La Ley del 28 de Diciembre

Por: Martín Caparrós

Hay un día por año en que la prensa te dice que te miente –y ese día es hoy. Por lo menos, en el mundito del idioma castellano. Allí –aquí– lo llamamos Día de los Santos Inocentes, por otra matanza de miles de niños casi sirios, palestinos: nuestra tradición católica decidió que, para evocarla, lo mejor era contarnos chistes.

Otras culturas usan para eso el 1 de abril, menos sangriento: franceses e italianos, metafóricos, lo llaman Poisson d’Avril o Pesce d’Aprile –pescado de abril–, allí donde los anglos, más directos, imponen la evidencia: para ellos es el Fool’s Day, el día del tonto. En todas, en todo caso, los medios comparten la intención: convencerte de que ese día hacen algo muy distinto de los demás días. Lo que hacen, sabemos, es incluir una noticia falsa, presentada como una broma –para poder decir que la inocencia te valga o eres tonto o eres un pescado.

Es un viejo truco y todavía les sirve: al decirte que un día al año publican algo que no es verdad, te están diciendo que 364 días al año sólo publican cosas que sí lo son, sin duda alguna. Tiempos hubo en que los medios se decían objetivos; ahora empiezan a aceptar que no hay objetividad posible cuando existe un sujeto que relata –y en cualquier diario, cualquier noticiero, cualquier información, siempre hay un sujeto que relata. Entonces se dicen neutrales, y es igual de falso: los periodistas y las empresas periodísticas tenemos nuestras fobias y filias, intereses, prejuicios, ideas sobre el mundo que –más o menos velados, más o menos reprimidos– aparecen en lo que contamos, en cómo lo contamos. No porque seamos malvados o perversos o manipuladores: sólo porque la forma en que cada cual mira y piensa el mundo define, inevitablemente, lo que elige contar. En eso consiste, al fin y al cabo, nuestro oficio: en decidir, ante cualquier situación, qué debe ser contado. Pero los medios no suelen aceptarlo; les dicen a sus lectores que les dan “la realidad”, verdades más o menos absolutas, y que deben leerlos con confianza más o menos ciega: creerles.

Y eso, todos los días salvo el 28 de diciembre: entonces medios y lectores se vuelven diferentes. Hoy los lectores recorreremos nuestro medio amigo con la alarma activada. Sabremos que en algún lugar se esconde la falsía confesa y, por supuesto, querremos detectarla: ah, pone que el crimen fue en una playa de Castilla; sí, claro, pero viste ésta que dice que en España hay un rey; puede ser, sí, pero y esto de que el Madrid vendió a Cristiano al Bierzo por seis toneladas de chupachús de menta. Es el momento más fecundo de nuestra relación con los medios: cuando la recepción confiada se transforma en mirada suspicaz, en crítica encendida –pensar sobre lo que nos cuentan.

Por eso he llegado a proponer, alguna vez, una Ley del 28 de Diciembre, que obligara a los medios a incluir, todos los días, una noticia falsa –para que sus lectores, sabiéndolo, ejercieran todos los días esa lectura crítica.

Era improbable que ningún Parlamento, ningún Gobierno consiguiera –o deseara– imponerla. Ni los políticos ni los editores lo querrían: tanto las grandes empresas periodísticas como los grandes gobiernos periodísticos necesitan que sus consumidores o súbditos les crean cuanto más mejor. Pero en muchos lugares la dinámica social, en su sabiduría levemente cruel, se adelantó. En los países latinoamericanos gobernados por la derecha populista, por ejemplo, los enfrentamientos entre Gobiernos y medios lograron que la mayoría de los lectores sospecharan que todo texto publicado tiene un autor y una intención y aprendieran a leer con espíritu crítico. Allí la sociedad, como suele pasar, se adelantó a la ley.

 

Tomado de El País