La historia del pequeño demonio, Donald Trump

Para generar la siguiente ficción sólo tomamos dos o tres elementos de la realidad como punto de apoyo, lo demás es parte de un trabajo creativo. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Este espacio no fue creado para condenar a nadie y es resultado del ocio de quien lo escribe.

I

Mary Anne MacLeod, era de nacionalidad escocesa. Migró a Estados Unidos con la esperanza de una mejor vida. Fred Trump, aunque nativo de norteamérica, siempre se compadeció por los extranjeros que llegaban a su tierra. Alguna vez su padre dejó Alemania en busca de un mejor futuro.

Ambos se conocieron una tarde soleada, a las orillas del río Hudson, cuando paseaban en compañía de amigos.

MacLeod y Trump se casaron al poco tiempo y procrearon cinco hijos. Los siete tuvieron una vida holgada. El negocio de bienes raíces de la familia iba viento en popa.

La vida de los esposos fue tranquila hasta que nació el pequeño demonio, como solía llamarlo su madre. O Donald, como decidió nombrarlo el padre.

II

El parto del “pequeño demonio” fue muy doloroso. Cuando Mary Anne tuvo al bebé en sus brazos, sintió horror al ver el exagerado tono rojo del pequeño cuerpo de Trump.

Al principio, todos creyeron que el tono de piel era consecuencia del alumbramiento. Pero el color no disminuyó. El pequeño Trump fue un demonio rojo hasta los tenía tres años de edad.

En la escuela, el pequeño Trump era muy travieso, por no decir maldoso. Sus padres no sabían cómo criarlo; constantemente los mandaban llamar por la mala conducta de su hijo. El Pequeño Trump golpeaba a otros niños, robaba objetos a las maestras e insultaba a los que le impedían hacer de las suyas.

En casa, Mary Ann sentía temor cuando estaba cerca del “demonio”, quien la veía de manera fija y decía cosas como: “cuando seas vieja yo no cuidaré de ti”.

III

Cuando el pequeño Trump llegó a los 13 años, las cosas se complicaron para la familia. El muchacho golpeó –hasta casi matar– a uno de sus amigos. Casualmente, el “amigo” era hijo de mexicanos.

Aquél día, el latino habló de lo malo que era ser alemán o tener sangre de alemanes. Debido a un loco alemán, advirtió, millones de personas habían muerto.

Este comentario encendió a Donald, quien se sentía orgulloso de su ascendencia. Antes de que alguien pudiera frenarlo, se fue en contra del mexicano. Lo golpeó tanto que el adolescente estuvo en cama varias semanas, mientras que Trump partía con dirección a la Academia Militar de Nueva York.

IV

A veces es difícil conocer los designios de la vida. Las cosas suelen ocurrir sin razón o tal vez con una razón que no logramos entender. Eso fue lo que pasó.

Trump ingresó a la academia militar. Las reglas eran duras. Si incumplías los mandatos, el castigo era peor.

El joven Donald decidió comportarse y aprender lo más posible dentro de la rigurosa escuela.

Su excelente actitud lo hizo merecedor de la atención de uno de los militares más estrictos, quien resultó ser un fanático nazi, adorador de Hitler. Este militar fue quien introdujo a Trump a un mundo de resentimiento hacia toda clase de personas: musulmanes, cristianos, y sobre todo latinos.

El odio de Trump hacia los migrantes latinos nació. O quizá ya estaba ahí. Lo cierto es que desde muy joven, el “pequeño demonio” descubrió que con unas cuantas palabras bien acomodadas, tendría los seguidores que harían posible cambiar al mundo y desaparecer a quienes lo hacen un lugar peor.

V

A la salida de la escuela militar, Trump ya era un hombre; no con muchas ambiciones. En cuanto pudo, se integró a la compañía de bienes raíces de su padre, estudió negocios, economía y antropología. Comenzó a construir un gran imperio.

Algunos dicen que Trump vive acomplejado. Aseguran que este hombre cree que nunca tendrá todo. Quienes lo conocen insisten que este aparente vacío alimentó sus aspiraciones políticas. Lo que nadie sabe es qué podrá más, ¿su ambición o su necesidad de odiar?