Todas las condiciones estaban dadas para que ganara Saúl Nava Astudillo, candidato del PRI, en Tixtla en el Estado de Guerrero. Fue una elección extraordinaria porque el pasado 7 de junio no hubo condiciones en la instalación de casillas.
Su partido con poder en el legislativo y ejecutivo. La izquierda fraccionada y un ambiente pacífico para salir a votar.
La variable que no se contempla, porque se supone existe una rivalidad política, es un acuerdo en las elites de los principales partidos. No encuentro otra justificación para el triunfo del PRD en la persona de Hossein Nabor Guillén.
El contexto: ambiente inestable en la entidad y bajo este clima es vital enviar un mensaje de que el uso de la violencia no es el camino para conquistar el poder. La ruta es la vía electoral, un método pacífico para la transición política.
Ahora, con el triunfo de Hossein se puede “cantar” es una victoria de la democracia, porque con algunos votos de diferencia se pierde o se gana.
Si ganaba el PRI se orientaba a un triunfo “normal” de un partido avasallador y con ello la imagen de un gobierno autoritario. Presagio de pésima imagen para el gobernante en turno.
Pierde el PRI y su candidato, como todo evento que se diga democrático, Saúl Nava reconoce su derrota y celebra la conquista del adversario. Vamos, el PRI demuestra su madurez política. Y eso espera el priismo en las próximas elecciones del PRD, o sea, la aplicación de la razón.
Tixtla no representa un peso digno desde una perspectiva política, son apenas 28 mil votos, de los cuales apenas la mitad sufragó.
El municipio de Tixtla es o era en realidad un lugar simbólico.
Ahora con el triunfo perredista en este lugar se legitima una corresponsabilidad de gobierno entre PRI y PRD. El primero en el poder ejecutivo y el segundo en el municipio más importante en la entidad: Acapulco. Ah, y ahora Tixtla.
La única comprobación que quien escribe pueda tener para comprobar el dicho en este texto es que Saúl Nava Astudillo se incorpore al gabinete en un espacio de relevancia.
