¡Los matones andan sueltos!

Como saben, las leyes de la “opinión pública” son la crítica y/o el aplauso a todas las formas de poder; incluso el poder de la opinión ciudadana.

Y como están enterados, gracias a las redes, la de hoy es una sociedad de la opinión; opinión global y en tiempo real.

Pero lo que algunos no saben es que la inmediatez y la globalidad de la opinión también parieron poderes nuevos. Uno de ellos son las redes; poder que, a su vez, empoderó a las llamadas “legiones de idiotas”.

Y es que frente al nuevo poder, atreverse a pensar distinto, contrario a lo que opinan las “legiones de idiotas” –o de plano cuestionar su verdad–, es no solo políticamente incorrecto sino una invitación al linchamiento. Y pobre del que piense distinto a las “legiones de idiotas” –propietarios de la verdad, la honestidad y la moral–, porque el mundo lo aplasta.

El asunto es tan perturbador que abundan los críticos a la versión moderna de la “Inquisición”. Por ejemplo, frente a periodistas, el filósofo Umberto Eco dijo: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas… (si) la televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.

En entrevista para El País y luego en un artículo para el diario, Javier Marías dice: “El internet tiene cosas maravillosas, pero hay algo novedoso: la imbecilidad por primera vez está organizada. Hubo imbecilidad siempre; imbéciles iban al bar, hacían públicas sus imbecilidades, pero es ahora cuando se organizan, con gran capacidad de contagio. Y hay un problema añadido: la gente se acoquina ante los soliviantados internautas y se disculpa cuando no tiene por qué. Y la gente sufre represalias. Es matonismo”.

Luego escribió: “Estamos en época de matones. No sólo físicos, no sólo lo son los del Daesh o Estado Islámico, los de Boko Haram y demás, que matan, violan y esclavizan a quienes no comparten su puntillosa fe o hacen algo que les cae mal y destruyen ruinas romanas por considerarlas “preislámicas”.

“Hay también un matonismo incruento –en principio–, que no cesa de propagarse y que ejercen grandes porciones de la sociedad desde los teclados de sus ordenadores. Son individuos que ponen el grito en el cielo por cualquier cosa, que se contagian y azuzan entre sí, que linchan verbalmente al que hace, opina o dice algo que no les gusta; que no “se cargan de razón” porque la razón suele estar ausente de sus cabezas, y que simplemente exigen y condenan…”

Y concluye: “Sí, no hay nada peor que el acoquinamiento, porque da alas a los malvados, a los locos y a los idiotas. Nada peor que ser medroso, timorato, pusilánime o como lo quieran llamar. Nada más peligroso que agachar la cabeza ante las injurias gratuitas y las acusaciones arbitrarias, que pedir perdón por lo que no lo requiere más que en la imaginación intolerante de los fanáticos y los matones. Todavía estoy esperando a que la gente alce la cabeza y conteste alguna vez (hay excepciones, pero son poquísimas): “No tengo por qué defenderme de semejante estupidez”.

Hace semanas, en El Universal, Guillermo Sheridan reeditó un texto que explica “la visceral violencia que se esgrime contra los escritores en las llamadas redes sociales y en las zonas abiertas a los comentaristas, esos instantáneos tribunales inquisitoriales presididos por torquemadas digitales, orondos bajo los cucuruchos de su anonimato.

Dijo: “La osadía de escribir y firmar lo que se escribe incluye este trato novedoso: el público “interactúa” y parece disfrutar ser, a veces, el espectador asombrado de su propia vileza. Y, bueno, la crispación política atiza una inverecundia pueril, un concurso para ver quién muestra con mayor desparpajo los prejuicios más rastreros (racismo, sexismo, xenofobia, edadismo), prudentemente rubricados por fastuosos alias salpicados de je je jés.”

“La Internet propicia esta variante de la bravuconería: la libertad total induce a los cobardes al agravio y la invectiva, a tirar la piedra y esconder el mouse. Invariablemente embozados, practican una “libertad” sin riesgos y una cobardía impune. “Anonimato es libertad”, decreta un “comentarista” luego de zarandearme”.

¿Cuál de esos “matones”, “bravucones” o “legiones de idiotas” es usted que no tolera el pensamiento distinto?

Los matones de hoy. Al tiempo.

Tomado de El Universal.