A estas alturas –a un año de la tragedia–, la pregunta ya no es quién mató a los 43 normalistas. Tampoco se cuestiona el cómo y menos el por qué.
Todos saben –todos los que quieren ver la verdad–, que los jóvenes de Ayotzinapa fueron asesinados por matarifes de los Guerreros Unidos, quienes los confundieron y/o identificaron como integrantes del grupo rival de Los Rojos.
Todos saben que según la versión oficial habrían sido asesinados e incinerados. Y todos saben según los peritos de Innsbruck que por lo menos dos de esos jóvenes fueron asesinados por ese grupo criminal, incinerados en el basurero de Cocula y sus restos tirados al río.
Las preguntas, entonces, están en otro lado. Una de ellas es fundamental: ¿Por qué nunca van a aceptar la verdad?
Porque la tragedia de Iguala se ha convertido en un jugoso botín; uno de los más rentables de los tiempos de la democracia mexicana.
Porque aceptar la verdad -es decir reconocer que los normalistas fueron asesinados por conflictos vinculados al crimen organizado-, sería igual a “matar la gallina de los huevos de oro”.
Porque reconocer la verdad oficial dejaría sin ingresos y sin las pingües ganancias del “regenteo de la muerte” a decenas de vividores de la tragedia, profesionales de la protesta y titiriteros que pululan detrás de la tragedia de Iguala.
Porque el escándalo mediático montado en torno a la tragedia ya forma parte del proyecto político de distintos partidos; sea el PAN, sea el PRD, sea Morena; sean los aspirantes independientes por venir.
Porque aceptar la verdad en el caso Ayotzinapa, igual que aceptar la verdad en el caso Narvarte, Tlatlaya, y otros, dejaría sin materia, sin trabajo y sin recursos a los profesionales de la protesta y del “no”.
Porque aceptar la verdad sería igual a tirar al cesto de basura una formidable bandera para obtener votos de sangre en las elecciones de 2016, 2017 y 2018; bandera que podría estar en manos del PRD, de Morena o del PAN.
Lo cierto es que a un año de la tragedia de Iguala nadie cree nada, pero son muchos los vividores de la tragedia que están dispuestos a no creer nada, de manera indefinida.
Al tiempo.
Tomado de La Silla Rota