Mancera dueño del PRD

No fueron pocas las voces “escandalizadas” por el hecho de que el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Mancera, empujara a uno de los suyos como dirigente nacional del PRD.

Nos referimos, como saben, a la señora Alejandra Barrales, quien el pasado fin de semana fue ungida como presidenta del partido amarillo, luego de una negociación política que le brindó el apoyo de casi todas las corrientes internas del PRD.

Esa negociación, que hizo posible la llegada de la cuarta mujer a la presidencia del sol azteca, fue cuestionada por ignorantes del teje y maneje del poder, por quienes “ven la paja en el ojo ajeno pero olvidan la viga en el ojo propio”.

Y es que, si bien no es popular que un aspirante al máximo cargo de elección popular -como es el caso de Mancera-, decida controlar al partido político que pudiera apoyarlo en una eventual candidatura presidencial.

Sin embargo, esas voces discordantes parecen no entender que en México y en el mundo es condición -sinecuanum-, que todo aspirante a la presidencia de la República tiene que apoderarse de la dirigencia de su partido para operar la candidatura y luego la contienda electoral.

Y si quieren ejemplos, sobran.

Andrés Manuel López Obrador colocó a un incondicional en la dirigencia del PRD -Leonel Cota Montaño-, cuando aspiró a la candidatura presidencial del 2006. Cuauhtémoc Cárdenas también colocó incondicionales en esa posición en los tres intentos por ser presidente de la República.

Vicente Fox llevó como presidente del PAN a Luis Felipe Bravo Mena, en tanto que Enrique Peña Nieto controló al PRI por la vía de Humberto Moreira y María Cristina Díaz Salazar.

Como queda claro, en todos los partidos es una condición que el más aventajado candidato presidencial consolide sus aspiraciones mediante el control del partido.

Y es que, para efectos prácticos, cualquier aspirante a una candidatura presidencial, lo primero que tiene que conseguir es el control de su propio partido. Es de “librito”. Y eso es justo lo que hace Miguel Mancera.

O si se quiere, esa es la “realpolitik”.

Al tiempo.

Tomado de La Silla Rota