La noche de Iguala; tara de los tiempos de Díaz Ordaz

La sorpresa no es la aparición de una película o un documental como la Noche de Iguala.

Tampoco sorprende que una tragedia como la de Iguala sea llevada al cine.

Y menos es novedad que se trate de una película mediana, lejos de las cinco estrellas que califican un filme de excelencia.

No, lo que asombra es que los prejuicios y las taras propias de una dictadura o de un gobierno represor como el de Gustavo Díaz Ordaz, aún estén presentes en el México democrático de hoy.

Taras como aquella que supone que una película o un documental es o debiera ser una calca de los hechos.

Tara como aquella de prohibir una cinta como la Noche de Iguala con argumentos aniñados de que engaña a la sociedad y ofende a los padres de los normalistas.

Tara como la de suponer que la película fue ordenada por el gobierno federal para justificar la “versión oficial”.

Tara como aquella de que un grupo social –plagado de prejuicios, de intereses engañosos– tiene la superioridad moral o ética para decirle a la sociedad lo que debe ver o frente a lo que debe cerrar los ojos.

Tara como aquella de que ese mismo grupo social –que se dice impoluto–, asuma la “chabacana” posición de que tiene la verdad absoluta.

Tara como aquella de llamar al “México bueno” a iniciar una campaña de linchamiento contra los que piensan distinto, opinan diferente o creen en otra verdad.

Tara como la de los opositores a la Noche de Iguala, que exhiben de cuerpo completo no sólo el fanatismo que los mueve sino la ignorancia que los arrincona.

Tara como la fobia que muestran los opositores a la Noche de Iguala, que no se cansan de enseñar desde todos los ángulos su rechazo a la vida democrática y al pensamiento libre.

Tara como la de aquellos “dizque intelectuales” que enarbolan la bandera de las libertades pero que todos los días destruyen libertades fundamentales en democracia y defienden dictaduras tan rancias como la cubana, la venezolana y otras.

Y taras como las de aquellos que nunca han entendido que la libertad de expresión es la joya de la corona en democracia.

Lo cierto es que nos guste o no, sea buena o mala película la Noche de Iguala, tanto su director –Raúl Quintanilla–, como su guionista –Jorge Fernández Menéndez–, tienen todo el derecho de ofrecer su visión, su interpretación y su investigación sobre un hecho que lastima a todos.

Y precisamente ese derecho y el valor de asumir una posición políticamente incorrecta merecen el reconocimiento y el respeto en una democracia como la mexicana.

Al tiempo.