familias que cambiaron su destino y que vivirán con dolor; hay futuros truncados, rencores y odios que se acumularán.

 

¿Cómo será el futuro de aquellas niñas, niños y jóvenes que no encuentran a sus familiares o que los han visto en la morgue, en el ataúd?

 

Chiapas es un territorio de sangre y de dolor, ayer fue Chiapas, mañana no sabemos cuál será el territorio que amanecerá desangrado.

 

De origen Tzotzil, el padre Pérez sirvió durante muchos años a las comunidades de San Andrés Larráizar y Pantelhó, comunidades que históricamente viven violencia.

 

Reviso un escrito de Enrique Florescano, Memoria mexicana (1987). Ahí recupera, en un capítulo, la historia de la virgen de Cancuc en 1712-1713. Tras la aparición de una virgen y el rechazo de las autoridades eclesiásticas y civiles:

 

“En Cancu y en los pueblos indios que se sumaron al movimiento rebelde se anunció la extinción del tributo, de los alcaldes mayores y de los funcionarios de Ciudad Real. Un documento de los rebeldes ordenaba acabar con los curas y religiosos y con todos los españoles, mestizos, negros y mulatos, de manera que sólo indígenas poblaran la tierra. Este rechazo total de la dominación española culminó con la formación de un ejército indígena, que adoptó el modelo militar español.” (pág. 425).

 

No fue el único movimiento indígena vinculado con la religión. En diciembre de 1997, fueron asesinados 45 indígenas tzotziles de la comunidad de Acteal, en San Pedro Chenaló.

 

Hace dos años:

 

“Cerca de 200 indígenas tzotziles en Chenalhó, en el Estado de Chiapas, han denunciado esta semana que se vieron obligados a abandonar sus viviendas ante el clima de violencia generado por un conflicto armado en la zona. Las familias, en su mayoría mujeres y niños, señalaron que algunos de sus integrantes habían sido asesinados y que sus tierras habían sido quemadas en balaceras continuas que hacen imposible habitar en su lugar de origen.” (El País, 10/10/22).

 

En Chiapas, la violencia impide que las personas tengan la seguridad de regresar con bien a su hogar. En Chiapas no hay transformación ni paz ni seguridad.

 

Claudia Sheinbaum tiene 21 días de gobierno, le entregaron un país en violencia; Rutilio Escandón Cadenas cumplirá en diciembre 6 años de gobierno: ¿qué hizo para que el estado redujera la violencia?

 

Eduardo Ramírez Aguilar del Movimiento de Regeneración Nacional gobernará los próximos seis años. ¿Podrá revertir la violencia que está presente?

 

Ayer murió el padre Marcelo Pérez. Dedicó su vida a la construcción de la paz. Desde ayer su comunidad está desmembrada y amenazada.

 

Hay cientos de fotos del padre Marcelo Pérez en su trabajo diario, siempre acompañado por sus feligreses. Este domingo los feligreses lo llevaron a su último descanso.

 

El padre Marcelo tuvo un propósito en su trabajo: lograr la paz en las comunidades del estado Chiapas.

 

El gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum tiene quince días y en cada uno de ellos han muerto 87 personas, en promedio. No hay paz, hay violencia.

 

¿Hasta dónde negaremos la tragedia que vive México?

 

¿Hasta dónde llevarán sus diferencias los gobernantes de México, olvidando lo esencial de su compromiso público?

 

El lucro político por las muertes está presente, no hay solidaridad, no hay dolor por lo que sucede; busca ganar algo, demostrar que los gobiernos se equivocan.

 

El proceso electoral pasó y la decisión del electorado buscó un mejor presente, un mejor futuro. No se vislumbra.

 

Los gobernantes, como desde hace más de dos décadas, están fallando en la tarea esencial del Estado: brindar seguridad a las personas.

 

¿Qué van a hacer los legisladores del Congreso de la Unión (las cámaras de diputados y senadores), aparte de seguir confrontándose por la elección ya finalizada?

 

¿La oposición va a seguir lucrando políticamente con la violencia, con los asesinatos?

 

¿El Movimiento de Regeneración nacional va a seguir culpando al pasado y negando la violencia que hay en México?

 

La presidenta, Claudia Sheinbaum tiene la posibilidad de cambiar el pacto político para desterrar la narrativa de la violencia; tiene la oportunidad de escuchar a la oposición para trabajar juntos en la reconstrucción de la seguridad.

 

No es Claudia Sheinbaum la responsable del asesinato del padre Marcelo Pérez ni de otros asesinatos, pero ella ya es encargada de lo que pasa en el país, incluyendo los desgobiernos de los estados de la República.

Claudia Sheinbaum tiene la responsabilidad de conciliar con todas las fuerzas políticas y atajar la violencia que lastima todos los días a miles de familias