Narcisismo Constitucional

¡Sorpresa!, ¡Sorpresa!, nuestros nuevos padres fundadores de Tenochtitlán disfrazados de Constituyentes encontraron “el espejo en que se mire la República” (sic). Carlos Fuentes creía que estaba enterrado bajo las ruinas totonacas de El Tajín en Veracruz. Pues no. La “prodigiosa” luna está en el mismo lugar donde un día, un águila se paró a devorar una serpiente sobre un nopal, y esos modernos tlatoanis izquierdistas le llaman con petulancia: Constitución Política de la Ciudad de México.

Como si se tratara del monte Sinaí, los “moisés mexicanos” Porfirio Muñoz Ledo, Juan Ramón de la Fuente, Cuauhtémoc Cárdenas, y sus séquitos, bajaron de las oficinas del jefe de Gobierno, Miguel Mancera, con las tablas de la ley chilanga en la mano, para mostrar a los capitalinos el rumbo al paraíso prometido lleno de derechos, privilegios, exenciones, subsidios, donde la “felicidad será obligatoria”, para usar la expresión de Norman Manea, merecedor del Premio Nobel de Literatura este año.

El paisaje citadino de asaltos entre Polanco y Las Lomas de Chapultepec, secuestros en Santa Fe, aumento de feminicidios en Iztapalapa, recurrentes inundaciones en Venustiano Carranza, contaminación, transporte caótico y un calamitoso etcétera de pendientes y dramas urbanos, no detiene a los legisladores supremos para decretar con retórica hueca: “en adelante la ciudad pertenece a sus habitantes”, ¿en serio?, ¿y durante los gobiernos de Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador quién era dueño del DF?

Los diputados constituyentes pretenden regalar a los capitalinos los espejitos constitucionales descubiertos; porque no son otra cosa ese “tutifruti” de derechos, sin soporte racional y sin sostén patrimonial para solventarlos.

Mientras el pomposo Consejo Asesor Externo y el conspicuo Grupo de Trabajo que apoyaron a Mancera para redactar la nueva Constitución se daban vuelo para fantasear un titipuchal de prerrogativas ciudadanas, el jefe de Gobierno se estrellaba ¡en esos mismos días! con la terrible y terca realidad: ni siquiera tiene dinero para pagar los derechos vigentes, mucho menos las jactanciosas aspiraciones de sus Constituyentes ególatras. Diseñaron una Constitución rica en promesas ampulosas y un gobierno pobre y pedigüeño que gime y estira la mano (la izquierda, claro) al gobierno federal, para obtener los recursos presupuestales y sobrellevar sus mentiras sociales.

El proyecto constitucional es un engaño a los viejos defeños, a quienes el PRI un día les amputó el derecho al voto, pero ahora el PRD les cercena la realidad con una Carta Magna idílica, cuyo origen no es una gesta histórica, una lucha social, o una inteligente amalgama de ideas. ¡No! La Constitución anunciada es producto, principalmente, del zurdo narcisismo político de Juan Ramón de la Fuente y Porfirio Muñoz Ledo, donde brillan abrazados en un “amor a sí mismos” la corrección política, el compromiso con la nada, la simplificación académica, la desnaturalización democrática y el miedo a la libertad plena.

¿Qué van a hacer los panistas coor-dinados por Santiago Creel, para podar ese texto de tantos derechos germen de conflictos, litigios costosos e inseguridad jurídica?, ¿reivindicarán a los padres de familia como actores fundamentales de la educación de sus hijos?, ¿ni una palabra a la centralidad religiosa de la ciudad, donde está uno de los santuarios católicos más visitados de América?, ¿se opondrán a esa planeación antiliberal, soviética y lópezportillista?, ¿y la función notarial?, ¿y el respeto a la libre voluntad de contratar y hacer negocios? No exagero al afirmar que sería un gran logro equiparar la protección de la propiedad privada de las casas, con la contemplada para los animales; a los leones del zoológico de Aragón se les respetará su integridad, garantizará su protección y se castigará el maltrato y mutilación. Si el PAN logra esos fraseos para proteger la propiedad privada, habrá conseguido muchísimo.

Narciso, el del mito griego, insensible frente al resto del mundo y enamorado de sus aciertos y belleza, murió por admirarse en el espejo de agua que le preparó Némesis, la diosa de la venganza. Los redactores deben asomarse a su texto, se verán ridículos… Ese espejo debe enterrarse.