La izquierda mexicana está confundida. No se encuentra en donde algunos creen. En donde sí está, no sabe a dónde ir. Morena y su dirigente no son de izquierda, en primer lugar porque jamás han pretendido serlo. Así lo detalla Raúl Trejo en su espacio de opinión publicado en La Crónica.
Bajo el título: “La izquierda confundida”, Trejo detalla que dentro del partido Regeneración Nacional, existen dirigentes de izquierda que están bajo el mando de un liderazgo que no concuerda con este ideal, o al menos no del todo, puesto que Morena no representa una generación de izquierda sin un anhelo de cambio social, lo que lo hace atractivo para antiguos simpatizantes de causas y organizaciones de izquierda.
“Para muchos la izquierda es un estado de ánimo, sobre todo contestatario, irreverente, exigente. En otras ocasiones se le identifica con la reivindicación de la dictadura del proletariado, aunque la creciente complejidad de las sociedades y la difuminación de la lucha de clases dejó atrás esa aspiración.”, se lee en su columna.
Raúl Trejo detalla que la izquierda más que ser una definición, le hace falta construir un perfil propio, a partir de sus tradiciones, y enumera 6 preocupaciones de las que una izquierda moderna tendría que ocuparse.
1.- La lid contra la desigualdad. La aspiración igualitaria nunca será satisfecha del todo, pero en sociedades intensamente inequitativas ese afán constituye la expresión más elemental, y más necesaria, de la batalla por la justicia. Una izquierda auténticamente identificada con ese compromiso propone medidas prácticas y no se conforma con hacer retórica a propósito de la pobreza. Es preciso garantizar un ingreso mínimo a todas las personas y para ello hacen falta políticas de redistribución rigurosas, permanentes y eficaces.
La cuestión fiscal es insustituible en una política para aminorar la pobreza y acotar la desigualdad. La izquierda en México, salvo excepciones, se ha mimetizado al discurso económico conservador y le aterra hablar de aumento de impuestos o de recursos de política económica como el déficit fiscal. Una izquierda moderna apuesta por el fortalecimiento del Estado lo cual no significa sobredimensionarlo sino ponerlo, con eficiencia pero con recursos, al servicio de la sociedad. El eje del combate a la desigualdad es la economía pero no puede agotarse allí.
2.- Reivindicar a la democracia. Todos hablan de ella pero, en la práctica, pocos se comprometen con la democracia. Apostar por la democracia implica respaldar sus mecanismos y sus resultados. Sin embargo, en las izquierdas hay quienes consideran que los propósitos políticos justifican los medios y sólo son demócratas cuando las consecuencias de la democracia les convienen.
La convicción democrática se manifiesta no únicamente respecto de la vida política nacional. Antes que nada, la democracia se ejerce en los entornos más inmediatos. Las organizaciones de izquierda, para ser tales, tendrían que garantizar la existencia de procedimientos democráticos para la deliberación constante, la existencia de corrientes internas, la designación de dirigentes y candidatos y la transparencia hacia el resto de la sociedad. La izquierda es lo que son sus propuestas, pero también su comportamiento político.
3.- Derechos humanos y libertades de las personas. No hay izquierda al margen de la reivindicación de los derechos humanos, entre ellos las garantías para que las personas puedan ejercer sus decisiones y preferencias sin más limitación que los derechos de terceros. Temas como aborto y matrimonio igualitario, reconocimiento pleno y constante de los derechos de las mujeres, eutanasia, y despenalización de las drogas, forman parte indispensable de la agenda de una izquierda contemporánea. Los derechos de las personas son irrenunciables en una sociedad abierta.
4.- Tolerancia, discrepancia, deliberación. Ninguna formación política —la izquierda tampoco— representa a todos. La sociedad es inevitable, y quizá venturosamente, diversa y plural. El reconocimiento de que forma parte de esa sociedad, implica que la izquierda no se considera al margen ni mucho menos por encima de ella. Sus propuestas y aspiraciones sólo pueden prosperar en la medida en que convenza o establezca acuerdos con los ciudadanos y organizaciones que tienen otros puntos de vista. Ese es, dicho de otra manera, el meollo de la política. Si quiere hacer política en esta sociedad plural y diversa, la izquierda tiene que persuadir pero además ha de estar dispuesta siempre a los acuerdos y a la negociación, precisamente, política.
La política en esas circunstancias sólo puede hacerse cuando quienes la practican se reconocen como interlocutores, con respeto sin demérito de sus diferencias y con disposición a entender las razones de otros. Esa condición de iguales, en tanto que cada parte tiene los mismos derechos básicos, implica que la vida pública sea democrática y laica. El laicismo es un principio cardinal para la izquierda moderna. Las convicciones o las posiciones religiosas, o sus símbolos y tradiciones, no confieren ninguna autoridad en el ejercicio de la política. Los fundamentalismos son por definición refractarios al intercambio y, así, a la igualdad entre las personas. Ningún dogma, sea religioso, político o ideológico, es admisible en el debate democrático.
5.- Verdad y racionalidad. A pesar de los innegables avances de nuestra civilización y de la abundantísima información de la que disponemos hoy en día, en nuestras sociedades se mantienen inquietantes pulsiones de carácter irracional. El pensamiento mágico, las supercherías, la negación de hechos científicos, son patologías sociales que contradicen a la ilustración. En distintas latitudes, el pensamiento irracional está asociado al auge del conservadurismo político.
Cada quien tiene derecho a creer en lo que quiera pero no a imponer a otros sus creencias o supersticiones, mucho menos a pretender que sean parte de proyectos políticos o políticas públicas. Durante mucho tiempo la izquierda fue el bando de las ideas. Para seguir siéndolo tiene que estar al margen de las seudociencias, anteponer los hechos a las creencias, defender la verdad por incómoda que sea y reivindicar, en toda circunstancia, la racionalidad.
6.- Voluntad autocrítica. El talante crítico que mantiene respecto de todos los actores de la vida pública, la izquierda tiene que ejercerlo también respecto de si misma. La izquierda moderna está contra todo fundamentalismo, respeta a los ciudadanos y para influir en el espacio público sostiene posiciones, las argumenta y explica, debate sin descalificaciones pero sin temor a la confrontación de ideas, reconoce errores, subraya la complejidad de los problemas, elude las soluciones simples. Esa actitud no es fácil de sostener en un entorno tan proclive a las simplificaciones como el que define a nuestras sociedades.
A las izquierdas, históricamente, las ha identificado la vocación por el debate y las ideas. Hoy más que en otros tiempos, y para remontar sus confusiones, se requiere una izquierda que apueste al debate público, con perseverancia y tolerancia pero también con exigencia. No sé si esa izquierda, comprometida con los seis valores que he enumerado, sea posible hoy en México. Estoy convencido de que es indispensable.