El reino de Carrère

La conversión a la fe de un adulto siempre tiene algo especial. En muchos casos se trata de reflexiones profundas y cambios de vida. Casos en Inglaterra como el de Chesterton o el de Tony Blair – ambos convertidos al catolicismo– tienen un fuerte componente emblemático. Emmanuel Carrère, un autor más que notable de nuestros días, narra en El Reino su conversión al catolicismo –que después dejaría. En este libro hace un tour por sus reflexiones personales, los avatares de su espíritu, la vida de San Lucas, las peripecias de San Pablo, sin dejar de lado las confusiones y cuestionamientos de quien busca creer. Si lo pueden leer en estas vacaciones háganlo, no se arrepentirán. A continuación algunos subrayados.

“Al parecer los cristianos son los únicos de los que te puedes burlar impunemente, poniendo de tu parte a los que se ríen”.

“…la crónica detallada de una historia mucho menos conocida: el modo en que una pequeña secta judía, fundada por unos pescadores analfabetos, unida por una creencia absurda por la cual ninguna persona razonable hubiera dado un sestercio, devoró desde el interior, en menos de tres siglos, al imperio romano y, contra toda verosimilitud, perduró hasta nuestros días”.

“No, no creo que Jesús haya resucitado. No creo que un hombre haya vuelto de entre los muertos. Pero que alguien lo crea, y haberlo creído yo mismo, me intriga, me fascina, me perturba, me trastorna: no sé qué verbo es el más adecuado. Escribo este libro para no imaginarme que sé mucho más, sin creerlo ya, que los que creen, y que yo mismo cuando lo creía. Escribo este libro para no abundar en mi punto de vista”.

“Imaginemos que Pablo no haya existido y tampoco el cristianismo, y que de Jesús, predicador galileo en tiempos de Tiberio, sólo haya subsistido esta pequeña selección. Imaginemos que haya sido añadida a la Biblia hebraica como un profeta tardío, o que haya sido descubierta dos mil años más tarde, entre los manuscritos del Mar Muerto. Pienso que su originalidad, su poesía, su acento de autoridad y de evidencia nos dejarían atónitos, y que al margen de toda iglesia ocuparía un lugar entre los grandes textos de la sabiduría de la humanidad, al lado de las palabras de Buda y Lao-Tsé”.

“Hay en el interior de cada uno de nosotros una ventana que da al infierno, hacemos lo que podemos para no acercarnos, y yo, por mi cuenta, he pasado siete años de mi vida estupefacto delante de esa ventana”.

“Ya sé que es escandaloso mezclar a los verdugos con las víctimas, pero es esencial comprender que las ovejas de Cristo son las dos cosas, tan verdugos como víctimas, y nadie, si le desagrada, está obligado a escuchar a Cristo. Sus clientes no son sólo los humildes –tan dignos de estima, tan agradables para poner como ejemplo–, sino también, sino sobre todo, todos los que son odiados y despreciados, los que se odian y desprecian a sí mismos y tienen buenos motivos para hacerlo. Con Cristo nada está perdido, aunque hayas matado a toda tu familia, aunque hayas sido el peor de los crápulas. Por bajo que hayas caído, vendrá a buscarte, de otro modo no es Cristo”.

“Resumiendo: es la historia de un curandero rural que practica exorcismo y al que toman por un hechicero. Habla con el diablo en el desierto. Su familia quiere que lo encierren. Se rodea de una banda de parias a los que aterra con predicciones tan siniestras como enigmáticas y que se dan a la fuga cuando le detienen. Su aventura, que ha durado menos de tres años, concluye en un juicio chapucero y una ejecución sórdida; en el desaliento, el abandono y el espanto. En el relato que hace Marcos no hay nada que lo embellezca o haga más amables a los personajes. Al leer esta crónica brutal, se tiene la impresión de estar lo más cerca posible de ese horizonte para siempre inalcanzable: lo que ocurrió realmente”.