Democracia muerta

Hoy, la moda es decir que los partidos políticos no sirven, que son corruptos y no representan los ideales que les dieron vida.

Es moda decir que la democracia mexicana fracasó, si no es que no existe en México. Es moda comparar dictaduras, como la venezolana o la cubana, como modelos a seguir en México.

También está de moda decir que los políticos, todos, son iguales: corruptos, transas, rateros, irresponsables y un montón de vividores que solo buscan beneficio personal y olvidaron el bienestar común.

Pero la moda más reciente es pregonar que la democracia y el sistema de partidos en México han muerto y que, por eso, el único camino posible para salvar la Patria son los candidatos independientes; poderosas fuerzas del bien en espera del llamado para hacer el milagro de rescatar o liberar a las instituciones nada funcionales y, sobre todo, devolver la fe a los malcreyentes de la democracia.

Y, en efecto, pareciera que tienen razón los que desconfían de los partidos; tienen razón los que dan por buena la versión del fracaso de la democracia mexicana, que pregonan que la salvación es una dictadura y que todos los políticos son iguales, ladrones y vividores del dinero público.

Y frente a esa realidad pareciera que los modernos libertadores son los candidatos independientes.

Y si tuvieran razón todos los que pregonan la muerte de la democracia mexicana, entonces deberíamos reconocer que cien años de evolución política fueron un fracaso, aceptar que están en la basura movimientos sociales y políticos como la mismísima Revolución, pasando por experiencias traumáticas como el 68, el 71, lecciones ciudadanas ejemplares como el 88 y el 94 y, sobre todo, las grandes reformas de 1996 —que cumple 20 años—, la alternancia en el poder presidencial de 2000 y la construcción de potentes instituciones como el antiguo IFE.

Si todo lo anterior fuera cierto, no habría un solo mexicano que no estuviera dispuesto a sumarse al siguiente pronunciamiento.

“Todas las bellezas democráticas, todas esas grandes palabras con que nuestros abuelos y nuestros padres se deleitaron, han perdido hoy su mágico atractivo y su significación para el pueblo.

“Éste (el pueblo) ha visto que con elecciones y sin elecciones, con sufragio efectivo o sin él, con dictadura porfiriana o con democracia maderista, con prensa amordazada y con libertinaje de la prensa, siempre y de todos modos él (el pueblo) sigue rumiando su amargura, padeciendo sus miserias, devorando sus humillaciones inacabables, y por eso teme (el pueblo), con razón, que los libertadores de hoy vayan a ser iguales a los caudillos de ayer, que en Ciudad Juárez abdicaron de su hermoso radicalismo y en el Palacio Nacional echaron al olvido sus seductoras promesas”.

¿Quién puede negar hoy la vigencia del anterior pronunciamiento? ¿Quién rechazaría sumarse a esa manera de ver el México de hoy?

Lo curioso es que la cita tiene más de cien años. Para ser exactos casi 102 años. Y es parte de la proclama firmada en el campamento revolucionario de Milpa Alta, en agosto de 1914, por Emiliano Zapata.

¿De verdad los “libertadores independientes” de hoy son o serán distintos a los “caudillos de ayer”?

No, el problema no son solo los partidos, los políticos y las instituciones. El problema también son la sociedad y los ciudadanos.

¿Cuántos desencantados por la democracia son practicantes de la antidemocracia? ¿Cuántos que cuestionan la corrupción son corruptos, transas y rateros?

¿De verdad murió la democracia mexicana?

¿O es moda decirlo?

Al tiempo.

 

Tomada de Milenio