El Gary

El Life es chido. Y la mera neta es que acá se hace buen bisne. Pero también hay otros por el rumbo. Y no es por presumir, pero aquí soy bien conocido. Yo surto a todos los de aquí. Que la tacha, que el pericazo, que los ajos. Nomás dime y yo te lo consigo. Ah, y sí, la mois también. Es la buena, ¿que no?

¿Que cómo empecé? ‘Tá chido. Te cuento. No manches, me haces irme un buen de años atrás. ¿Qué te cuento?, ¿qué te cuento? Pus yo soy el Gary, pa’ servirle a Dios y al pueblo. ¡Ay, que te la crees! Ni madres, yo nomás me sirvo a mí y, si me pagan, a otros. Pero nomás si me pagan bien. No vayas a creer que les voy mendigando una sor juana o un porky. No, eso es para pinches jodidos. Yo puros grandes. Ah, sí, sí. No te voy a contar de muy atrás, porque pa’ qué.

Mi familia era normalona. Ya sabes. De esas con papá, mamá e hijos. Mi jefe se madreaba a la jefa de vez en cuando; nada que no se viera en otros lados. Ya sabes, lo clásico de los barrios acá medio chacas, como dicen. Aunque como decía la Carmelita: eso pasa hasta en las mejores familias. Y pues ya. Crecí así con el jefe medio pedote y con la jefa vendiendo lo que podía. Nos mandaban a la escuela, pero la neta es que a nadie le interesaba si íbamos o no. Mi mamá me decía que estudiara para que saliéramos adelante, ya sabes, la clásica, pero a mí se me hace que ni ella se lo creía. Total, que íbamos mis carnales y yo, pero a mí luego me empezó a dar por la chela y luego por la mota. Nunca por la matemática. No manches, a los 13 años yo ya te hacía los mejores churritos de la colonia. Así, bien apretaditos: no se les salía ni una pinche yerbita. Ya después me metí de todo tipo de cosas y a todo tipo de lugares, pero no a la escuela. No manches, un día llegué a la casa y la jefa me puso una madriza como nunca. Yo creo que fue la peor. Ni me dijo por qué hasta que ya me había rajado la cara a cachetadas. Iba en segundo de secu, me acuerdo.

El chiste es que la jefa me dijo que o le chingaba o me iba a la calle, porque no iba a tener vagos en la casa. Y pus ya, no me quedó de otra que buscar chamba en la colonia. Primero me tocó de albañil y de pintor de brocha gorda, pero no chingues, eran unas jodas muy cabronas y pus la neta no me latió. Porque, aparte de todo, la paga era una baba. No me alcanzaba ni pa’ las chelas del viernes. Le bajé unas cuantas herramientas al mai y no me le volví a parar enfrente. Me tocó en fábricas y en talleres, pero igual. La neta, yo me sentía bien desperdiciado. Como que ya me imaginaba que había nacido pa’ cosas más grandes. No sé. Pa’l varo y las viejas y la fiesta. Ya sabes. La vida chingona con un carrote.

Total. Un día, en la peda, me topé con un güey; nos acomodamos chido y ya al rato estábamos acá en la plática filosófica y trascendental. Y pus ya, le conté mis pedos y me invitó al bisne. Al principio sí le sacaba. Los polis son unos culeros y si te agarran te sacan todo el varo que pueden. Un día unos hijos de puta me cayeron afuera de una primaria y me dieron “la vuelta” por todos los cajeros de la zona. No me soltaron hasta que vieron que me habían bajado todo el varo. Pero al menos esa vez me dejaron.

En esos días, yo metía la mois y la coca en unas cajitas de dulces y acá muy discreta la cosa se los rolaba a los morros. Sí, pos desde chamacos ya empiezan a entrarle bien cabrón. Pero ahí no está el varo, la neta. Los mocosos no dejan. Busqué dónde ampliar el bisne y, no me acuerdo cómo, pero me enteré de que en el CCH de azcapo eran bien motos. ¡Ahí está el pan!, pensé. Y sí, ahí estaba pero un día me tocó la mala suerte. Ese día yo ni iba a ir a la escuela –no manches, nomás así iba a la escuela–, pero un compa me pidió el toque. Era cliente y ni modo de quedarle mal. Total, me fui a esperarlo a los campos de fucho y lo que será la suerte, ¿no? Porque ese día, verg… madres… que hay redada. Todos los otros compas sabían, menos el pendejo de mí. Me atoraron y, como el operativo lo habían pedido de la UNAM, no me dejaron ir. Les ofrecí varo pero nada. Bien pinches decentes ese día. Eso sí, los culeros bien que se fumaron la evidencia.

Me entambaron un rato, pero hasta eso que no me fue tan mal. Ahí en el reclu conocí al Jefe. Desde allá manejaba el bisne y, como no soy pendejo, me le fui juntando. Cuando me dieron viada y salí, El Jefe ya me tenía chambitas. Ya estaba yo colocado, como dicen. No iba a andar vendiendo chiclitos. Nel. Ya me iba a tocar lo grande. O eso pensaba. Primero me mandaron a los antros del Centro y a los bares, pero, ¡no chingues!, ahí sí está pesado, la neta. Los de la Morelos son de cuidado. Pero aguanté, porque pensaba que pronto me iba a “hacer justicia la revolución”, como decía mi jefa. Me tocaron varias madrizas. De los weyes que “dealerean” por ahí y de los polis. Te digo que son unos culeros. Casi todos saben del bisne y pos te toca pasarles varo. Cuidado que no traigas, porque te meten una chinguita de menos. Oí que a varios cuates sí se los tronaron. Nomás se desaparecieron y, como nadie los reclamaba, pus no se supo más. Hasta eso, me ha tocado suerte. ¿Qué me ha pasado? En la noche uno ve cada cosa. Me han madreado con cadenas, me han encañonado –sin albur, sin albur, yo respeto, pero no le hago a eso–. No, no mames. Un día amanecí en un pinche baldío del Estado. Ni me acuerdo de cómo me regresé a “tu casa”.

Hasta se me olvidó que no quería decir groserías. Pero ni pedo. Ya estamos en confianza.

En lo que estábamos. Que, aunque me madreaban cada rato, salí de pobre. El varo es el varo, y uno se arriesga a lo que sea por conseguirlo. Me compré mi nave, mi tele y hasta una estufa pa’ la jefa. Ya a estas alturas, ni me pregunta de dónde sale la lana. Nomás se hace de la vista gorda, pero bien que sabe en qué “malos pasos” ando. Me da la bendición y ya.

Después, un día, El Jefe me echó el phone y me preguntó si me interesaba moverme a La Condesa. Que ahí había varo en grande, pero que se estaba poniendo más densa la cosa. Yo ni lo pensé. Nomás sí sentí los güevos en la garganta cuando se recogieron a los weyes eso, los del Heaven. Ahí sí la vi cerca, porque yo andaba por la zona. Fuera de eso, pus lo normal. Que los secuestrados. Que los muertos. Nada fuera de lo común. Yo nomás cargo mi fusca y una navaja, me doy una persignada y que sea lo que Dios quiera. Porque ahí como me ves, yo sí soy bien católico. Guadalupano y todo. Que diosito me perdone al güey que me quebré. En fin.

Y pus, más o menos, esa es mi historia. ¿Cómo la ves? Pero a todo esto, ¿qué pedo, morra? ¿qué te vas a llevar hoy? Ahí traigo el producto en la nave. Ora me traje unas bolsitas  de coca, las clásicas de la moi y unas tachitas pa’ aguantar la noche. ¿Cómo ves?, ¿vamos al carro y ves, o qué? Ahí sí te los debo. Los ajos ya se fueron.


 

La detención de Gary Pábel López, el dealer de La Condesa, dio lugar a una ficción sobre el tema. ¿Cómo llega un dealer de escuela a distribuidor principal de La Condesa? Aquí imaginamos así la historia.

 

DVZ