PRI: ¿quién pagará los platos rotos?

A dos semanas de la “tragedia electoral” del PRI, políticos y dirigentes del viejo partido se niegan al más elemental “recuento de los daños”.

Hoy nadie sabe qué pasó, por qué; quién es el culpable de la debacle electoral y, sobre todo, son contados los líderes del PRI que aceptan dar la cara para ofrecer –por lo menos–, alguna pista sobre lo ocurrido.

Por ejemplo, nadie se atreve a reconocer que parte de la culpa –en la debacle electoral–, es del presidente Enrique Peña Nieto. ¿Por qué?

Porque a querer o no, el huésped de Los Pinos es no sólo el primer militante del PRI, sino el verdadero jefe del partido. Más aún, ni una sola de las candidaturas propuestas a los 12 gobiernos estatales fueron decididas en otro lugar que no haya sido la casa presidencial, con el aval del presidente.

Y nos referimos a los candidatos ganadores pero, sobre todo, a los perdedores.

Y de la anterior premisa –que Peña Nieto el gran elector–, se desprende una segunda hipótesis. ¿Quién engañó al presidente, por ejemplo, en Veracruz, Tamaulipas, Durango, Chihuahua, Aguascalientes, Puebla y Quintana Roo? ¿De verdad nadie fue capaz de decirle al presidente que en esos estados no era aceptable cualquier candidato?

Y el tema es aún más grave si recordamos que en 2015 ocurrió algo similar. En casos como Nuevo León –por citar sólo uno–, también engañaron al presidente con la postulación de una candidata que desde su nombre era una figura derrotada. ¿Dos veces engañaron al presidente?

Pero además, en democracias consolidadas, cuando un partido político sufre un descalabro como el que vivió el PRI en 7 de 12 elecciones, el jefe del partido renuncia de inmediato y asume toda la responsabilidad de la debacle.

Peor –o mejor aun–, eso también ha ocurrido en México. Si hacemos memoria recordaremos que durante el gobierno de Felipe Calderón, el 6 de julio de 2009 –un día después de la elección del 5 de julio–, el jefe del PAN, Germán Martínez, renunció a la presidencia de los azules y dijo que toda la responsabilidad era de un solo hombre; él mismo.

¿Por qué no ha renunciado al cargo el jefe del PRI, Manlio Fabio Beltrones?.

Está claro que ni en México y menos en el mundo, la victoria o la derrota electoral dependen de un solo hombre. Es evidente que se trata de un trabajo político de conjunto, en donde la victoria o la derrota tienen nombre propio. Y es que en la política real no hay lugar para el viejo adagio de que “la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana”.

¿Por qué entonces no ha pasado nada? ¿Por qué todo sigue igual en el PRI? ¿Por qué no se han producido cambios en el gabinete presidencial en donde según no pocas voces se habrían producido traiciones? ¿De verdad nada tuvieron que ver los gobernadores, los secretarios de Estado, los jefes de las cámaras del Congreso?

Si son ciertas las versiones que corren en comederos políticos –de que hubo traiciones y engaños que favorecieron tanto a los azules como a los amarillos–, pronto habrá cambios en el gabinete y pronto llegará el relevo en la dirigencia del PRI.

Y es que si bien no ha terminado del todo la elección de junio de 2016, ya arrancó la “madre de todas las batallas”.

Nos referimos a la elección del estado de México, la casa del presidente, la más importante reserva de votos del PRI y el más codiciado trofeo electoral. El PRI no se puede dar el lujo de perder el estado de México, cuna de un presidente y potencial capullo del relevo.

Y es que desde hoy, y hasta 2018, el teatro de la batalla electoral será el Estado de México.

Al tiempo.   

Tomado de Milenio